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HWA Portrait

La Trompeta

Autobiografía de Herbert W. Armstrong: Planes matrimoniales complicados por la guerra

Capítulo 10: Los planes de matrimonio se complican por la guerra

Continuación de Cómo conocí a mi esposa

Yo no tenía intención de regresar al almacén en el crucero de caminos de la “población” llamada Motor. Pero a la mañana siguiente, mi tía Emma Morrow necesitaba hacer algunas compras y me pidió que la llevara en su Modelo T Ford.

No recuerdo cómo mi tía logró que yo fuera a las habitaciones que estaban arriba. Pero recuerdo claramente haber estado en una habitación sentado sobre la cama, con mi tía al frente mío en una silla, y Loma Dillon sentada a mi lado, con la caja de fotos familiares antiguas sobre su regazo.

La respuesta sin palabras

Mientras mirábamos las fotos familiares, mi tía Emma nos dijo que mi tío George la había cortejado y que ellos se habían comprometido en matrimonio en esas mismas habitaciones de arriba, sobre el almacén. Entonces repentinamente, cuando mi tía y Bertha tenían sus ojos en una foto, Loma se inclinó y susurró en mi oído que tenía algo para decirme, un gran secreto. Yo “capté el mensaje” y apreté su mano, pero ninguno de nosotros les dio a los demás ninguna idea de lo que había sucedido frente a sus propios ojos.

No se dijo ni una palabra en el momento. Pero por supuesto Loma y yo sabíamos que yo había recibido la respuesta sin palabras. Ahora ella estaba segura. Y a la mañana siguiente, mientras esperábamos en la estación el tren que me llevaría a Des Moines, acordamos que estábamos comprometidos en matrimonio.

En realidad, yo nunca se lo había propuesto, es decir en muchas palabras. Simplemente sabíamos, y verbalmente acordamos que estábamos comprometidos.

La nube de la guerra

Pero aún la felicidad de saber que estábamos enamorados y comprometidos en matrimonio fue opacada por la guerra. Estados Unidos había entrado en la Primera Guerra Mundial, declarando guerra contra Alemania el 6 de abril, apenas cinco semanas y cuatro días antes de que nos comprometiéramos. Esto había dejado mi futuro seriamente en duda.

Inmediatamente después de la declaración de guerra, o apenas salió el llamado para alistamiento voluntario del Campo de Entrenamiento de Oficiales en Ft. Sheridan, Illinois, solicité ingresar.

El ejército no tenía una fracción de la cantidad necesaria de oficiales comisionados. Era imposible para West Point graduar la cantidad requerida rápidamente. Para suplir la emergencia, se establecieron inmediatamente Campos de Entrenamiento de Oficiales en varios lugares. Se tendría que dar entrenamiento intensivo a aspirantes calificados que finalmente proveyeran oficiales para entrenar reclutas y soldados oficiales en los grandes acuartelamientos de todo el país apenas éstos se pudieran construir.

Para ser admitido a un Campo de Entrenamiento de Oficiales, se requería que el candidato fuera graduado de la universidad o su equivalente. Al no tener un título, tres hombres de prominencia tenían que testificar el equivalente. Yo me alegré mucho al poder obtener una carta de Arthur Reynolds, presidente del banco más grande de Chicago, el Continental & Commercial National (ahora llamado el Continental-Illinois National), diciendo que él me había conocido personalmente por varios años (yo lo conocí cuando él era presidente del Des Moines National antes que se fuera para Chicago) y consideraba que yo había adquirido considerablemente más del equivalente a la educación de una universidad. Obtuve cartas similares de un representante de la Halsey-Stuart Co., banqueros inversionistas prominentes, y de mi amigo Ralph G. Johnson, director de la oficina de Chicago del Merchants Trade Journal.

Inmediatamente compré un manual militar de oficiales del ejército y comencé a estudiarlo. Además me matriculé en una clase de instrucción organizada para entrenamiento preliminar de candidatos a oficiales en una de las armerías. Pero como oficial del ejército yo ciertamente era un “principiante” como lo evidenció una foto que tenía de Ralph Johnson y yo tratando de hacer un saludo frente al Hotel Del Prado donde vivíamos juntos. Todavía no había aprendido que un soldado debe mantener sus talones juntos.

Intentando ser un oficial del ejército

Pasé exitosamente el examen físico, y recibí aviso de haber sido aceptado para admisión, con orden de presentarme en Ft. Sheridan en una fecha específica que ahora no recuerdo.

