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La Trompeta

Autobiografía de Herbert W. Armstrong: Cómo conocí a mi esposa

Capítulo 9: Cómo conocí a mi esposa

Continuación de Convirtiéndome en un representante de publicidad (segunda parte)

Capítulo 9: Cómo conocí a mi esposa

En la crónica de experiencias que me proveyeron el entrenamiento para las actividades de los años posteriores, ninguna excedió en importancia como la experiencia de las citas que culminaron en mi matrimonio; al menos ninguna excedió a la experiencia del matrimonio.

Si fuese verdad (como ahora definitivamente parece ser al verlo en retrospectiva) que el Eterno Dios sabía que me llamaría para la importante actividad que ahora se desarrolla con un poder de impacto cada vez más creciente, y que este entrenamiento previo de los años formativos tuvo cierta cantidad de guía divina que yo no veía ni comprendía, entonces también es verdad que la elección de mi esposa y compañera de mi vida, fue providencial.

Años más tarde, fue a través de ella que las circunstancias me impulsaron a mi conversión e inducción a la gran comisión. Esta comisión desde su inicio fue una obra de actividad en equipo que la Sra. Armstrong compartió igualmente, aunque podría no haber sido evidente para muchos.

Ninguna fase en la vida de un hombre es más importante, ni tiene mayor impacto sobre su futuro éxito o fracaso, que las experiencias románticas y su culminación en el matrimonio. Por otra parte, lo mismo se aplica a las vidas de las jovencitas que han alcanzado la edad para tener citas.

Hoy en día, pocos jóvenes comprenden la seriedad de esta fase de la vida. Tener citas en la forma apropiada se ha convertido virtualmente en un arte perdido en Estados Unidos. Parece como que los jóvenes en la actualidad, no saben cómo tener citas. La mayoría tiene poca o ninguna idea de la naturaleza del verdadero amor, o del significado y la responsabilidad del matrimonio. Físicamente, ellos son hombres y mujeres, pero emocionalmente todavía son niños.

Permítanme repetir aquí que nací de un antiguo y sólido linaje cuáquero [Quaker, en inglés]. Se me enseñó desde niño, que el matrimonio era para toda la vida, y que el divorcio era algo de lo que ni se oía en nuestra familia. El matrimonio era mirado con seriedad, y como algo que no debía ser considerado por un hombre joven hasta que hubiese adquirido su educación, experiencia de preparación y estuviera establecido financieramente, en posición de mantener a una esposa y una familia.

Consecuentemente, en las citas que tuve con jovencitas antes de los 24 años, no pensé en el matrimonio, excepto de forma indirecta.

Mi “sistema” de citas

Y al decir “en forma indirecta”, me refiero a que yo tenía un “sistema”. Fui lo bastante presumido como para creer que era un sistema muy bueno. Estaba consciente de que realmente desconocía lo que es el amor. Pero tenía la idea de que era algo misterioso que podría llegarle a un hombre joven cuando éste no lo estuviera buscando. Él podría “enamorarse” de la noche a la mañana de una jovencita. Una vez que esto sucediera (deducía yo), el pobre joven incauto perdería su equilibrio mental. Él estaría “atrapado” y sería incapaz de controlarse; y si la joven fuera la que no convenía, él no podría reconocer este hecho.

En otras palabras, estaba temeroso de ser atrapado con la guardia baja y sin poder hacer nada, sumido en una unión matrimonial de por vida con la chica equivocada. Había oído que el amor era ciego. Si me enamoraba de la chica equivocada, probablemente estaría totalmente cegado del hecho de que ella era la equivocada. ¡Mi vida se arruinaría! Así lo supuse en ese entonces.

Mi “sistema” surgió del temor a esta posibilidad. Yo no quería tomarlo en serio, ni pensar en el matrimonio, antes de estar suficientemente maduro como para sustentar a una familia. Pero si este “bicho del amor” me picaba, depositando prematuramente en mí una poción de amor, yo quería asegurarme de que no fuese con la persona equivocada.

