Reciba nuestro boletín gratis

HWA Portrait

La Trompeta

Autobiografía de Herbert W. Armstrong: Campaña evangélica en plena acción

Capítulo 25: Campaña evangélica en plena acción

Continuación de Ordenado para el ministerio de Cristo (segunda parte)

Mi primera campaña evangélica completa con el ministro Robert L. Taylor en Eugene, Oregon, llegó casi a su infructífero final. El Sr. y la Sra. Elmer E. Fisher, quienes vivían a unos 10 kilómetros al occidente de Eugene, fueron los únicos añadidos a la iglesia por esta campaña, y ellos habían sido traídos por un estudio bíblico privado en mi cuarto, pero no por un servicio de predicación.

El Sr. Taylor había inducido a los miembros de la Conferencia de Oregon a construir un salón de reuniones para la iglesia en Eugene. Él se sentía seguro de que podría reunir una congregación numerosa allí.

Resultó que el Sr. Taylor, por un periodo corto de tiempo previo a nuestra campaña, había estado en el negocio de venta de madera al por menor en Eugene. Él aparentemente había fracasado, pero había salvado de éste solo una pequeña cantidad de madera. Esta madera, aunque no suficiente para construir la nueva pequeña iglesia, fue puesta en la construcción. El dinero para la madera que faltaba, y todos los otros gastos, fueron contribuidos por los miembros de la iglesia. Los miembros compraron un lote de 15 metros justo a las afueras de la ciudad sobre la calle 8 occidental.

No obstante, por causa de la madera que donó el Sr. Taylor, él logró poner la propiedad entera transferida a su nombre personal. Antes de salir de Eugene, yo atendí un servicio en la nueva iglesia. Ésta estaba enteramente sin terminar. El revestimiento no había sido puesto en el exterior. Las losas del tapizado de yeso habían sido clavadas en las paredes internas, pero las hendiduras no habían sido rellenadas, ni habían sido pintadas. Sillas plegables fueron traídas para los asientos. Un pequeño atril para los oradores sustituía el púlpito. En realidad, hasta ahí llegó lo que el Sr. Taylor iba a contribuir para terminar la iglesia.

La “campaña” de St. Helens

Los oficiales de la Conferencia decidieron que yo hiciera equipo con el Sr. Dailey, luego que el Sr. Taylor se quedara en Eugene para tratar de formar una congregación para el nuevo edificio aún incompleto para la iglesia. De hecho, él nunca adhirió ni un solo miembro.

Fuimos asignados para ir a St. Helens, Oregon, unos 40 kilómetros al norte de Portland, en el banco occidental del río Columbia. En la parte occidental de St. Helens, algunas veces llamada “Houlton,” vivía una miembro muy ferviente de la iglesia; la Sra. Mary Tompkins. Ella estaba llena de fervor y espíritu de amor, aunque tuvimos que aprender que ella tenía más amor y fervor que sabiduría, Mary Tompkins era una “trabajadora”. Ella “daba su testimonio por Cristo” en una forma activa. Ella había solicitado a la Conferencia que enviara evangelistas para una campaña en St. Helens. Ella les aseguró que había un tremendo “interés” allí. Así que la Conferencia nos envió.

Al llegar a St. Helens, salimos primero a buscar un salón para las reuniones y rentamos un salón en un segundo piso. No recuerdo si fue el viejo salón “K.P. Hall” o el viejo Salón Masónico. Cualquiera que fuera la ubicación, habían construido uno nuevo. Sin embargo, este viejo salón era razonablemente atractivo, y parecía bastante adecuado.

Luego fuimos directamente al periódico y pusimos un anuncio de media página, más unos pocos miles de reimpresiones adicionales para ser distribuidos como circulares.

Entonces mientras esperábamos el primer servicio el domingo en la noche, me pasé unos tres o cuatro días yendo de casa en casa, invitando a la gente personalmente a venir, y dejando una circular. Yo estaba sorprendido en dos cosas. Que prácticamente todos a los que yo invité prometieron asistir, excepto a los que Mary Tompkins les había hablado. El ministro Dailey y yo nos imaginábamos que tendríamos que colgar un letrero de que los asientos se habían agotado. Pero quedé mayormente sorprendido de encontrar que en muchos hogares donde la Sra. Tompkins había visitado, la gente era hostil y consideraba a esta querida y bien intencionada dama como una plaga.