Luego, unos pocos días antes de entrar al campo, llegó un segundo aviso. Me decía que en el afán de última hora el ejército había recibido seis veces más de las solicitudes que podía aceptar, y consecuentemente la primera elección se le había dado a aquellos con experiencia militar previa, y en segundo lugar, a los hombres más altos. Yo sólo tenía la estatura promedio para ese tiempo. El aviso expresaba gran agradecimiento del gobierno por mi patriotismo, pero lamentablemente me notificaba que yo ahora no podía ser aceptado. Sin embargo, me decían que podía solicitar reclutamiento en la segunda sesión después de la graduación de los primeros, unos tres meses después.

Inmediatamente solicité ingreso en el segundo Campo de Entrenamiento de Oficiales. De nuevo fui aceptado, y me avisaron que me presentara en una fecha específica. Pero otra vez, finalmente, un exceso de solicitudes de hombres con previa experiencia militar o de hombres más altos me desplazó.

Solicité admisión en el servicio de intendencia, pensando que si no podía entrar al ejército como oficial, podría servir mejor en su departamento comercial que como soldado raso. Pero de nuevo el flujo de hombres que se enlistaron fue muy grande, y este departamento ya estaba lleno hasta el tope.

“Bueno”, dije un poco desalentado, “lo he intentado. Ahora voy a dejar que ellos me echen una soga al cuello para reclutarme y vengan por mí”.

Mientras tanto, como lo relaté antes, Loma y yo nos habíamos comprometido el 15 de mayo.

El problema matrimonial de todas las guerras

E inmediatamente enfrentamos el viejo problema que siempre han enfrentado las parejas comprometidas en tiempos de guerra. Muchos de mis lectores también enfrentaron este mismo problema, ya sea en la Primera o en la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea o la Guerra de Vietnam. Aquellos que lo han enfrentado lo entenderán.

Pensé que nuestro matrimonio debía ser pospuesto hasta después de la guerra, como la mayoría de los hombres piensan en tales momentos. Loma quería casarse antes de que yo me pusiera el uniforme, como usualmente lo desean la mayoría de las jóvenes enamoradas.

Nuestras discusiones les traerán recuerdos a aquellos que también se encontraban enamorados en tiempo de guerra.

“Supón”, argumenté, como quizás millones de hombres han argumentado, “que yo fuera herido seriamente y llegara a casa lisiado de por vida. No querría que tu estuvieras atada de por vida a un hombre discapacitado. Y que ya no fueras libre para casarte con otro”.

“Yo nunca querría casarme con nadie más”, respondió ella. “Y si tu volvieras a casa lisiado o discapacitado, entonces más que nunca yo querría ser tu esposa para ayudarte. Pero si no estuviéramos ya casados, entonces tú serías demasiado orgulloso para casarte conmigo; pensarías que me estoy casando contigo por lástima, y te rehusarías. Así que quiero ser tu esposa antes de que te vayas para el ejército”.

“Sí, pero podría ser muerto en acción, y entonces tú serías viuda. Prefiero dejarte soltera y libre para casarte con alguien más”.

“Si te mataran”, fue su respuesta inmediata, “entonces yo querría ser tu viuda. ¡Y en cuanto a enamorarme de alguien más, pon atención, Herbert Armstrong! ¿Piensas tú que podrías enamorarte de otra muchacha?”

“¡No, por supuesto que no!” respondí.

Y así continuamos. Tan pronto se me ocurría otra razón para esperar hasta después de la guerra, ella tenía una respuesta preparada. Simplemente no pudimos ponernos de acuerdo.

Finalmente, “te diré lo que haré”, concluí. “Llevaré nuestro problema al presidente de mi consejo de reclutamiento. Él es profesor universitario, el profesor J. Paul Goode de la Universidad de Chicago”.

Al final ella estuvo de acuerdo con esto. Uno de mis argumentos más fuertes contra el matrimonio antes de la guerra había sido el hecho de que miles se estaban casando para escaparse del reclutamiento. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, los hombres casados no estaban siendo reclutados. Aquellos que se casaron para escaparse del reclutamiento eran llamados en forma despectiva “holgazanes”. Yo no quería ser llamado un “holgazán”. Estaba seguro de que el Dr. Goode me aconsejaría a no casarme antes del servicio en la guerra.

Por consiguiente, apenas regresé a Chicago, busqué y obtuve una entrevista con el Dr. Goode. Él me escuchó atentamente, hizo preguntas, y reunió todos los hechos. Luego me sorprendió aconsejándome que me casara de inmediato con la señorita Dillon.

