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Coqueteando con la dictadura

(ALEX WONG/GETTY IMAGES)

Coqueteando con la dictadura

Un primer ministro que dijo que admiraba la tiranía china se la trae a casa a los canadienses.

Así es como se ve el colapso de un país occidental, liberal, democrático y amante de la libertad. Canadá quedó bajo la ley marcial después de que su Cámara de los Comunes aprobara los poderes de emergencia invocados por el primer ministro Justin Trudeau para reprimir las protestas contra los mandatos de vacunación. La disputa gira en torno a la insistencia del gobierno en que los camioneros y otros trabajadores del transporte se vacunen contra la covid-19 si quieren entrar en Canadá. Detuvieron a algunos manifestantes, remolcaron sus camiones y congelaron sus cuentas bancarias.

Muchos han acusado a Justin Trudeau de actuar como un dictador. El diputado conservador Andrew Scheer señaló que el primer ministro aceptó reunirse con los indios americanos que bloqueaban el paso de un oleoducto previsto para 2020, pero se negó a negociar con los camioneros que no querían vacunarse.

Sheer no es la única figura destacada que hace esta comparación. El político rumano Cristian-Vasile Terheș comparó a Trudeau con el dictador comunista Nicolae Ceaușescu, que gobernaba Rumania con mano de hierro cuando Terheș era un niño. El presentador Dennis Prager reflexionó abiertamente sobre si Canadá era ahora la Cuba de Norteamérica. El Wall Street Journal acusó a Trudeau de actuar como un “dictador de pacotilla”. El prominente empresario multimillonario Elon Musk lo comparó con Adolfo Hitler.

Tal vez los canadienses deberían haber prestado más atención en 2013, cuando Trudeau dijo a un grupo de recaudadores de fondos lo siguiente: “La verdad es que siento cierta admiración por China porque su dictadura básica les permite cambiar su economía en un instante”. El padre de Justin Trudeau, Pierre Elliot Trudeau, pronunció un encendido discurso en 1942 en el que pedía a los canadienses que se levantaran, derrocaran su gobierno capitalista y establecieran una dictadura socialista. Ahora parece que el joven Trudeau puede haber cumplido el sueño de su padre secuestrando el gobierno de Canadá desde dentro.

Convoy de la libertad

La crisis de la covid-19 ha ofrecido a los líderes autoritarios de todo el mundo la oportunidad de transferir el control de la vida de los ciudadanos al gobierno. Sin embargo, Canadá ha experimentado mucho más dolor por la pandemia que otras naciones.

El Índice de Miseria por la covid del Instituto Macdonald-Laurier situó a Canadá en el sexto lugar en su análisis de 15 naciones en cuanto al grado de miseria que la pandemia está provocando en sus ciudadanos. El índice demostró que otras naciones lograron mantener las tasas de hospitalización y muerte a niveles comparables con los de Canadá sin necesidad de cierres y restricciones severas. El gobierno de Trudeau hizo caso omiso de estos resultados. En lugar de aligerar y devolver a los ciudadanos sus derechos, el 15 de enero impuso un nuevo mandato que exige a los camioneros presentar una prueba de vacunación en la frontera si quieren entrar a Canadá.

Esta fue la proverbial gota que colmó el vaso. En una semana, miles de camioneros comenzaron a reunirse en la caravana más larga de la historia de la humanidad. Ya estaban hartos. Comenzando en Columbia Británica y recorriendo 3.200 kilómetros en siete días, unos 11.000 camiones se unieron a la caravana que se extendió hasta 150 kilómetros, de camino a la capital de la nación, Ottawa. El primero de los cientos de camiones de este “Convoy de la libertad” entró a la ciudad el 29 de enero.

Inicialmente, Trudeau desestimó el convoy como la protesta de una “minoría marginal”, pero miles de canadienses a lo largo de la ruta salieron y se alinearon en los pasos elevados sosteniendo carteles, agitando banderas, lanzando fuegos artificiales y animando a los camioneros. Una campaña de recaudación de fondos en línea recibió más de 120.000 donaciones por un valor de casi 8 millones de dólares para ayudar a pagar el combustible y otros gastos. En una sola semana recaudaron más que los cinco partidos políticos principales de Canadá en todo el cuarto trimestre de 2021, combinados. El corresponsal de la Trompeta en Canadá, Abraham Blondeau, informó que “nunca había visto una causa que uniera a los canadienses e inspirara muestras de patriotismo como lo ha hecho este movimiento”.