Llegó el domingo en la noche. ¡Pero la esperada concurrencia no! Para nuestra absoluta desilusión, ¡ni una sola persona vino!

No podíamos entenderlo. El lunes, fui a la oficina del periódico para ver si ellos tenían una explicación. Y sí la tenían.

“Por su puesto nadie vino”, el hombre sonrió. “Ese salón había sido condenado como un lugar con peligro de incendio; todos sabían eso excepto usted”.

Yo exploté diciendo: “y usted tomó nuestro anuncio de media página y nuestro dinero, y también el dinero para todas las reimpresiones y ¡no nos dijo nada!”

Él solo sonrió.

Yo sentí que este hombre realmente necesitaba algo de nuestra fogosa predicación del evangelio.

Pero no nos dimos por vencidos inmediatamente. Regresamos al salón la noche del lunes. Una pareja vino. Yo oí entonces algo que nunca había escuchado antes en mi vida. El Sr. Dailey se subió a la plataforma, caminó detrás del púlpito, y predicó un sermón entero. Y quiero decir que “¡predicó!” Su estilo tenía mucho del viejo “tono predicador” y él predicó, a volumen alto, como si el salón estuviera apiñado con personas. ¡Y solo para dos personas! Esa, ¡fue una nueva experiencia para mí!

“Bueno, ya sabemos ahora…”; dijo el Sr. Dailey mientras íbamos de regreso a nuestras habitaciones después de esta “reunión”, “… que no vamos a tener una concurrencia aquí. Pero yo conozco un lugar donde sí podemos atraer una multitud: en Umapine. Está en el oriente de Oregon, cerca de Walla Walla, Washington. Yo había visitado a uno o dos miembros allí, a Bennie Preston. Podremos quedarnos en su casa y ahorrar el dinero de la renta del cuarto, y podemos atraer suficiente gente allí para hacer que valga la pena”.

La mañana siguiente, temprano, él partió en su carro a Jefferson, Oregon, para obtener el permiso de la junta de la Conferencia para este cambio hacia Umapine, y un poco de dinero adicional para gastos.

La noche del martes, ya solo en St. Helens, fui de nuevo al salón. Dos parejas de personas jóvenes vinieron. Yo no prediqué, en cambio me senté con ellos y tuvimos un estudio bíblico informal, dejándolos hacer preguntas, y respondiéndolas.

En nuestro largo viaje en el carro del Sr. Dailey hacia Umapine, nosotros intercambiamos puntos de vistas sobre muchas cosas. Yo estaba especialmente intrigado sobre el asunto de la organización de la iglesia. No había llegado todavía a ver ni entender la pura y clara enseñanza bíblica, yo había seguido la corriente de la Conferencia de Oregon, en su idea del gobierno por los miembros laicos. En esta conferencia la junta de gobierno estaba compuesta de únicamente miembros laicos. Ellos contrataban y despedían a los ministros.

“Si tuviéramos que tener la organización ideal” opinó el Sr. Dailey, “todos los oficiales serían ministros, no legos”. Esto sonó extraño para mí en ese momento; pero la pregunta de la organización y gobierno de la iglesia siguió viniendo a mi mente por años, antes que esto finalmente llegara a estar claro. Recuerde, yo aún estaba intrigado por la persistente pregunta de: “¿Dónde está la única y verdadera iglesia, la misma que Jesús fundó?”. Aquella Iglesia de Dios, con la sede nacional en Stanberry, Missouri, parecía estar más cercana al entendimiento de la verdad bíblica que cualquier otra, pero aún yo era incapaz de reconciliar que una iglesia tan pequeña y especialmente tan infructífera pudiera ser ese dinámico y productivo organismo espiritual en el cual, y a través del cual, Cristo estuviera trabajando. Seguramente el instrumento que Cristo estaba usando sería más vivo, ¡más productivo! Pero yo, ¡aún no lo había encontrado!