Por lo tanto, mi sistema era este: por lo general, evitaba tener citas con una muchacha a menos que ella pareciera ser una posible candidata (hasta donde yo podía ver), por si perdía mi cabeza y me “enamoraba” de ella. Entonces, en mi primera cita, había algo que siempre era primordial en mi mente: analizar fríamente a esa muchacha desde el punto de vista de qué clase de esposa y madre sería ella, si yo perdiera mi cabeza. Si ella definitivamente no daba la medida, yo firmemente evitaba tener una segunda cita con ella. Si de una u otra manera no estaba lo suficientemente seguro, me permitía tener una segunda cita, si es que ella me parecía ser lo suficientemente interesante. Si una joven pasaba mi prueba analítica, entonces de inmediato sacaba de mi mente todo pensamiento sobre el matrimonio, pero ella permanecía en mi lista de muchachas que eran candidatas para tener citas; si es que yo lo deseaba.

Como resultado de este “sistema” tuve citas con muchachas que sentía que estaban muy por encima del promedio. Disfrutaba de conversaciones que centellaban. Si una joven era incapaz de sostener por su parte tal tipo de conversación “intelectual”, o carecía de cierta profundidad y brillantez mental, entonces no me interesaba lo suficiente como para tener otra cita.

Mi primera cita

Supongo que la mayoría de los niños, a los 4 o 5 años de edad, escogen a alguna niña a quien le llaman su “novia”. Por supuesto, esto es bastante tierno y divertido para los padres y otros adultos. Anteriormente mencioné acerca de una niña que participó conmigo en una presentación teatral infantil en nuestra iglesia, a la edad de 5 años.

Luego, alrededor de los nueve o diez años de edad, un amigo de la escuela dominical y yo, escogimos a una niña a quien llamábamos mutuamente “nuestra chica”, sólo que ella nunca lo supo. Éramos demasiado jóvenes y tímidos para decírselo.

Besé a una niña por primera vez cuando tenía 12 años. Algunos de los niños del vecindario jugábamos a la “oficina de correos”. Pienso que secretamente consideraba que esa niña era mi “novia”, aunque estoy seguro que ella no lo sabía. Aún recuerdo su nombre.

También recuerdo el nombre de una niña de la escuela dominical, a quien yo compartía secretamente con otro niño. Pero me abstendré de mencionarlo, puesto que el otro niño finalmente comenzó a salir con ella cuando fue lo suficientemente adulto, y terminaron casándose; supe que ella se mudó a Pasadena.

Pero mi primera cita real sucedió en mi primer año de secundaria. Fue con una niña vecina que estaba en primer año de secundaria en North High, en Des Moines. Fue en una ocasión para un evento de la secundaria que tomó lugar en la noche. Recuerdo que me sentía muy apenado y tímido al estar en un tranvía solo con una niña.

¿Por qué será que tantos adolescentes varones son tímidos ante la presencia de niñas de su edad, mientras que las niñas nunca parecen estar avergonzadas ni una pizca?

Continué saliendo con esta niña de vez en cuando por unos siete u ocho años, pero ella nunca fue mi “chica exclusiva” como tantos jóvenes lo hacen hoy, ni nunca fue serio. No la besé ni una sola vez.

Una vez, cuando tenía probablemente 22 o 23 años, en una cita con ella en Des Moines, comencé a deslizar un brazo alrededor de ella. Rápidamente ella tomó mi brazo y lo puso de nuevo a donde pertenecía. No porque ella fuera una “mojigata” [religiosa].

“Prefiero que no lo hagas, Herbert”, dijo ella simplemente. “A menos que vayas en serio. Eres el único muchacho con el que he salido que nunca me ha besuqueado. Me gustaría mantener esta relación limpia. De verdad, eso significa mucho para mí”.

Yo no iba en serio, así que mi brazo permaneció en su lugar el resto de la noche.