Varios miembros del parlamento canadiense aplaudieron el Convoy de la libertad y condenaron los mandatos de vacunación del régimen de Trudeau, mientras que el líder del Partido Conservador, Erin O’Toole, aceptó reunirse con los manifestantes y publicó un video en Internet en el que señalaba cómo los mandatos de vacunación de Trudeau dejarán sin trabajo a decenas de miles de canadienses, aumentarán la escasez y los precios de los productos y alimentos, y dejarán que los productos se pudran en las bodegas de Estados Unidos, el mayor socio comercial de Canadá.

Trudeau calificó de alarmistas esas declaraciones y luego se escondió, literalmente, antes de que llegaran los camioneros y se estacionaran en la calle Wellington y en el centro de la ciudad. Afirmó haber contraído covid-19 asintomático y que, por lo tanto, necesitaba ponerse en cuarentena en un lugar no revelado. Aun así, dio declaraciones grabadas en las que asociaba a los camioneros con el nazismo, el racismo, el vandalismo y el odio, mientras ideaba un plan para deshacerse de los manifestantes.

Luchando contra la tiranía

Con el convoy en Ottawa, muchos manifestantes declararon que no se irían hasta que se derogaran todas las restricciones y mandatos por la covid-19. Los medios de comunicación corporativos calumniaron a los manifestantes como fascistas y nacionalistas blancos, pero las imágenes de video de las protestas revelaron una imagen muy diferente. Numerosos informes mostraron a los camioneros en la Colina del Parlamento y en otros lugares siendo educados, felices y nada violentos. Los videos muestran a los camioneros y a otros manifestantes en grandes multitudes ondeando banderas canadienses, jugando hockey en la calle, recibiendo café y otros regalos de los canadienses que les apoyan y coreando “¡Libertad!”.

Una bandera con una esvástica fue vista en Ottawa cuando el diputado del Partido Conservador Michael Cooper salió a mostrar su apoyo a los manifestantes. Pero ocurrió cuando un manifestante caminó muy notablemente detrás de Cooper mientras era entrevistado por un canal de noticias, lo que llevó a muchos a sospechar que el manifestante era en realidad un izquierdista tratando de desacreditar las protestas. Sin embargo, los medios aprovecharon la oportunidad para redoblar su discurso de que la protesta estaba llena de supremacistas blancos.

Después de que Trudeau saliera de su escondite el 7 de febrero, habló en una sesión de emergencia del parlamento para condenar a los manifestantes por “intentar bloquear nuestra economía, nuestra democracia y la vida cotidiana de nuestros ciudadanos”. No comprendió lo irónico de su declaración: las protestas eran contra los mandatos de las vacunas que bloqueaban la economía, subvertían la democracia y perturbaban la vida cotidiana de los ciudadanos. Y el gobierno estuvo ignorando estas preocupaciones.

Mientras cientos de manifestantes seguían en Ottawa, un nuevo grupo de manifestantes comenzó a reunirse en el Puente Ambassador, que conecta Detroit (Michigan) con Windsor (Ontario). Este puente es el paso fronterizo terrestre internacional más transitado de Norteamérica y representa casi un tercio del comercio anual en ambos sentidos entre Canadá y EE UU, por lo que bloquearlo seguramente llamaría la atención del gobierno canadiense. Los manifestantes tenían razón. Pero en lugar de reconsiderar los mandatos de la vacuna covid-19 y las restricciones sociales relacionadas, Trudeau hizo algo muy diferente. El 14 de febrero, invocó la Ley de Emergencias, declarando básicamente la guerra a su propio pueblo.

