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Hitler, Nazi

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Hitler y el Sacro Imperio Romano (tercera parte)

Alemania y el Sacro Imperio Romano: capitulo cuatro

Continuación de Hitler y el Sacro Imperio Romano (segunda parte)

¿Qué ocurrió en Viena?

Adolfo Hitler dijo que las bases de su filosofía fueron puestas en Viena. ¿Por qué en Viena? ¿Qué pasó allí?

“Él insistió (…) que sus primeros años en Viena fueron absolutamente cruciales para su carrera porque ‘en ese momento formé una imagen del mundo y una visión de la vida que se convirtieron en la base para mis acciones (…). Yo no he tenido que cambiar nada’…”.

“Albert Speer, quien conocía bien a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, estaba convencido de que el desarrollo intelectual del Führer se detuvo junto con el mundo que él había conocido en Viena en 1910” (Waite, op. cit.).

Hitler escribió más tarde sobre este crítico periodo en Viena en su libro, Mein Kampf (Mi lucha): “Este fue el tiempo en que tuvo lugar en mí el cambio más grande de mi vida. De ser un débil cosmopolita, me había convertido en un fanático antisemita”.

Waite continúa luego en su libro: “Es difícil exagerar la importancia para Hitler de su compromiso al antisemitismo. Éste significó casi todo para él”.

Sin embargo, el cambio más grande en Hitler no fue el convertirse en un fanático antisemita. Esa es sólo parte de la historia. Aquí es donde muchas personas están engañadas.

Gran parte del mundo mira a los judíos como el pueblo escogido de Dios. En Viena, Hitler comenzó a creer que Dios había reemplazado a los judíos por los alemanes y el Sacro Imperio Romano. Él creyó que los alemanes eran el pueblo escogido de Dios. Es por esto que la corona con las joyas de ese imperio significaban tanto para él.

En 1938, en un mitin en Núremberg, “Hitler había traído desde Viena, después de ciento cuarenta años, la insignia del primer Reich: la Corona Imperial; el Orbe del Imperio; el Cetro; y la Espada Imperial. En la presentación de estos símbolos del imperialismo él juró solemnemente que éstos permanecerían para siempre en Núremberg” (Toland, op. cit.).

Esa fue una fuerte declaración. Él “juró solemnemente” que la corona con joyas del Sacro Imperio Romano “permanecería para siempre en Nuremberg”. ¡Este compromiso es como un reto a muerte para el Sacro Imperio Romano y su dios! ¡Él hizo un voto para siempre!

¡Las joyas de la corona iban a ser una parte importante del tercer Reich, como lo fueron para el primer Reich!

¿Cuándo y dónde se volvió Hitler tan vehementemente fiel a las joyas de la corona? La lógica nos dice que tuvo que suceder en su etapa de crianza en Viena. Mucha de esa información ha permanecido oculta. El dios de este mundo quiere que la verdad permanezca oculta hasta que él una vez más esté gobernando este gran poder de la bestia (Apocalipsis 13, 17).

Hitler dio sus discursos más “inspirados” en reuniones frenéticas con antorchas encendidas en Nuremberg. Allí es donde estaban las joyas de la corona. Y donde usted encuentre las joyas de la corona, Satanás –el rey– está cerca.

Reiteramos, ¿quién es el verdadero rey del Sacro Imperio Romano? “También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese” (Apocalipsis 12:3-4). Satanás es el gobernante de esas siete cabezas; él llevó puestas las seis coronas del Sacro Imperio Romano. Y está a punto de ponerse la séptima. Él es el verdadero rey de la bestia (vea Apocalipsis 13:4).

¡Él tiene el tipo de poder que llevó a un tercio de los ángeles a la rebelión! (Apocalipsis 12:4). ¡Cuánto más no puede hacer él a los insignificantes hombres!

¿Cuándo vamos a despertar?

¡Entienda esta verdad significativa! ¡La lección fundamental de Hitler en Viena fue acerca del Sacro Imperio Romano! Si no podemos aprender esa lección oyendo el mensaje de Dios, entonces debemos aprenderlo convirtiéndonos en una víctima de aquel Imperio.

En su libro El joven Hitler que conocí, August Kubizek revela a un Hitler adolescente hablando sobre resolver personalmente la homosexualidad y otros “problemas sociales” cuando él estableciera su Reich. Según Kubizek, el joven Hitler estaba “absolutamente convencido de que un día él, personalmente, daría las órdenes con que cientos y miles de planes y proyectos que él tenía en las yemas de sus dedos serían llevados a cabo”.

Hitler estaba hablando de gobernar sobre el mundo, ¡incluso dando detalles de cómo lo haría! ¿Cómo pudo semejante muchacho, un adolescente, tener tales pensamientos? Porque él sabía que esto había sido hecho muchas veces antes por el Sacro Imperio Romano.

Hitler estaba convencido de que solo él entendía el verdadero significado de la historia del mundo. Waite cita dos de los propios discursos de Hitler donde enfatizó su propia importancia. El primer discurso fue dado a los generales a cargo del Wehrmacht el 23 de noviembre de 1939. Hitler dijo: “Debo decir con toda modestia que mi propia persona es indispensable. Ni un ejército ni una personalidad civil podrían reemplazarme (…) Estoy convencido de la fuerza de mi cerebro y mi resolución (…). el destino del Reich depende completamente de mí”.

En otro discurso dado el 15 de febrero de 1942, Hitler dijo: “He creado un poder mundial a partir del Reich alemán. Estoy infinitamente orgulloso de haber sido bendecido por la Providencia con el permiso para guiar esta batalla”. 

Continúa en Hitler y el Sacro Imperio Romano (cuarta parte)

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