Experiencias con el “besuqueo”

La primera vez que tuve una cita con esta joven fue alrededor de los 15 años de edad, y por algunos años después de eso, pero nunca besuqueé a ninguna muchacha. Solo que en aquel tiempo no lo llamábamos “besuquear” (necking), sino “ser cariñoso” (loving up), y antes en el tiempo de mi madre se llamaba “cucharear” (spooning). No sé cómo lo llamaban en el tiempo de Abraham Lincoln, ni hace mucho en el tiempo de Adán y Eva. Pero ha continuado todos estos milenios y siglos, sin importar cómo lo pueda llamar cada generación. Éste habla su propio lenguaje universal. Pero en esta autobiografía, usaré la terminología actual para ser claro.

Hasta donde sé, en los años anteriores cuando tuve mi experiencia de tener citas, los “besuqueos” no se practicaban en la forma promiscua que se hacen hoy.

Tuve citas con varias muchachas que consideraba inusuales, y considerablemente por encima del promedio. Una fue la hija del presidente de una compañía de seguros. Ella era la preferencia original de mi madre, y yo pienso que en aquel tiempo, mi madre habría estado complacida de que yo me casara con ella. Pero ninguno de los dos tuvo ni el más mínimo interés romántico el uno por el otro. Ella era artista y escultora. Yo la admiraba, la respetaba, y disfrutaba tener citas ocasionales con ella. Luego hubo otra muchacha, una vecina en Des Moines, quien sobresalía como artista. De hecho, esta muchacha sobresalía en casi todo lo que hacía. Tuve citas con ella frecuentemente en Chicago, mientras estuve en aquellos viajes del “hombre de las ideas”, y ella era estudiante en el Instituto de Artes de Chicago. En realidad, ambas muchachas estaban estudiando en el Instituto de Artes. Hubo otra muchacha en Rock Island, Illinois, a quien conocí a través de las dos muchachas mencionadas arriba Ella era miembro de una de las familias más antiguas y prominentes de Rock Island.

Pero cuando tuve como 21 años, parece que la pauta del “besuqueo” estaba siendo introducida. En esos años yo quería ser “moderno” y mantenerme al día con la época. Comencé a pensar que quizás estaba siendo considerado un poco atrasado y decidí que quizás debía comenzar a “besuquear” un poco, al menos después de una segunda o tercera cita. No creo que muchos en ese tiempo hacían eso en la primera cita.

En ese entonces yo estaba teniendo citas con una muchacha en Des Moines, que era una amiga especial de una joven que era “chica exclusiva” con un amigo mío. Nosotros cuatro teníamos citas dobles con frecuencia. Así que comencé con el pasatiempo popular de “besuquear”. Sólo que entonces se llamaba “ser cariñoso”. La muchacha no se opuso. Su padre había muerto. Su padrastro era comerciante de automóviles, y frecuentemente, en nuestras citas salíamos en el carro de ellos con su padrastro y su madre. Nos “besuqueábamos” abiertamente viajando en el asiento trasero del carro. A sus padres no parecía molestarles.

Luego una noche en su pórtico frontal semi privado, ella se puso especialmente seria. Comenzó a decirme cuánto dinero le había dejado su padre en herencia, y que ella pensaba que debíamos comenzar a planear qué hacer con éste.

Esto me llegó como un choque eléctrico. Comprendí que ella estaba dando por sentado el matrimonio seriamente. Ese pensamiento nunca había cruzado mi mente. Se lo dije. Pero esto la hirió profundamente en el corazón.

“Pero si tú no vas en serio, ni estás pensando en el matrimonio, ¿por qué has estado ‘siendo cariñoso conmigo’?” preguntó ella.

Le expliqué que ella era la primera muchacha a la que yo había “besuqueado” alguna vez, y que yo había llegado a pensar que estaba siendo considerado pasado de moda por las chicas; que me parecía que era algo que se hacía en general, y que las chicas lo esperaban. Lo hice porque supuse que esto era lo que se suponía que debía hacer.

Ella estalló en llanto ante esto y corrió a la casa. Este giro repentino de eventos me impactó y me dolió profundamente. Sabía que la había herido, y eso me hizo sentir como un sinvergüenza. Al día siguiente la llamé por teléfono para disculparme. Su madre contestó.

