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Las siete leyes del éxito (séptima parte)

Continuación de Las siete leyes del éxito (sexta parte)

La primera ley

Ciertamente, nada puede ser más importante en la vida que saber lo que es el éxito verdadero y cómo alcanzarlo.

¿Cuál es, pues, la primera ley del éxito? Antes de enunciarla debo aclarar que en el presente folleto nuestro propósito no es analizar los principios morales y espirituales como rectitud, paciencia, lealtad, cortesía, confianza, puntualidad, etc., pues éstos están incluidos automáticamente en las siete reglas. Damos por sentado que no se puede obtener el éxito sin estos principios fundamentales del carácter.

Por otro lado, muchos que son honrados y rectos nunca han practicado específicamente ninguna de las siete leyes del éxito. Muchos pueden ser leales, tener paciencia y cortesía y ser puntuales, sin alcanzar jamás el éxito porque no aplican una sola de las siete leyes específicas y definidas. Aun así, cada una de estas leyes es muy amplia en su alcance.

He aquí, pues, la primera ley del éxito: fijarse la meta correcta.

No se trata de una meta cualquiera. La mayoría de los hombres “prósperos” que hemos mencionado tenían sus metas y se afanaron incansablemente por alcanzarlas. Pero metas como hacer fortunas, volverse “importante” a los ojos de la gente y disfrutar del placer pasajero de los cinco sentidos, han regado el camino de la historia con temores, preocupaciones, angustias, conciencias atribuladas, penas, frustraciones, vidas vacías y muerte.

Esas cosas pueden tenerse y disfrutarse juntamente con el verdadero éxito, pero por sí solas no lo traen. Tener la meta correcta incluye algo más.

En otras palabras, la primera ley del éxito incluye el poder definir el éxito. Una vez que nos hayamos enterado de lo que es el éxito, debemos convertirlo en la meta principal de nuestra vida.

¿Sabía el lector que la mayoría de las personas jamás se lijan una meta definida en sus vidas? En realidad la mayoría, como ya lo hemos dicho, ¡no saben ni aplican siquiera UNA SOLA de las siete leyes del éxito!

Muy pocas personas parecen tener algún objetivo en la vida. Simplemente viven “a la deriva”, por así decirlo.

Si uno ahorra dinero para disfrutar de unas vacaciones en cierto lugar, seguramente pasa muchos días de emocionada expectación haciendo los planes de su viaje. Tiene un destino definido y todos los planes se trazan con el fin de llegar a ese destino o meta. La persona sabe hacia dónde quiere ir; de otra manera, ¿cómo piensa llegar allá?

Como ya dijimos, la mayoría no tienen ningún propósito en la vida, simplemente son víctimas de las circunstancias. Nunca planearon intencionalmente estar en el empleo u ocupación en el que hoy se encuentran. No escogieron el lugar donde viven, es decir, no lo planearon así. ¡Simplemente han sido llevados por las circunstancias! Tales personas se han dejado llevar a la ventura sin hacer esfuerzo alguno por dominar y controlar las circunstancias.

La primera ley del éxito, repetimos, es fijarse la meta correcta… no cualquier meta. Uno podría fijarse una meta en la cual se tuviera poco o ningún interés y acabar por llevar una vida inactiva. La meta correcta despertará ambición, la cual es más que sólo un deseo: es deseo con incentivo, es determinación y voluntad de lograr lo deseado. La meta correcta se deseará tan intensamente que provocará un esfuerzo resuelto y vigoroso. Le infundirá ánimo al individuo.

Debería existir un propósito trascendental en nuestra vida. Muy pocos han conocido un propósito así. A lo largo de los siglos y los milenios, los grandes pensadores y filósofos han reflexionado en vano deseando saber si la vida tiene un propósito verdadero. Sócrates, Platón y Agustín, entre otros, especularon y razonaron al respecto; sin embargo, el verdadero significado de la vida siempre les eludió. El asunto más profundo y más importante de la vida quedó en el misterio; era para ellos ¡un enigma insoluble!

SI ACASO alguien pudiera descubrir el propósito supereminente, ese propósito definido para el cual los humanos fuimos puestos sobre la tierra, SI ACASO pudiera descubrir un potencial humano que trascendiera la existencia temporal, se supone que tal propósito sería la meta que provocaría una ambición dinámica.

Pero … ¡ay! ¿Quién ha descubierto alguna vez tal propósito, tal finalidad de la vida?

¿No había algo más excelente por lo cual pudieran haberse esforzado los dos prominentes banqueros amigos míos? ¿No había algo mejor que el sólo disfrutar de su pasajera prosperidad … para luego ser olvidados por sus sucesores? Después de todo, ¿qué es lo que hace la vida digna de vivirse?

Repetimos: La primera ley del verdadero éxito es ¡fijarse la meta correcta! Los hombres que hemos mencionado se encontraban entre los más eminentemente prósperos de este mundo, y todos tuvieron metas y aplicaron con diligencia las seis primeras leyes del éxito. Pero por desconocer la séptima no supieron aplicar debidamente la primera, y su éxito fue pasajero. 

Continúa en Las siete leyes del éxito (octava parte)

SEV, AD