La reunión en Umapine

Bennie Preston y su esposa nos dieron la bienvenida, y nos dieron un cuarto donde Roy Dailey y yo dormimos en la misma cama. Rápidamente rentamos un salón sobre la calle principal, en el primer piso.

Aquí, como el Sr. Dailey había prometido, los resultados fueron diferentes. Ciertamente no teníamos una multitud de miles, pero la asistencia como yo lo recuerdo, corría entre 35 y 50. Lo cual, en ese momento considerábamos satisfactorio. Nosotros no teníamos ninguna iglesia local para ayudar en aumentar la asistencia. Éramos desconocidos localmente. Ninguno de los factores que produce grandes audiencias estaba presente.

Un pequeño evento que yo nunca olvidaré. Bennie Preston criaba algunas ovejas y decidió matar una para nosotros. Él me había impresionado como un hombre lleno de verdadero amor cristiano.

“Yo debería odiar matar esta mansa y amorosa ovejita” dijo él, “si no fuera verdad que Dios creó a las ovejas para producir lana y carne para el hombre”. “Ese es su único propósito de existencia, el hombre tiene un diferente y mucho más grande propósito; el de llegar a ser hijos de Dios”.

Aun así, el Sr. Preston amaba a esa indefensa ovejita, que ahora estaba a punto de ceder su vida para alimento de nosotros. Él la llevo a un espacio en su patio trasero. Amorosamente la acarició primero. Luego él le propinó un fuerte y abrumador golpe sobre la parte superior de la cabeza con el agudo filo de un pequeño mazo, y rápidamente cortó su garganta para drenar su sangre. La oveja no sufrió dolor. El ágil y rápido golpe la puso instantáneamente inconsciente.

Nos separamos

Después de cerca de dos semanas de nuestras reuniones en Umapine, una carta de la Sra. Florence Curtis, secretaria de la Conferencia Estatal, nos informó que una reunión de negocios de la junta había sido organizada para solo dos o tres días después de la recepción de la carta.

“Yo sé de lo que se trata esta reunión”, dijo el Sr. Dailey. “Eso significa que se están agotando los fondos de la tesorería de la Conferencia, y ellos van a tener que despedirnos; al menos a dos de los tres ministros. Si no regresamos allí y protegemos nuestros intereses en esa reunión, ellos se asegurarán de dejarnos a usted y a mí afuera, para conservar al ministro Taylor dentro. Mañana vamos a tener que emprender el regreso al valle de Willamette a las 5:30 de la mañana”.

“Pero Roy”, yo protesté, “¡estamos a la mitad de nuestra campaña aquí!”

“Ah, nosotros no lograremos nada permaneciendo aquí”.

“Cualquier cosa que logremos está en las manos de Dios”, repliqué. “Somos simplemente sus instrumentos, Dios nos ha enviado aquí para predicar Su evangelio, tenemos gente viniendo, el interés está creciendo, y lo mismo la asistencia. Roy, yo voy a dejar que Dios proteja mis intereses personales en la reunión de la junta de la Conferencia, y voy a permanecer aquí en el trabajo y continuar estas reuniones donde Dios me ha puesto”.

El anciano Dailey estaba ahora poniéndose un poco irritado y disgustado conmigo.

“Ya le dije que yo parto para el valle a las 5:30 de la mañana”, el respondió. “Si usted no va conmigo, usted forzará a la Conferencia a tener que pagar su pasaje para regresar a su casa; a ellos no les gustará eso”.

Pero yo estaba tan firme como él lo estaba.

“A pesar de lo que los hombres de la junta quieran, yo sé que a Dios no le gustaría que desertara mientras estoy aquí en el deber. Para mí, sería como desertar del ejército y fugarme en lo más recio del combate en una guerra. Ésta es la batalla de Dios, él me puso aquí, ¡y voy a permanecer aquí en el frente de batalla espiritual hasta que la campaña termine!”

¿Por qué deben los hombres siempre considerar solo sus intereses personales, y atender a lo que les gustará a los hombres?

Yo sé que el Sr. Dailey pensó que yo estaba equivocado. Él sinceramente creyó que yo estaba equivocado la mayoría de las veces desde entonces. Pero para mí era un asunto del deber y un asunto de principios, un asunto de obedecer a Dios.