“Mi hija me ha contado todo”, me acusó la madre con menosprecio. “¡Ella nunca quiere volver a verlo!”. Luego colgó el teléfono.

Así que mi primera experiencia con “besuqueo”, tuvo un final desdichado y semi-trágico. Espero que esta joven posteriormente se haya enamorado realmente del hombre correcto para ella, y que haya tenido un matrimonio feliz. Ella era una muchacha buena y bien se lo merece. Pero desde entonces no supe más de ella.

La verdad acerca del besuqueo

Desearía mucho haber sabido en aquel entonces, lo que ahora puedo enseñar en la clase de “Principios de vida”, en Ambassador College. Porque si hubiera comprendido la verdad acerca de esa práctica llamada “besuqueo”, aquella buena muchacha se hubiera ahorrado la humillación de confesar su amor, a alguien que no estaba enamorado de ella.

Pero en ese tiempo yo no sabía tales verdades. Mis estándares eran los de los otros jóvenes de mi edad en el mundo; es decir, los estándares de los jóvenes que tenían ideales y buenas intenciones, pero basados en el camino que les parece recto a nosotros los humanos.

Mi código moral iba totalmente contra de “insultar” a una joven, lo cual, según esos estándares humanos significaba practicar el besuqueo más allá del punto de la decencia. Eso nunca lo hice en mi vida. Sentía que sabía dónde poner el límite. Y siempre fui cuidadoso de observar ese límite del razonamiento humano.

Pero no todos los jóvenes son tan cuidadosos. Lo que yo no sabía entonces es que cualquier tipo de “caricia”, inofensiva como se pueda suponer, ¡es la primera de las cuatro fases de la relación sexual! En lenguaje muy claro y franco, “las caricias” corresponden al matrimonio como parte definitiva de la relación matrimonial. Los humanos usualmente invierten lo que es correcto. Se permiten este acto preliminar de la excitación sexual antes del matrimonio como parte de tener citas; y luego prescinden de ello después del matrimonio, ¡arruinando y rompiendo con frecuencia los matrimonios!

Yo no entendía entonces, cómo incontables actos de fornicación, y embarazos prematrimoniales, son causados por esta costumbre supuestamente inofensiva y popular de “besuquear” y acariciar. La nueva moralidad ha reemplazado las fuertes convicciones que algunos de nosotros teníamos acerca de dónde poner el límite.

Conocí a dos hermosas jovencitas

Antes de 1917 yo nunca había pensado con verdadera seriedad en ninguna muchacha. Me gustaba la compañía de las chicas. En mi vanidad suponía que había estado teniendo citas con las “más selectas”; es decir, con jovencitas considerablemente superiores al promedio. Pero durante estos años yo todavía estaba “yendo a la escuela”, de la manera que había decidido que era mejor para mí; adquiriendo conocimiento en el campo que había elegido, obteniendo experiencia, y preparándome para posteriormente ganar buen dinero.

En mi tonta arrogancia de ese tiempo, yo estaba muy seguro de que me dirigía hacia un éxito excepcional. Pero tenía ciertos ideales y convicciones, y uno de ellos era de que un hombre joven no debía pensar en el matrimonio sino hasta que estuviese preparado para asumir las responsabilidades del matrimonio; ¡especialmente la de mantener a su esposa! La idea de que mi esposa tuviera que conseguir un trabajo para ayudarme a cubrir los gastos habría aplastado mi espíritu; ¡habría sido la peor vergüenza!

En enero 1917, en uno de mis viajes regulares a Iowa, yo estaba en Des Moines renovando contratos y solicitando a nuevos. Mi madre me había escrito que su hermana gemela, mi tía Emma Morrow, estaba enferma de neumonía y me pidió que la visitara en ese viaje. Así que emprendí el corto viaje a la granja de los Morrow, a 30 millas al sur oriente de Des Moines, y menos de una milla al norte de la ciudad llamada Motor, en el crucero de caminos; ésta consistía solo de un almacén comercial, una escuela, la iglesia, y dos o tres casas.