Por supuesto, es difícil recordar muchos detalles y fechas de tales eventos después de cuarenta y un años. Pero una carta a mi madre (quien estaba en Weiser, Idaho, y es parcialmente reproducida en este volumen), lo trae muy vívidamente a mi memoria.

Esa carta fue escrita la noche del viernes 20 de julio. Los primeros sorteos de los números serie de los reclutas (para determinar al azar cuáles hombres serían llamados al primer campamento), había tomado lugar en Washington, D.C., esa mañana. Mi número de registro era 1858. Ese fue uno de los primeros números que salieron. Escribí que me imaginaba que estaría entre los primeros 80.000 hombres reclutados en todo el país. Y puesto que en realidad se puso en servicio un ejército de unos cuatro millones, era evidente que yo sería llamado al campo de entrenamiento en el primer grupo.

Sin embargo, parecía que debido a demoras para construir y equipar los campos de entrenamiento el primer contingente no sería enviado al campamento antes del 1 de octubre.

Yo había ido a Motor, Iowa a visitar a Loma en este viaje y ahora iba de regreso a Chicago. Sin embargo, al hablar sobre las noticias de mi próximo reclutamiento, escribí en esa carta lo siguiente: “Es viernes por la noche, así que voy a regresar a Motor temprano en la mañana, para pasar el sábado y el domingo con Loma. Cada vez es más difícil estar lejos de ella, así que no puedo regresar a Chicago ahora sin otra visita. Loma todavía quiere casarse antes de que yo me vaya (al servicio). He puesto todas las objeciones posibles que se me ocurren, y son muchas, pero ella las desecha todas y dice que las ha considerado todas y aun así quiere (casarse primero)”.

Establecimos la fecha

A la mañana siguiente Loma y su padre fueron a la estación a encontrarme con su carro Ford. Yo le había dado a ella, por teléfono de larga distancia, las noticias del reclutamiento. Por primera vez ella no se veía hermosa. Estaba sollozando. Recostando su cabeza sobre mi hombro, sus lágrimas rodaban por mi pecho, ella sollozó que quería casarse antes de que yo fuera al campamento.

¿Qué hombre es lo suficientemente fuerte para resistir las lágrimas de una mujer?

Mi tía Emma había estado de parte de ella. El profesor Goode había estado de su parte. Y sus lágrimas estaban de su parte. Perdí la votación por unanimidad; porque esto cambió aún mi opinión a favor de ella, y yo accedí, como supongo que han hecho los hombres en tales circunstancias desde Adán y Eva.

Decidimos casarnos lo más pronto posible. Ella necesitaba una semana para hacer todos los preparativos para trasladarse a Chicago. Yo necesitaba una semana para ubicar un lugar donde pudiéramos vivir. Era el 21 de julio. Mi cumpleaños número 25 sería el 31, así que decidimos que ella sería el mejor regalo de cumpleaños de mi vida.

El domingo por la noche cogí el coche cama de Des Moines a Chicago. Loma pasó una semana ocupada cosiendo y preparándose. La esposa del ministro le hizo una despedida de soltera, a la que asistieron casi todos en el vecindario. La Sra. Gertie Shoemaker, madre de Irene, una de sus amigas de primer grado, trabajó con Loma sin cesar, cosiendo toda esa semana. Ella todavía es una de las mejores amigas de la Sra. Armstrong, a quien ella visita siempre que va a Iowa; y esa pequeña hija de primer grado de la Sra. Shoemaker actualmente es madre de una jovencita de 15 años, Mary Kay.

Mientras tanto, en Chicago, yo había tenido éxito para tomar arrendado por seis semanas un apartamento bien equipado de una familia que se iba de vacaciones. Estaba ubicado al lado norte en la avenida Wilson, entre la línea “L” Evanston y el lago.

El día de la boda

El lunes 30 de julio, Loma, acompañada por su padre y su madrastra (su madre había muerto cuando ella tenía 12 años), hizo sus últimas compras en Des Moines, y por la noche abordó el coche cama para Chicago. Habíamos acordado que ella se bajaría del tren en la estación del suburbio de Englewood, y yo la recogería allí.

Ella nunca dejó que yo olvidara que llegué 10 o 15 minutos tarde. Al no haber estado nunca antes en una ciudad tan grande, ella estaba asustada. Me llamó a la oficina, pero yo iba en camino en un tren “L” para recogerla.

