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Las siete leyes del éxito (tercera parte)

Continuación de Las siete leyes del éxito (segunda parte)

Hombres ricos que he conocido

Desde los 18 años en los Estados Unidos y durante la edad madura por todo el mundo, he tenido estrecha amistad y contacto frecuente con individuos considerados como hombres de éxito. He leído muchos libros y artículos escritos por esas personas, así como biografías y autobiografías de grandes hombres y de los casi grandes, en donde dan a conocer sus filosofías y experiencias. Sé cómo piensan y cómo actúan estos dirigentes y qué principios y preceptos siguen.

Un factor ha caracterizado a casi todos estos hombres: Todos ganaron mucho dinero y adquirieron abundantes bienes materiales. Muchos presidían grandes compañías y eran considerados como personas muy importantes.

Es significativo que la mayoría de estos hombres observaron seis de las siete leyes del éxito. ¡Este hecho es tremendamente importante!

Uno de ellos fue el presidente de una gran compañía de automóviles durante la época en que yo era un joven subsecretario de la Cámara de Comercio de esa ciudad. Él llegó a ser muy rico y era reconocido mundialmente como un hombre importante. Llegó al pináculo de su profesión, pero en la breve depresión de 1920 su compañía pasó a otras manos y él perdió todos sus bienes. Acabó por suicidarse. A fin de cuentas, ¿tuvo éxito aquel señor? Practicó cinco de las leyes del éxito, pero descuidó la séptima y también la sexta.

También fui amigo de dos grandes banqueros. Uno de ellos, Arthur Reynolds, a quien conocí más íntimamente, era presidente del banco que en ese tiempo se consideraba como el segundo en importancia en los Estados Unidos. Conocí al Sr. Reynolds cuando presidía un banco de mi ciudad natal. Más tarde, cuando yo era un ambicioso y próspero joven publicista en Chicago, a menudo lo visitaba para pedirle su consejo. Él siempre se mostró interesado y servicial y yo siempre acaté su sabio consejo. El Sr. Reynolds alcanzó reconocimiento nacional y fama mundial.

Unos 35 años más tarde, entré a aquel gran banco y le pregunté a uno de sus muchos vicepresidentes si sabía a dónde se había trasladado el Sr. Reynolds y dónde había muerto. (Había oído rumores de que se había jubilado y mudado a la ciudad de Pasadena, California, y que allí había muerto.) El vicepresidente a quien pregunté nunca había oído hablar del Sr. Reynolds.

—¿Quién fue él?—me preguntó.

Después preguntó a otros y ninguno recordaba al Sr. Reynolds. Finalmente el secretario de Relaciones Públicas envió a alguien a la biblioteca del banco, de donde trajo un recorte de periódico. Parecía que esto era el único registro que el banco tenía de su antiguo presidente quien, junto con su hermano, había sido el artífice principal de la magnitud e importancia alcanzadas por esa institución bancaria. El recorte era de un periódico de San Mateo, California, en el cual se notificaba su muerte acaecida en ese suburbio de San Francisco.

Después de leerlo, se lo devolví.

—Seguramente usted querrá conservarlo—le dije—. Debe ser de gran valor para el banco.

—No—me respondió—. Si usted conoció al Sr. Reynolds, puede quedarse con el recorte.

En esa forma obtuve de ese gran banco quizá lo único que quedaba de la memoria del más importante de sus presidentes. Su “éxito” no fue duradero y ya nadie se acordaba de él.

Durante su vida activa, el Sr. Reynolds aplicó las seis primeras leyes del éxito. Sin embargo, cualquier éxito que él haya logrado fue pasajero. Aunque acumuló dinero, contó con una buena porción de acciones bancadas, poseyó una magnífica residencia y fue considerado como un hombre importante mientras vivía, ¡todo su “éxito” murió con él!

El otro gran banquero fue John McHugh. Lo conocí cuando era presidente de un banco en una ciudad del interior del país. En 1920 tuve una interesante conversación con él durante la convención de la Asociación Americana de Banqueros. Para ese entonces él ya era presidente de un banco bien conocido de Nueva York. Poco después, la unión de varios bancos neoyorquinos lo colocó en una posición dos veces mayor que la del presidente del banco más grande del mundo en aquella época. Sin embargo, 36 años después, cuando pregunté por él en ese banco, la respuesta fue la misma: “¿Quién fue? Nunca hemos oído hablar de él”. Su “éxito” no le sobrevivió.

Hay, sin embargo, un éxito que ¡perdura!

Continúa en Las siete leyes del éxito (cuarta parte)

SEV, AD