Encontré a mi tía considerablemente mejor y convaleciente. Durante la tarde una jovencita de Motor, dos años menor que yo, vino a ver a mi tía. Me la presentaron como una prima, pero era sólo prima en tercer grado. Inmediatamente quedé impresionado. Ella era hermosa, y parecía ser una chica inusualmente buena. Su nombre era Bertha Dillon y su padre era el dueño del almacén en Motor. Él era primo hermano de mi madre.

Yo estaba disfrutando una conversación con ella, cuando, alrededor de las 4:40 de la tarde, su hermana mayor, Loma (exactamente de mi edad) apareció súbitamente. No es una exageración, pero yo no había visto tal vitalidad, frescura y alegría por mucho tiempo. Ella literalmente irradiaba energía, chispa, optimismo, y la graciosa calidez de una personalidad sincera y extrovertida.

¡Ahora yo estaba mucho más impresionado! Ella era aún más hermosa que su hermana. Había algo diferente en ella; algo natural que me gustaba. Ella era la maestra de escuela en Motor.

¿Dónde?, me pregunté interiormente, ¿podría haber estado yo toda mi vida, sin haberme cruzado nunca con estas dos primas antes? En ese tiempo, aunque estas chicas eran primas bastante distantes, pensaba en ellas sólo como “primas”.

Esto sucedió en medio de la semana. Mi primo, Bert Morrow (él era primo hermano) de apenas un año (menos un día) menor que yo, me llevó en carro a la pequeña población de Beech para tomar el tren de la noche a Des Moines. La enfermera de mi tía iba regresando a Des Moines en el mismo tren. Loma viajó junto con nosotros en el “Modelo T” a Beech. Escuché que ella estaba planeando ir a Des Moines el sábado en la mañana para hacer algunas compras.

“Por qué”, le pregunté, “¿no traes a Bertha contigo, y nos encontramos a mediodía para almorzar, y vamos al cine por la tarde?”

Era una cita.

Sólo que cuando me encontré con ella el sábado a mediodía, no había traído a su hermana. Yo realmente prefería encontrarme solo con Loma, pero me había parecido más apropiado haber invitado a las dos juntas.

La llevé al mejor lugar para almorzar en Des Moines en ese tiempo, el Salón de Té de los grandes almacenes Harris-Emery. Este era uno de los mejores salones de té de los grandes almacenes en la nación.

Yo realmente disfruté esa cita. Ella no lo sabía entonces, pero Loma estaba siendo intensamente analizada. Sin pensamientos de matrimonio, ustedes entienden; era sólo rutina, como yo siempre lo hacía en la primera cita. Ella parecía ser una dama sensata, íntegra y de altos ideales. Tenía una inteligencia superior y una profundidad mental que le faltaba a la mayoría de las jovencitas. Yo estaba totalmente consciente de que ella carecía de sofisticación. De hecho, ella no estaba “aclimatada” a la gran ciudad. No tenía ninguna de las actitudes sociales arrogantes, ni ninguno de los modales artificiales adquiridos por productos de la educación “de refinamiento”, ni manierismos de la alta sociedad. De hecho, percibí que era un poco ingenua. Ella era completamente sincera para confiar y creer en las personas. Ella no había visto ni sabido mucho de la podredumbre y los males de este mundo. Tenía esa frescura inocente, completamente intacta, como la de un soplo de primavera.

Además, desde el instante en que apareció por primera vez en la granja de mi tía, había notado que ella era casi tan intrépida como un muchacho, activa y muy alerta. Todo lo que hacía, lo hacía rápidamente. Posteriormente supe que sus hermanos le tenían dos apodos: “Estampida” y “Ciclón”. Era muy divertida, y sin embargo seria; con la integridad natural de una jovencita rural de Iowa. Y, lo más importante de todo, ¡con fortaleza de carácter!

Rápidamente observé que, aunque era alerta y de mente activa, la suya no era una de esas mentes fugaces y activas pero superficiales. Era capaz de discutir cosas serias y profundas con inteligencia. Ella era una conversadora muy extrovertida, pero no superficial ni chismosa.