Yo estaba imbuido del fulgor por la primera impresión que tienen los publicistas. En ese tiempo me sentía muy orgulloso de Chicago. Siempre disfrutaba mostrándoles a los visitantes lo más grande y más amplio de todo; los corrales de ganado más grandes del mundo, el almacén más grande, el teatro más grande (hasta que Nueva York construyó uno más grande). Quería que el primer vistazo de mi prometida del “circuito” de Chicago fuera el escenario del impresionante parque Grant, que dominaba el Boulevard Michigan. Así que la llevé en un tren “L” al tren urbano central de Illinois en el parque Jackson, y de ahí a la estación del tren urbano IC en el centro del parque Grant.

Caminamos por el periférico de Chicago hasta mi oficina, donde en ese tiempo estaba compartiendo una oficina privada con otro arrendatario; luego fuimos una cuadra al norte a Clark Street al edificio del condado y la Oficina de Licencias Matrimoniales, donde obtuvimos una licencia matrimonial.

Almorzamos en el restaurante chino más famoso de entonces en Chicago, King Joy Lo's. Regresamos al parque Jackson por el South Side, tomamos algunas fotografías, y luego fuimos al Hotel Del Prado donde yo había vivido por casi dos años. Le pedí a la señorita Lucy Cunningham, la “niña” de 70 años más popular que residía en Del Prado, que nos acompañara como testigo en la ceremonia matrimonial. Ella llevó a Loma a su cuarto para que tomara un descanso para relajarse y refrescarse. Luego los tres caminamos una distancia corta hasta la residencia del Dr. Gilkey, pastor de la iglesia bautista de Hyde Park. Yo admiraba mucho su predicación.

Yo había hecho arreglos por anticipado para la boda en casa del Dr. Gilkey. Pero inesperadamente, él había sido llamado para salir de la ciudad. Pero su suegro, un Dr. Brown, pastor de la iglesia bautista de Oak Park, estaba allí para realizar la ceremonia. El Dr. Brown era un hombre muy apuesto y de apariencia distinguida. La Sra. Gilkey fue la segunda testigo.

Y así, en lo que yo siempre he pensado que fue la ceremonia matrimonial más agradable, pequeña y sencilla que alguna vez haya visto, con sólo cinco personas presentes, nos casamos para el resto de nuestras vidas naturales, y le puse la argolla de matrimonio en su dedo y besé a mi amada esposa.

Desde entonces yo mismo he oficiado tantas bodas que hace tiempo perdí la cuenta, algunas de las cuales han sido más elaboradas, con muchos invitados, y algunas tan sencillas y simples como la nuestra. Pero de alguna forma siempre he pensado que no hay mejor boda que una ceremonia sencilla, simple y sin ostentación de vestido formal, con sólo el ministro y dos testigos presentes.

Pienso que generalmente son las madres de las novias quienes diseñan las bodas lujosas.

En cualquier caso, nos casamos, no como tanta gente engañada lo hace ahora, “hasta que el divorcio nos separe”, sino “hasta que la muerte nos separe”.

El llamamiento no reconocido

Nuestro primer hogar nos pareció que era un apartamento precioso. Por supuesto que lo tuvimos solo por seis semanas, pero fue agradable mientras duró. Tenía que ser el sustituto de la luna de miel. La playa estaba sólo a dos cuadras abajo en la Avenida Wilson. Pasamos muchas horas allí.

Una noche mi esposa tuvo un sueño tan vívido e impresionante que la sobrecogió y la impactó tremendamente. Fue tan real que le pareció ser más bien una visión. Por dos o tres días después de eso todo lo demás parecía irreal, estaba como aturdida, y sólo este sueño extraordinario le parecía real.

En su sueño ella y yo íbamos cruzando la gran intersección, sólo a una o dos cuadras de nuestro apartamento, donde Broadway cruza diagonalmente con la Sheridan Road. De repente apareció algo asombroso arriba en el cielo. Era un espectáculo deslumbrante; el cielo se llenó de una masa sólida gigantesca de estrellas brillantes, con la forma de una pancarta gigantesca. Las estrellas comenzaron a estremecerse y separarse, desapareciendo finalmente. Ella llamó mi atención a las estrellas desvanecedoras, cuando otro grupo enorme de estrellas que destellaban apareció, y luego se estremecieron, se separaron y desaparecieron como las primeras.

En su sueño, mientras ella y yo mirábamos hacia arriba a las estrellas que se desvanecían, tres grandes aves blancas aparecieron repentinamente en el cielo entre nosotros y las estrellas que desaparecían. Estas grandes aves blancas volaron directamente hacia nosotros. A medida que se acercaban descendiendo, ella percibió que eran ángeles.

