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La Trompeta

Autobiografía de Herbert W. Armstrong: Niñez (primera parte)

Capítulo 1

Tomado de la Autobiografía de Herbert W. Armstrong. COPYRIGHT © 1957–1986, 2016 PHILADELPHIA CHURCH OF GOD. COPYRIGHT © 2019 IGLESIA DE DIOS DE FILADELFIA. ALL RIGHTS RESERVED. TODOS DERECHOS RESERVADOS

Continuación de Introducción (segunda parte)

Capítulo 1: Niñez

Aún desde mis primeros recuerdos, mi vida siempre ha parecido ser inusual, agitada y emocionante.

Nací el 31 de julio de 1892, de padres respetados y honestos quienes eran de linaje cuákero sólido. Mis ancestros habían emigrado de Inglaterra a Pensilvania con William Penn, cien años antes de que Estados Unidos llegara a ser una nación. Por medio de una tatarabuela paterna, mi linaje, llega hasta Eduardo I, Rey de Inglaterra.

La primera vez que vi la luz del día fue en un apartamento dúplex de ladrillo rojo en la esquina noroccidental de la Avenida Grand con 14 oriente, en Des Moines, Iowa. Por supuesto yo no recuerdo absolutamente nada del día de mi nacimiento, como ustedes tampoco recuerdan nada del día en que nacieron. Pero mi madre siempre lo recordó, especialmente debido a que fui su primogénito, al igual que mi padre también fue el primogénito de su madre.

Hace algunos años, un amigo en Des Moines, en forma de broma comentó que yo “me volví famoso demasiado tarde”, el apartamento en el cual nací hacía tiempo había sido reemplazado por una edificación comercial.

Los primeros eventos que permanecen en mi memoria sucedieron cuando tenía 3 años de edad. Nuestra familia vivía entonces en la Calle West Harrison en Des Moines, cerca de la 14. Vivíamos en una casa campestre modesta, y los padres de mi padre vivían en una casa de dos pisos enseguida de la nuestra. Recuerdo que correteaba a través de la puerta lateral de la parte de atrás de su casa para probar las deliciosas tartas de manzana que mi abuela hacía.

También todavía recuerdo a mi tatarabuelo materno Elon Hole, quien tenía entre 92 y 94 años, y me tomaba en sus brazos con frecuencia; y la tragedia que ocurrió cuando él se cayó por las escaleras, y murió de la caída. Después, en mi memoria está un tío, Jesse Hole, quien también tenía más de 90 años.

Yo comencé el kindergarten a los 5 años. Todavía puedo escuchar en mi mente el sonido melancólico de la campana de la escuela, una cuadra al sur.

Promesa de dejar de masticar

Fue a la avanzada edad de los 5 años que prometí dejar de masticar tabaco. Una zanja estaba siendo cavada en frente de nuestra casa. Por supuesto en 1897 las zanjas todavía se cavaban a mano con palas. Esto era muy emocionante para un niño de 5 años. Pasaba la mayor parte del tiempo afuera en el patio del frente observando. Quienes cavaban zanjas en ese tiempo comúnmente mascaban tabaco. Al menos estos cavadores en particular lo hacían.

“¿Qué es eso de allá?” pregunté, mientras uno de ellos sacaba rápidamente un taco de tabaco del bolsillo de su pantalón, y mordía una esquina.

“Esto es algo bueno”, respondió él. “Toma, hijito, muerde un poquito”.

Yo acepté su generosidad. Puedo recordar claramente cómo luche para morder “un poquito”. Ese taco era realmente duro. Pero finalmente logré morderlo. Éste no sabía bien, y parecía ser un mordisco bastante penetrante. Pero yo lo mastiqué, como lo vi a él hacerlo, y cuando sentí que lo había masticado bien, me lo pasé.

¡¡¡Y muy poco después de eso, un minuto o menos, prometí dejar de mascar tabaco de por vida!!! ¡Se lo digo sinceramente, nunca lo he hecho desde entonces!

Esto fue poco después de la época de los coches halados por caballos. Los nuevos tranvías eléctricos apenas habían aparecido, eran locomotoras pequeñas. Los recuerdo bien. El conductor en nuestra línea era Charley, y el motorista era el viejo Bill. Lo más fascinante en el mundo era acomodarme al frente de la silla lateral alargada, sobre mis rodillas para poder ver a través del vidrio y observar al viejo Bill haciendo funcionar ese carro. Fue entonces que decidí lo que iba a hacer cuando creciera. Iba a ser un motorista de tranvía. Pero algo en los años posteriores parece haber reemplazado a esa ambición juvenil.

Recuerdo, sin embargo, que mi padre tenía una idea diferente de lo que yo sería cuando creciera. Constantemente, yo lo molestaba con preguntas. Siempre parecía querer saber “¿por qué?” o “¿cómo?”, quería entender. A los 5 años puedo recordar a mi padre diciendo: “Ese jovencito siempre hace tantas preguntas que seguramente va a ser un abogado de Filadelfia cuando crezca”.

Esa obsesión por entender tendría gran influencia al fundar la revista La Pura Verdad y Ambassador College en años posteriores.

Esos primeros años importantes

Cuando cumplí 6 años la familia se trasladó a Marshalltown, Iowa, donde mi padre ingresó al negocio del procesamiento de harina.

Recuerdo los eventos de esos días cuando tenía 6 años mucho mejor que los de cuando tenía 56. La mente es mucho más receptiva, y la memoria retiene mucho más en los primeros años.

Lo crean o no, todos los bebés aprenden y retienen más en su primer año de vida que en cualquier otro año posterior. Cada año aprendemos y retenemos menos que el año anterior. Sin embargo, pocos comprenden este hecho. Por cada año que sigue, el cúmulo total de conocimiento se incrementa. La acumulación de conocimiento es aditiva, la de cada año se añade al cúmulo de los años previos. Escribir sobre estas primeras experiencias trae esto a mi mente fuertemente. Ahora, mientras escribo, están regresando a mi mente acontecimientos en los que no había pensado conscientemente por años.

El siglo pasado sale—el nuevo siglo entra

Después de un año o algo así la familia regresó a Des Moines. Fue mientras vivíamos allá que mi hermano Rusell nació, el 26 de enero de 1900, cuando yo tenía 7½ años.

Otro evento sobresaliente que persiste vívidamente en la memoria es el cambio de siglo. (En realidad, el verdadero cambio de siglo fue el 1 de enero de 1901). Esa víspera particular del año nuevo fue un evento único en la vida. Allí yo adquirí la aversión a las “noches de vigilia” en la iglesia por la víspera de año nuevo.

A los 7½ años no podía ver nada divertido en tener que sentarme calladamente en la iglesia desde las 8 en punto hasta la media noche, incapaz de levantarme y jugar o correr alrededor, sólo “observar” calladamente la culminación del siglo pasado y el ingreso del nuevo siglo. De cualquier forma, sólo estábamos observando el paso de un momento en el tiempo calculado humanamente. Yo sólo sabía que esta fue una noche anómala y miserable para mí. Me quedé dormido una o dos veces, sólo para ser despertado nuevamente.

Este evento de velar en la noche del nuevo siglo ocurrió 26 días antes que mi hermano Russell naciera. Cuando mi pequeño hermano bebé tenía unos pocos meses de nacido nos trasladamos a Union, Iowa, probablemente en la primavera de 1900, donde mi padre se hizo socio de una tienda de ferretería. 

Continúa en Niñez (segunda parte)

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