Aunque noté esto, e inmediatamente estuve bien consciente de estas cualidades, ningún pensamiento de estar enamorado o de matrimonio entró a mi mente. Pensaba en ella sólo como una prima. Quizás había disciplinado tanto mi mente con respecto al matrimonio que ésta automáticamente, evitaba tales pensamientos. ¡Pero definitivamente yo quería conocerla mejor!

¡Ella calificó para una segunda cita!

Después de la conversación en el restaurante, la cual debe haber durado más de hora y media, fuimos a ver una película. No recuerdo nada acerca de la película, pero sí recuerdo haber sostenido una mano suave y cálida.

Yo siempre me quedaba en el Hotel Brown en ese tiempo; un hotel residencial en el perímetro del área comercial. Después de la película caminamos hasta el lobby del hotel. Yo subí corriendo a mi cuarto, recogí un paquete de fotos de la familia que casualmente tenía en mi maleta, y regresé al lobby y le mostré las fotos a ella.

Recuerdo que entre estas estaba una “Carta de primos” que yo había iniciado. En lo que podía recordar de mi niñez, la generación de mi padre había mantenido una carta familiar circulando. Ésta hacía una ronda de costa a costa, quizás una vez cada nueve meses o cada año. Algunos de la familia Armstrong estaban en Nueva Jersey y en lugares de la costa Atlántica. Algunos estaban en Ohio e Indiana, algunos en Iowa, Colorado, y algunos en California. Cada vez que esta circulaba, mi padre se deshacía de su carta, la cual ya había hecho su recorrido, y escribía e iniciaba una nueva. Yo había organizado una “carta de primos” de nuestra generación más joven. Esta hizo unos dos recorridos, y aparentemente murió de muerte natural. Pero este gran paquete de cartas acababa de terminar su primer recorrido, y recuerdo habérselo mostrado a esta prima recién descubierta. Ella, sin embargo, era prima en tercer grado por el lado de la familia de mi madre. Esta carta familiar circular solo incluía a los primos “Armstrong”.

Después, la llevé a tomar el tren de la tarde para que regresara a casa.

He mencionado mi “sistema” para analizar a las chicas en la primera cita. Loma había sido analizada debidamente. Ella pasaba la prueba con un puntaje perfecto. Así que, ¡aprobó para una segunda cita!

De hecho, entre más lo pensaba, ella aprobaba pero ¡sin demora! Yo vivía en Chicago. Si iba a tener otra cita con esta joven dama tan atractiva en algún momento próximo, ¡decidí que tenía que ser al día siguiente!

Por consiguiente, esperé al tren de la mañana, llamé a mi primo Bert Morrow para que manejara hasta Beech para recogerme y (para sorpresa de todos), ¡allí estaba de nuevo para “ver a mi tía”! No recuerdo, ahora, cómo conseguí acercarme a Loma sin mi tía, pero recuerdo haber pasado tiempo considerable con ella allí. Y ella recuerda una caminata por el camino rural en la nieve profunda.

También recuerdo haber sostenido su mano de nuevo; muy para el disgusto de mi tío y mi tía. Después que partí, ellos comenzaron a advertirle en contra mía.

“Bueno Loma”, la amonestaron, “será mejor que dejes solo a Herbert. Él lee las revistas escritas por ese terrible Elbert Hubbard, y probablemente es ateo. ¡Probablemente ya ni siquiera va a la iglesia!

Pero yo le había pedido a Loma que me escribiera, y ella dijo que lo haría.

Así que ahora las “citas” continuarían por correo. Debo haberla tenido en mi mente mucho, porque le escribía casi todos los días, y recibía varias cartas a la semana de regreso.

Año y medio antes, yo había sentido que el territorio de Iowa estaba bastante “muerto” para los negocios nuevos para el Northwestern Banker. Había más oportunidades de negocios en Chicago. Pero ahora de repente, Iowa parecía haberse convertido en un territorio muy deseable de nuevo, y requería que lo visitara más frecuentemente.