“Luego”, escribió mi esposa uno o dos días después del sueño, en una carta a mi madre que acabo de encontrar entre antiguas fotos de la familia, “me di cuenta de que Cristo iba a venir; yo estaba tan feliz que estaba llorando de gozo. Entonces repentinamente pensé en Herbert y me preocupé bastante”.

Ella sabía que yo había demostrado muy poco interés religioso, aunque habíamos asistido a una iglesia de la esquina dos o tres veces.

Luego pareció en su sueño que de estos ángeles, “Cristo descendió de en medio de ellos y se paró directamente en frente de nosotros. Al comienzo yo estaba un poco dudosa y temerosa de cómo nos recibiría, porque recordaba que habíamos descuidado nuestro estudio bíblico y teníamos nuestras mentes demasiado en cosas diferentes de Sus intereses. Pero a medida que nos acercamos a Él, Cristo puso Sus brazos alrededor nuestro, y estábamos muy felices. Yo pensaba que toda la gente del mundo lo había visto venir. Hasta donde podíamos ver, la gente simplemente se estaba amotinando en las calles en esta gran intersección. Algunos estaban agradados y otros estaban temerosos”.

“Luego pareció que Él se había transformado en un ángel. Yo estaba muy desilusionada al comienzo, hasta que él me dijo que Cristo realmente vendría en un tiempo muy breve”.

En ese tiempo, habíamos estado yendo con bastante regularidad al cine. Ella le preguntó al ángel si esto era malo. Él contestó que Cristo tenía trabajo importante para que nosotros hiciéramos, en preparación para Su venida, así que no habría tiempo para “películas”. (Ese era el tiempo de las películas mudas). ¡Luego el ángel y todo el espectáculo pareció desaparecer, y ella despertó, conmocionada y asombrada!

En la mañana, ella me dijo de su sueño. Yo estaba incómodo. No quería pensar sobre esto, sin embargo estaba temeroso de rechazarlo totalmente. Pensé en una forma lógica de evadirlo, y aun así resolverlo.

“Por qué no se lo cuentas al ministro de la iglesia de la esquina”, sugerí con indiferencia, “y le preguntas si esto significa algo”.

Con eso, logré sacarlo de mi mente.

Permítanme decir aquí que casi 99.999 veces de 100.000, cuando la gente piensa que Dios les está hablando en un sueño o visión en este tiempo y era, es pura imaginación, o alguna forma de auto hipnotismo o autoengaño. Solo que, a la luz de los eventos subsiguientes, he llegado a creer que este sueño fue un llamamiento genuino de Dios.

No le atribuya un sueño a Dios, precipitadamente. Es verdad, la Biblia muestra que Dios le ha hablado a Sus siervos elegidos por este medio de comunicación, principalmente en el Antiguo Testamento, y ésto antes de que se completara la escritura de la Biblia. Pero la mayoría de los sueños no significan nada. Y los falsos profetas han engañado a la gente diciéndoles sueños falsos, figurándose que sus sueños son la Palabra de Dios (Jeremías 23, donde Dios dice: “Yo estoy contra los profetas que cuentan sueños mentirosos, desviando a mi pueblo con sus mentiras y con sus pretensiones vanas, aunque yo nunca les envié ni les comisioné” versículo 32, traducción Moffatt).

Ciertamente yo no le atribuí este sueño a Dios. El sueño me hacía sentir un poco incómodo en el momento, y yo estaba ansioso por olvidarlo, lo cual hice por algunos años. En aquel tiempo tenía 25 años. Dios dejó que siguiera mi camino por cinco años más. Pero cuando tenía 30 años, El comenzó a tratar conmigo en términos no inciertos, y desde aquel momento toda iniciativa en los negocios o para hacer dinero que yo intentaba se convertía en una derrota total.

La clasificación del reclutamiento

Cuando las personas que nos arrendaron el apartamento regresaron, nos quedamos en la habitación que habíamos ocupado unos días más. Un amigo de ellos que era recepcionista en el Hotel Sherman estaba buscando unos inquilinos temporales en condiciones similares. Su esposa y sus hijos se iban a ir un mes. Dejó un cuarto para él y nos arrendó el resto del apartamento por ese mes. Luego nos trasladamos a una habitación sencilla de un apartamento ocupado por la Sra. Brookhart en el mismo vecindario general de North Side, donde teníamos comedor y cocina a veces cuando la Sra. Brookhart no los estaba usando. Hacia este tiempo supimos que seríamos padres.

