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Una lección de Pompeya para hoy

iStock.com/Antonio Gravante

Una lección de Pompeya para hoy

Más de 1.900 años después, es difícil no quedar impactado con lo que los arqueólogos han encontrado debajo de las capas de cenizas.

Viviendo a la sombra de uno de los volcanes más amenazadores de todo el mundo.

Aproximadamente 3,5 millones de italianos viven a la sombra del monte Vesubio. Una gran parte de Nápoles está construida en sus verdes laderas.

Sus vidas idílicas están construidas sobre el terreno de uno de los desastres más catastróficos y escalofriantes en la historia humana: la destrucción de Pompeya.

En año 79 d.C., el monte Vesubio hizo erupción. Nubes tóxicas y ardientes de fuego y gas sobrecalentado se precipitaron por las pendientes a más de 482 kilómetros por hora. La ceniza oscureció el sol; el día se transformó en noche. El flujo piroclástico enterró la ciudad italiana de Herculano. A los habitantes de Pompeya les esperaba un destino peor e igualmente inevitable.

“La oscuridad cayó, no lo oscuro de una noche sin luna o con muchas nubes, sino como si en un cuarto cerrado se hubiera apagado la lámpara”, escribió Plinio el Joven, quien fue testigo del cataclismo desde la Bahía de Nápoles. Él describió cómo una extraña nube que parecía un árbol de pino era lanzada por los aires desde dentro del Vesubio.

Lo que él estaba viendo era una columna de gas volcánico, bombas de magma y ceniza arrojadas al cielo con velocidad supersónica desde dentro del cráter del volcán. A medida que las partículas se propagaban y enfriaban, empezaban a caer, formando la figura características de un árbol de pino piñonero de Italia, o nube en forma de hongo.

Los infortunados habitantes de Pompeya que no corrieron a los primeros estruendos, quedaron envenenados y enterrados por la precipitación.

Más de 1.900 años después, es difícil no quedar impactado con lo que los arqueólogos han encontrado debajo de las capas de cenizas. Es mucho más que una ciudad sin vida y congelada en el tiempo. Los últimos momentos de agonía de los cuerpos calcinados de los habitantes están preservados también.

Una madre protegiendo a su bebé. Un padre cubriendo a su hijo. Un hombre tapando su boca con su abrigo para para respirar. Una familia corriendo hacia el puerto, buscando una oportunidad de escapar solo para ser vencida por los gases. Cuerpos sin vida, adornados con alhajas, sus objetos de valor más preciados; pero ninguna cantidad de tesoros pudo salvarlos.

La muerte para estas personas vino repentina y catastróficamente. Los científicos dicen que el primer respiro del gas súper caliente habrá vaporizado los órganos internos. Para otros que fueron afectados con gases un poco menos calientes, sus formas calcinadas quedaron enterradas y escondidas por los siguientes 1.669 años.

Una mañana, Pompeya era un destino vacacional concurrido y próspero. Al día siguiente, estaba vacío, desolado y despojado de vida.

Hoy, sobre las mismas laderas donde llovió muerte y destrucción, se encuentra una nueva y moderna metrópolis. No lejos de los bellamente elaborados frescos romanos y casas de baños excavadas de Pompeya se encuentran mercados y discotecas. Nuevos muelles y puertos y un club náutico bordean las costas donde una vez hubo bodegas mercantiles.

Su presencia es un monumento a cuán no educable es la naturaleza humana.

Hasta el día de hoy, el Vesubio sigue siendo uno de los volcanes más peligrosos. Está vivo. Esta vibrando. Y ha hecho erupción más de 30 veces desde que destruyó a Pompeya. Mató a 4.000 personas in 1631. Mató más de 2.000 en 1906. Su última erupción fue en 1944.

Los planificadores urbanos saben que la montaña va a entrar en erupción otra vez, solo es cuestión de tiempo. Dicen que 600.000 personas viven en la “zona roja” más peligrosa.

Los planes de contingencia requieren hasta de 20 días para una evacuación total. La gente lo sabe. También saben que si el volcán hace erupción otra vez, probablemente no van a escapar.

Aunque se tienen aparatos de monitoreo para advertir sobre la actividad volcánica, “si ocurre una gran erupción con muy poco aviso y los vientos están soplando hacia Nápoles, dice Philip Janney geólogo del Museo Field, “ puede haber una tremenda pérdida de vidas”.

Qué débil es la naturaleza humana. Cuando no aprendemos de la historia, nos volvemos confiados, adormecidos ante el peligro. Incluso la historia preservada ante nuestros ojos (los cuerpos de personas incineradas mientras huían del mismo terreno en el que ahora vivimos) puede parecer remota e irreal.

Es alarmantemente fácil “dilatar el día malo”. En una profecía donde describió como sería el mundo antes de Su Segunda Venida, Jesucristo advirtió contra la autocomplacencia (Mateo 24:36-39). “Velad pues,” continuó Él, “también vosotros estad preparados, porque el Hijo del Hombre ha de venir a la hora que no pensáis” (versículos 42, 44).

Cuando observamos el mundo a nuestro alrededor, tenemos que trabajar activamente para no quedar aletargados. No podemos permitirnos empezar a pensar que estamos viviendo en días normales, que lo que está sucediendo, siempre ha pasado. Eventos extraordinarios, sin precedente y trascendentales están haciendo noticia con creciente rapidez. La profecía se está cumpliendo como nunca antes. El suelo está retumbando. No lo ignore. No se vuelva insensible. Dese cuenta cuán pronto puede estar aquí el día malo.

“Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día”, advirtió Cristo. “Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” (Lucas 21:34-35).

Cristo dio esta advertencia para que usted pueda estar entre los pocos que escapen de los terribles acontecimientos que pronto van a sobrevenir (versículo 36).

Pero como los residentes de Pompeya y Herculano, la mayoría no escaparán de la próxima explosión mundial. La gente continúa confiada en su propio poder. Se engañan a sí mismos, y se aferran a una ilusión de seguridad. Mientras tanto, este mundo se precipita hacia los profetizados días de ajuste de cuentas a velocidades de un torrente piroclástico.

“Que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (1 Tesalonicenses 5:3).

Huya de la autocomplacencia, antes de que sea demasiado tarde. 

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