El siguiente viaje a Iowa me parece que fue en algún momento en febrero. En un viaje posterior a Iowa en mayo o junio, tuvimos una cita doble en Des Moines con la amiga número uno de Loma y su prometido. En un parque de atracciones nos montamos en la montaña rusa; fue la primera vez en su vida que Loma lo hacía, ¡y también la última! Ella estaba tan asustada que inconscientemente se afirmó de mis pantalones con un agarre casi mortal, justo arriba de la rodilla, firmemente casi inmóvil hasta que nos detuvimos; ¡esto le causó mucha vergüenza y la burla de su amiga y su prometido! Ella era una persona tan recatada que esto fue ¡terriblemente mortificante!

Pero me estoy adelantando a la historia.

Mientras continuábamos conociéndonos por correspondencia, intercambiamos ideas sobre muchos temas. Yo quería saber qué le interesaba, lo que ella creía y cuáles eran sus ideas. Ella parecía tener altos ideales, y descubrí que estaba verdaderamente interesada en la verdad religiosa; más que yo. Yo virtualmente no tenía interés en la religión.

Parece que los negocios requirieron nuevamente mi presencia en Iowa en abril, y luego la primera semana de mayo.

Me “enamoré”

En nuestra correspondencia, habíamos intercambiado ideas e ideales sobre temas tales como los “besuqueos”. Por supuesto yo todavía nunca había hecho ningún avance con ella hacia esta dirección; excepto por sostener su mano unas pocas veces. Sus cartas decían que ella no creía en los “besuqueos”. Yo no habría sido un hombre joven normal si no hubiese determinado ponerla a prueba en eso.

Fue alrededor de un 7 u 8 de mayo que ella se reunió conmigo de nuevo en Des Moines. Durante la tarde, salimos a uno de los parques espaciosos donde se podían recoger flores silvestres.

Mientras estábamos sentados, o apoyados sobre nuestros codos sobre el pasto, me llegó la oportunidad para deslizar un brazo alrededor de sus hombros, e inclinándome hacia ella, le di un beso fuerte en sus labios. Ella no se resistió.

Sentándome de nuevo hacia atrás, le sonreí y le pregunté: “¿Ahora estás enojada conmigo?”. “Aa-já”, me sonrió ella.

Yo no estaba muy seguro sobre qué pensar ahora, después de que ella había expresado tal desaprobación a cualquier cosa de esta índole en sus cartas. Pero pronto supe que para ella este no fue simplemente un beso frívolo.

Regresamos al apartamento de mi tío Frank Armstrong y su familia. Yo tomaría un coche cama a la medianoche para la ciudad de Sioux, y ella se quedaría donde mi tío por esa noche.

Cuando llegó el momento de que yo partiera para tomar el tren, Loma salió al corredor del edificio de apartamentos para decirme buenas noches. ¡Repentina e impulsivamente, ella estiró sus brazos alrededor de mi cuello y me dio un beso muy intenso en los labios!

De repente comprendí que esto era en serio.

Me fui aturdido. No pude dormir esa noche por horas. Nada me había golpeado así antes. ¡Ese no había sido cualquier beso ordinario de “besuqueo”! ¡Sabía, como dicen ahora, que era de VERAS! Salió por impulso directo del corazón. ¡Ella me había besado porque realmente lo sentía! Esto me produjo una conmoción emocional interna, una experiencia totalmente nueva. Aturdido mentalmente, comencé a comprender que esto era el amor.

Sin embargo, me apresuro a añadir que este estremecimiento emocional que experimenté fue producido debido a las circunstancias que condujeron al mismo. Nadie pensaría que estar realmente enamorado lo golpea a uno con la clase de impacto emocional que yo experimenté.

A la mañana siguiente en la ciudad de Sioux, lo primero que hice fue llamar a un doctor que conocía. Le pregunté si había alguna razón por la que los primos en tercer grado no se debían casar.

Él solo se rio. “Ninguna en lo absoluto”, dijo él. “Los primos en tercer grado no son primos en lo absoluto, en cuanto a matrimonio se refiere”.