Fue hacia esta época, probablemente al final de septiembre, que el consejo de reclutamiento tuvo sus cuestionarios listos para ser llenados. El cuestionario incluía una pregunta sobre el estado civil, y si había niños o embarazo, y también una pregunta sobre la afiliación religiosa. Yo escribí “cuáquero”, pero sabiendo que a los cuáqueros se les había garantizado exención como objetantes por conciencia, escribí las siguientes palabras: “no pido la exención debido a mi afiliación a la iglesia”.

Yo todavía esperaba ir al campo militar apenas los campamentos estuvieran listos. Pero no me llamaron, y unas pocas semanas después recibí mi carta de clasificación de reclutamiento. El Dr. Goode lo había marcado personalmente como “No combatiente, clase iv”, probablemente porque recordaba que yo me había casado por su consejo personal, sin la intención de evadir el ejército.

He mencionado que vendía espacio publicitario escribiendo primero el texto para venderlo. Estos anuncios siempre eran revisados cuidadosamente por mi esposa antes de enviarlos a los potenciales anunciantes. Las encuestas hechas se discutían y se planeaban con la participación activa de ella. Desde el momento de mi matrimonio, siempre hemos sido socios en cualquier trabajo que yo tenga.

Recuerdo que no muchos días después de que nos casamos, ella dijo: “Dicen que una esposa construye o destruye a su esposo. ¡Bueno, solo obsérvame construir al mío!”. Pero no se queden con la impresión de que ella “llevaba los pantalones” en nuestra familia. Ella era una mujer de propósito, de ideas, visión, profundidad mental, ingenio y gran iniciativa. Pero la responsabilidad de ser la cabeza de la familia era mía, y yo la he asumido.

Una llamada de emergencia

Alrededor de la una de la tarde recibí una llamada telefónica de mi esposa. Era una llamada desesperada de emergencia. Ella estaba sollozando así que difícilmente podía hablar. “Algo terrible ha sucedido”, dijo ella entre sollozos. “¡Apúrate! ¡Ven a casa rápido!”

“¿Qué ha sucedido?” pregunté. Ella no me pudo decir por teléfono. “¡Solo ven a casa rápido, apúrate! ¡Oh, es terrible! ¡Apúrate!”

Corrí apresuradamente al ascensor, y salí a la calle, donde detuve un taxi. No había tiempo para tomar el tren “L”. Le pedí al conductor del taxi que se fuera a toda velocidad a nuestro domicilio.

Subí corriendo las escaleras, dos escalones a la vez, y corrí a nuestro apartamento y tomé a mi esposa sollozante en mis brazos.

“¿Pero qué es lo que pasa?” insistí.

Entonces ella me dijo, todavía sollozando que ¡ella había perdido la confianza en dos mujeres!

“¡Esas mujeres me dijeron historias asquerosas!”

La gente del segundo apartamento que habíamos ocupado después de la boda, le había presentado a una mujer mayor. Ella parecía ser una dama anciana, amable y buena. Mi esposa había ido a visitarla varias veces.

En este día particular, esta dama estaba agasajando a mi esposa y a otra mujer, a la hora del almuerzo. Estas dos mujeres comenzaron a contar historias sucias y a reírse de éstas. Ella nunca antes había oído ese tipo de lenguaje de la boca de una mujer. ¡Ella estaba horrorizada! Buenos modales o no, ella pidió permiso de repente, y huyó del apartamento de la mujer. Continuó corriendo todo el camino hasta nuestro apartamento e inmediatamente me llamó.

¡Yo miré con incredulidad a mi inocente, ingenua y confiada esposita!

“¡Y eso es todo!” exploté, casi sin palabras. “¡Mira esto, Loma! ¿Quieres decir que me llamaste para que saliera de una conferencia de negocios importante, e hiciste que desperdiciara pagando taxi para venir aquí, por nada más serio que eso?”

Mi dulce y confiada esposa estaba tan quebrantada de tener que perder la confianza en la gente, que vi necesario quedarme con ella el resto del día. Dimos una larga caminada por Sheridan Road, y luego fuimos probablemente a una película para sacar la mente de esto.

La desilusión que ella experimentó en Chicago le causó mucho sufrimiento. Ella aprendió que muchas si no la mayoría de las personas en una gran ciudad metropolitana se han vuelto duras, desconfiadas, egoístas y más mecánicas que humanas.

Capítulo 11 Nuestro primer hijo

Continúa en Nuestro primer hijo

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