Y precisamente a las 5:30 de la mañana siguiente, el Sr. y la Sra. Preston, y yo, nos despedimos del ministro Dailey; y él partió solo, dándome la advertencia final de que a “los hermanos” no les iba a gustar el haberme quedado atrás y costándoles un pasaje de autobús extra para regresar a casa.

Terminó sucediendo que la reunión especial de negocios fue cancelada, y que el Sr. Dailey había corrido de regreso al Valle para nada. Más tarde, así como él lo había anticipado, tanto él como yo fuimos despedidos y el ministro Taylor se mantuvo, pero no hasta después de que yo había regresado de completar la campaña.

Dejado solo, daba frutos

Yo continué las reuniones solo.

El interés continuó creciendo en las reuniones en el salón. Los resultados no fueron grandes, pero ¡hubo resultados! Los detalles son bastante nebulosos en la memoria ahora. No estoy seguro si la Sra. Preston ya había sido convertida y bautizada, o si ella fue convertida por estas reuniones.

En todo caso, tuvimos un total de cinco al final de las reuniones. Había tres o cuatro para ser bautizados. Yo había aprendido que un hijo del presidente de nuestra conferencia, el ministro G.A. Hobbs, fue un anciano local en la iglesia adventista del séptimo día. Fui al más joven Sr. Hobbs, y por medio de él hice arreglos para el uso del bautisterio de su iglesia.

Antes de partir, organicé a los miembros en una escuela de sábado local para reunirse en el hogar de Bennie Preston, designando al Sr. Preston como supervisor y maestro. Esto debió haber crecido; pero no había ministros para alimentar el rebaño y protegerlo de “lobos con vestido de oveja”. Bennie Preston era un hombre sustancial y recto, pero le faltaba el liderazgo y las cualidades de un ministro.

Este pequeño rebaño resistió por un tiempo; pero un poco de tiempo después, la Sra. Preston murió. No estoy seguro si esta fue la causa de la desintegración de la pequeña escuela de sábado, pero el Sr. Preston se desmoralizó por la muerte de ella. Unos años después él se trasladó al valle de Willamette. Se había vuelto a casar para ese entonces.

Esta experiencia de Umapine fue una más en las cuales ningún fruto podía ser recogido mientras yo hiciera equipo con uno de los ministros de esta iglesia; la conectada con, o la originada desde Stanberry, Missouri, su centro político.

Años después, aún en mi búsqueda de la única y verdadera iglesia, aún cuestionándome si ésta podría ser esa iglesia, aun no habiéndola encontrado en ninguna otra parte, le pregunté a la Sra. Runcorn (a quien la Sra. Armstrong y yo mirábamos como “nuestra madre espiritual”) que si ella podía señalar a un solo real y auténtico convertido, traído de afuera, resultante del ministerio de cualquiera de los predicadores afiliados con “Stanberry”. Ella pensó seriamente por un largo rato. Entonces sacudió lentamente su cabeza. No sabía de ninguno. Le pregunté a varios otros que habían estado en la iglesia por años. Su respuesta fue la misma.

Mi primer esfuerzo evangélico fue realizado solo, a finales de 1930, en Harrisburg. Hubo conversiones. En 1931 yo hice pareja con el ministro Taylor, quien había llegado de California. No hubo resultados, excepto por la noche en que la tormenta canceló la reunión y en un estudio bíblico privado en mi habitación la Sra. Elmer Fisher había aceptado la verdad. Hice pareja con el ministro Roy Dailey. No hubo resultados. Él dejó Umapine. Yo continué solo, y hubo conversiones. Los resultados entonces fueron pequeños, de hecho, fue un pequeño comienzo, comparado con la gigantesca cosecha mundial de hoy, pero Dios me estaba usando, y produciendo “frutos”.