Medidas de guerra

Este estatuto es el sucesor de la Ley de Medidas de Guerra. Sólo se ha utilizado tres veces en la historia de Canadá: durante la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial y, la más controvertida, durante la Crisis de Octubre en 1970. En esa tercera ocasión, el primer ministro Pierre Trudeau suspendió las libertades civiles para detener a los terroristas y rescatar a un viceprimer ministro provincial secuestrado y a un diplomático británico.

A diferencia de su padre, Justin Trudeau suspendió las libertades civiles para detener una protesta pacífica e incluso festiva y obligar a miles de ciudadanos respetuosos de la ley a someterse a la vacunación o a perder sus empleos. La Ley de Emergencias otorgó a su régimen poderes normalmente reservados a las emergencias nacionales como el estado de guerra, tales como dispersar y detener a los manifestantes y congelar las cuentas bancarias de cualquier persona relacionada con las protestas. Y Trudeau no perdió tiempo en utilizar estos poderes. La policía canadiense desalojó inmediatamente el Puente Ambassador y detuvo a casi 200 personas en el centro de Ottawa. Y no fueron nada amables al respecto: dispararon gases lacrimógenos y utilizaron garrotes. Un video mostraba a los agentes montados pisoteando a una anciana indígena con sus caballos. Y Rebel News en Canadá publicó mensajes entre miembros de la Real Policía Montada de Canadá que revelaban que los oficiales realmente querían dañar a estos miembros del público que protestaban.

Mientras tanto, la Real Policía Montada de Canadá congeló 206 productos financieros, incluidas las cuentas bancarias y corporativas, de quienes participaban en las protestas. Un miembro reveló que la policía montada congeló la cuenta bancaria de una madre soltera que gana el salario mínimo porque donó 50 dólares a una protesta contra los mandatos de vacunas antes de que el gobierno advirtiera a la gente que dejara de donar a las protestas de los camioneros.

Muchos conservadores expresaron su oposición a las medidas de Trudeau. Trudeau respondió: “Los miembros del Partido Conservador pueden estar con la gente que agita esvásticas; pueden estar con la gente que agita la bandera confederada. Nosotros elegiremos estar con los canadienses que merecen poder llegar a sus trabajos y poder recuperar sus vidas”. No captó la ironía de que sus cierres dictatoriales, incluso antes de la Ley de Emergencia, impedían a millones de canadienses llegar a sus puestos de trabajo y recuperar sus vidas. No captó la ironía de que era el hijo de un simpatizante fascista que calumniaba a los conservadores como nazis cuando algunos de los conservadores presentes en la sala eran nietos de sobrevivientes del Holocausto. Cuando se le señaló este hecho, se negó a disculparse.

El 21 de febrero, la Cámara de los Comunes de Canadá ratificó el uso de los poderes de emergencia por parte de Trudeau en una votación de 185 a 151, convirtiendo básicamente a Trudeau en el dictador de Canadá. Si un grupo de camioneros que bloquean un puente y juegan al hockey frente a la capital constituye una amenaza lo suficientemente grande como para que el primer ministro necesite poderes de guerra para manejarla, entonces cualquier manifestante en contra de las políticas del régimen de Trudeau corre el riesgo de ser arrestado y de que se le congelen sus activos financieros.

Trudeau puso fin a las medidas de guerra el 23 de febrero, diciendo que ya no había emergencia nacional ahora que los manifestantes se habían dispersado. Sin embargo, el apoyo abrumador que obtuvo del Partido Liberal canadiense ha demostrado que puede declarar otro estado de emergencia cada vez que un grupo de personas se levante contra sus tomas ilegales de poder. El Wall Street Journal tiene razón: Trudeau está actuando como los dictadores de pacotilla que su padre tanto alabó.

Amarga aflicción

Durante décadas, el difunto Herbert W. Armstrong enseñó que EE UU y la Mancomunidad Británica descendían de las antiguas tribus israelitas de Manasés y Efraín. Esta verdad significa que profecías del tiempo del fin como Oseas 7:8-9 se refieren en realidad a EE UU y Canadá actuales mezclándose con pueblos extranjeros y, por extensión, con ideologías extranjeras como el comunismo. Las ideas de extrema izquierda presentadas por el Partido Demócrata de EE UU y el Partido Liberal de Canadá no se basan en los valores tradicionales y la virtud bíblica. Son ideas que fueron introducidas en el Israel del tiempo del fin desde las universidades alemanas y rusas. Por décadas, estas ideologías antibíblicas han “devorado” subversivamente la fuerza de EE UU y Canadá mientras el ciudadano promedio “no lo sabe”.