Regresando a Des Moines unos pocos días después, fui nuevamente a Motor. Fue en la noche del 13 de mayo. Caminamos por el borde de la carretera, pasando por la antigua iglesia cuáquera y el cementerio. Le dije a Loma que yo ahora sabía que estaba enamorado de ella.

¡La tragedia amenaza!

Esto pareció haberla impactado. Aparentemente ella no había pensado así sobre esto antes, pero ahora, repentinamente, se dio cuenta que si nos casábamos esto significaría vivir en Chicago, en entornos más cultos, y ella suponía, más sofisticados de los que había conocido. Comprender esto repentinamente la atemorizó.

Ella tartamudeó que no estaba segura.

¡Oír eso me cayó como una tonelada de ladrillos! En mi presunción y confianza yo nunca había dudado que si me enamoraba alguna vez, sería bien correspondido. ¡Ahora, de repente, comprendí que YO podría estar ante una tragedia! Pero sabía la respuesta correcta. Quisiera que más gente joven que se “enamora” de alguien que no está enamorado de ellos, pudiera saber esta respuesta correcta. Parece que la mayoría de jóvenes comienzan a tratar de convencer a la dama de que se case con ellos, de cualquier forma. Esa definitivamente no es la respuesta correcta.

“En ese caso, Loma”, dije triste y sobriamente, pero con firmeza, “No te quiero volver a ver nunca más, es decir, a menos, o hasta que tu descubras que tú también estás enamorada. Ciertamente no te pediría que te cases conmigo si no me amas. Esto solo arruinaría la vida de ambos; y te amo demasiado como para arruinar tu vida”.

Íbamos caminando de regreso a su casa, la cual quedaba en el segundo piso sobre el almacén. Nos sentamos por un tiempo en los escalones del almacén.

Fue momentáneamente difícil entender, ahora, porqué ella me había besado como lo hizo esa noche afuera de la puerta del apartamento de mi tío. ¿Estaba yo simplemente recibiendo mi paga por provocar que la primera muchacha a la que “besuqueé” alguna vez se enamorara de mí, cuando yo no la amaba?

Le pedí a Loma una explicación.

Entonces ella me explicó cómo el pensamiento repentino del matrimonio la había atemorizado. Ella y yo habíamos vivido en dos mundos diferentes. Yo había nacido y crecido en una ciudad, viajando mucho, era conocedor del mundo y era parte de este. Vivía en una de las ciudades más grandes y metropolitanas del mundo. Ella era una muchacha de área rural. ¿Cómo podría ella actuar y vivir en la sofisticación de una ciudad como Chicago?

“Loma”, dije seriamente, “tu eres un verdadero diamante. Quizás no hayas tenido el pulimento exterior de alguien adaptado a una universidad. La mayoría de esas chicas tienen pulimento exterior, pero no cualidades interiores. Es principalmente algo muy artificial y pretencioso. No es real. Pero tú eres real, Loma, y tienes calidad de buen carácter en todo aspecto. Puedo encargarme de poner ese pulimento que necesitarás. ¡No quiero, ni nunca podría amar toda esa pretensión y sofisticación frívola! Tú tienes todas las cualidades verdaderas para ser una buena esposa y madre de mis hijos. Es a ti a quien amo, y ahora sé que no puedo amar a nadie más. No te preocupes por la falta de entrenamiento social y sofisticación. ¡Eso se puede comprar a diez centavos la docena! ¡Eso es basura! ¡No lo quiero! Todo lo que quiero es que tu decidas si estás enamorada de mí como yo de ti”.

Entonces, poniéndome de pie, dije finalmente: “Solo quiero que me prometas una cosa. Apenas estés segura en tu propia mente, si estás enamorada, quiero que de alguna manera me envíes una sola palabra como mensaje: ‘si’ o ‘no’, y yo entenderé”.

Ella lo prometió. Caminamos hacia la casa de mi tía, una milla por la carretera. No hubo beso de despedida.

Capítulo 10: Los planes de matrimonio se complican por la guerra

Continúa en Planes matrimoniales complicados por la guerra

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