Siempre he notado, en mis años de experiencia desde entonces, que, si uno de un grupo de dos hombres no es un verdadero instrumento de Dios, no habrá ningún tipo del “fruto” que es producido solo por Dios, a través de instrumentos humanos. Este método muy directo de Dios, verificado por la experiencia, es la fuente de gran inspiración y ánimo hoy. Para la Iglesia de Dios hoy, sin excepción, todo ministro o grupo de ministros es usado por Dios, ¡y Dios realmente hace cosas a través de ellos! “Por sus frutos los conoceréis” dijo Jesús.

Una emoción y una sacudida

Recuerdo claramente el viaje de regreso en autobús toda la noche al Valle desde el oriente de Oregon. Llegando a casa, sobre la calle “East State” en Salem, me enteré que la junta de la Conferencia Estatal había empezado a escasear en fondos, y no podía continuar pagando tres salarios cada uno de 20 dólares por semana, en las descendientes profundidades de la Gran Depresión. Habían decidido conservar al Sr. Taylor, y liberar al ministro Dailey y a mi hasta revitalizar los fondos.

También, unos pocos días después de llegar a casa, feliz por el “éxito” en la campaña, este sentido de regocijo fue rudamente sacudido por una carta severa del viejo Sr. Hobbs. Él había oído reportes de su hijo y quería saber: ¿qué joven mequetrefe como yo pretendió, (utilizando con su hijo el prestigio de su nombre), bautizar gente en Umapine sin “autoridad” y sin especial consentimiento de la junta? Brevemente tras la primera experiencia evangélica en Harrisburg, el Sr. Hobbs me había severamente reprendido a gritos, preguntándome qué autoridad tenía yo para bautizar a los convertidos en las reuniones. Yo le respondí que yo tenía la autoridad de Dios, la de Mateo 28:19, donde aquellos quienes dan la “enseñanza” dando como resultado conversiones, se les ordena bautizar a los que son enseñados. Esto, más bien lo dejó perplejo en ese momento.

Pero el ministro Sr. G.A. Hobbs era un hombrecillo anciano severo y fiero, un perfeccionista de la forma y el sistema apropiados, y de la “autoridad” asignada para todo. Él había sido adventista desde que era joven, probablemente comenzando alrededor de 1870, o quizás antes. Los adventistas durante estos primeros años eran muy estrictos, legalistas, y meticulosos. Ya tarde en la vida, el Sr. Hobbs había dejado a los adventistas cuando vio claramente en la Biblia, que el Milenio se pasará en la Tierra, y no en el cielo. Pero él retuvo su estricta enseñanza disciplinaria hasta su muerte.

Pero si el veterano Sr. Hobbs fue uno de mis más estrictos y severos críticos, él también fue uno de mis partidarios más leales hasta el día de su muerte. Él me defendió contra otros críticos con el mismo celo flameante con el que me criticó cara a cara. Su agudo criticismo por bautizar a los convertidos que Dios me dio en Umapine, más la repentina, aunque no inesperada pérdida de mi salario, embotó algo el espíritu de regocijo sobre los resultados que Dios otorgó en Umapine.

Pero tener mi salario recortado no me causó preocupación. Para ese entonces yo había aprendido a confiar en Dios. Ya habíamos experimentado muchas respuestas milagrosas a la oración. Yo sabía que Dios había prometido suplir todas nuestras necesidades, “conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).

Así que, en perfecta fe, oré a Dios y le dije de nuestra necesidad, y le pedí que la supliera, y que me usara dondequiera que Él dispusiera.

Pero yo no había aún aprendido que todo lo que sucede no es necesariamente de Dios. Yo no había aprendido sobre “probad los espíritus, si son de Dios” (1 Juan 4:1). Mientras las escrituras hablan de espíritus, ángeles o demonios, nosotros también debemos aprender a poner a prueba las experiencias y los sucesos si son o no, de Dios.

Ahora era fines de noviembre.

¡De regreso a la publicidad!

En confianza serena, yo aguardaba con expectativa la respuesta de Dios para suplir nuestra necesidad financiera. No más de dos o tres días después, mi anterior socio del periódico, Samuel T. Hopkins, quien había sido gerente financiero del Vancouver Evening Columbian, apareció en mi puerta.