“Lo que no comprendemos, en la lucha con Rusia, es esto”, escribió el Sr. Armstrong en 1956, durante la Guerra Fría. “No estamos luchando contra una sola nación en una guerra militar, sino contra un gigantesco ejército mundial vestido de civil, disfrazado de partido político, que pretende conquistar el mundo con un nuevo tipo de guerra. Es un tipo de guerra que no entendemos ni sabemos cómo enfrentar. Utiliza todos los medios diabólicos para debilitarnos desde adentro, minando nuestras fuerzas, pervirtiendo nuestra moral, saboteando nuestro sistema educativo, destrozando nuestra estructura social, destruyendo nuestra vida espiritual y religiosa, debilitando nuestro poder industrial y económico, desmoralizando nuestras fuerzas armadas, y finalmente, después de tanta infiltración, ¡derrocando nuestro gobierno por la fuerza y la violencia! ¡Todo esto, hábilmente disfrazado de partido político inofensivo!”.

Al igual que Barack Obama en EE UU, Justin Trudeau tuvo como mentores a comunistas y simpatizantes comunistas. Estos hombres llegaron al poder fingiendo ser más moderados de lo que son en realidad. Pero la crisis del coronavirus está exponiendo las verdaderas identidades de estos hombres. Son comunistas que utilizan la covid-19 para debilitar el poder industrial y económico de EE UU y Canadá, al tiempo que se potencian a sí mismos y a sus aliados políticos a costa de su propio pueblo.

Esta es una realidad aleccionadora que, de hecho, fue profetizada en la Biblia. Como mi padre, Gerald Flurry, explicó en su artículo “Qué pasará después de que Trump recupere el poder”, 2 Reyes 14:26-27 es una profecía sobre un tiempo en el que las naciones de Israel en el tiempo del fin sufren una aflicción tan amarga que amenaza con destruirlas completamente. Así que Dios tiene que levantar un tipo de rey Jeroboam ii del tiempo del fin que haga retroceder a los que causan la aflicción por un tiempo suficiente para dar a la gente una última oportunidad de arrepentirse.

Hoy, la izquierda radical está dispuesta a borrar las libertades políticas, los valores culturales y las virtudes bíblicas que hicieron de EE UU y Canadá grandes naciones. Dios va a tener que intervenir para salvarnos del abismo una última vez. ¿Pero por qué? ¿Nos está salvando sólo para “volver a tener lo de antes”, como han expresado muchos camioneros y otros?

Volver a la situación de hace 20 años no es la respuesta. Mientras se asoma al precipicio y siente que le empujan hacia él, es el momento de darse cuenta de que sólo tiene una esperanza. Esa esperanza no está en los camioneros patrióticos, en un partido político, en Erin O’Toole ni en Donald Trump. Su única esperanza depende completamente del arrepentimiento del pecado (Amós 7:8). Depende de reconocer no sólo que nuestros líderes, nuestros partidos y nuestros movimientos son imperfectos, sino que usted, sí, usted mismo es imperfecto. “Dios ha hecho de Canadá una de esas naciones que no pueden ser conquistadas ni destruidas”, dijo el político británico Norman Angell, “excepto por sí misma”.

Si usted está listo para enfrentar lo que necesita enfrentar, listo para darse cuenta de la responsabilidad individual que cada uno de nosotros tiene hacia el Dios que hizo grande a EE UU y Canadá en primer lugar, solicite su ejemplar gratuito de Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía, de Herbert W. Armstrong.


ESTADOS UNIDOS Y GRAN BRETAÑA EN PROFECÍA

La gente del mundo occidental estaría sorprendida y boquiabierta, ¡si lo supieran! Los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Australasia y África del Sur pondrían en marcha gigantescos programas de protección, ¡si lo supieran! ¡Ellos podrían saberlo! ¡Pero, no lo saben! ¿Por qué?