Él había dejado el Columbian, y ahora era editor y gerente de un nuevo periódico matutino en Astoria, Oregon, el “Morning Messenger”. Él y dos asociados de Astoria (un médico, y el supervisor de una fábrica de conservas de salmón), habían iniciado un nuevo periódico en Astoria. Pero ellos estaban en graves apuros. Ellos habían iniciado una nueva marca de diario en las profundidades de la depresión nacional, y sin el capital adecuado.

“Herbert, tu simplemente tienes que venir a Astoria y ayudarnos”, imploró Sam Hopkins. “Tú eres el único hombre que conozco con la experiencia de ventas y publicidad especializadas, quien puede poner esta cosa en marcha para nosotros; yo sé que puedes hacerlo. En este momento ni siquiera estoy en posición de garantizarte un salario efectivo regular. De hecho, estoy dependiendo de ti para tener los negocios para inclusive hacer tu propio salario posible. Pero una vez hayamos puesto esto en marcha, nosotros te daremos un pedazo grande de las acciones de la compañía; cualquier cosa, si tú solo vienes a Astoria e inyectas la vida que necesitamos en este periódico. Quiero que vengas como director de publicidad. Estableceremos tu salario en 25 dólares a la semana para empezar, y espero que podamos pagarlo. Pero cuando tengamos el periódico en sus pies, el cielo es el límite. Tu tendrás un gran salario, y un pedazo grande de las acciones”.

“Pero Sam,” yo le respondí, “yo estoy en el ministerio ahora; no puedo regresar al negocio del periódico”.

Pero él no se daba por vencido. Continuó suplicando. Era un asunto de vida o muerte para él. En mi inexperiencia, yo comencé a pensar que como yo había orado a Dios para suplir nuestras necesidades financieras, esto parecía ser la respuesta. Yo no entendí entonces que esta no era la respuesta de Dios. Esta no era la FORMA de responder de Dios.

Yo entendía que no podía aceptar este trabajo como una cosa permanente. Yo sabía que había sido llamado al ministerio, yo había sido ordenado. Yo había sido exitoso en una forma pequeña. Todo lo que yo alguna vez toqué en los negocios, desde la década de 1930 en Chicago, se había vuelto en nada. Pero en el ministerio, todo lo que yo hacía era exitoso, en una forma pequeña de un pequeño comienzo. No obstante, esto me pareció (en mi inexperiencia), ser la respuesta de Dios a mi oración. Como yo no podía regresar al negocio de la publicidad, y dejar el ministerio permanentemente, yo razoné esta solución:

“Te diré lo que puedo hacer”, le dije finalmente al Sr. Hopkins. “Yo sé que he sido llamado al ministerio, he sido ordenado. Pero mi salario temporalmente está cortado. A mi parecer, ésta es la respuesta de Dios como un sustituto temporal para nuestra necesidad financiera. Vendré a Astoria tan solo por un mes, y entonces regresaré aquí”.

Cuántas veces, desde entonces, yo he citado las escrituras: “No te apoyes en tu propia prudencia”; y “Hay un camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte”. El razonamiento humano es usualmente defectuoso. Pero ésta parecía ser la decisión correcta. Yo iba a tener que pagar un alto precio por los siguientes 15 meses para aprender esa lección.

Yo tenía que aprender dos requerimientos básicos de Dios. Antes de que Él pueda usar a alguien para una comisión importante en su gran plan maestro, cumpliendo su propósito aquí abajo, esto es necesario: 1.) No solo debe el instrumento de Dios “predicar la Palabra fielmente”, pero habiendo sido reclutado por Cristo en la Obra de Dios, él nunca debe regresar atrás (Lucas 9:62); Y, 2.) Él debe confiar en Dios y no en el hombre para sus necesidades, dentro y no fuera de la Obra de Dios. ¡La VERDADERA OBRA comenzó solo después de que yo aprendiera estas lecciones!

Cómo me encontré atrapado en una trampa de circunstancias imprevistas, obligado a romper todo precedente en los métodos de venta de espacios publicitarios; y cómo, después de 15 largos meses y casi sin dormir finalmente volví al ministerio, está relacionado en el próximo capítulo. ▪

Capítulo 26: Atrapado en la trampa del negocio de periódicos

Continuará...

Boletín, AD