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Usted está viviendo en un experimento

REESE ZOELLNER/TROMPETA/ISTOCK.COM/GREBCHA

Usted está viviendo en un experimento

La experimentación global de mandatos, cierres, vacunas y virus manipulados forma parte de un ejercicio aún más amplio de ensayo y error.

Los dos últimos años de la historia de la humanidad han sido cambiados por un experimento. Lo más probable es que comenzara con un biólogo de laboratorio injertando proteínas de un tipo de coronavirus en otro para observar si se uniría a ciertos receptores en un ratón que también se encuentran en los seres humanos. Y así ocurrió, dentro del laboratorio y mucho más allá.

Lo cierto es que la respuesta de la humanidad al virus ha sido un gigantesco experimento compuesto de múltiples experimentos: en el uso de tapabocas, en el distanciamiento, en el tratamiento, en los negocios, en la economía, en el intercambio de información, en la formulación de vacunas, en las pruebas de vacunación en vivo, en los restaurantes, en las escuelas, en los ancianatos, en los ancianos, en los de mediana edad, en los niños. Los gobiernos probaron medicamentos en millones de personas y, lo que es más importante, examinaron la receptividad de sus sujetos de prueba a la pérdida de sus derechos. Obligaron a millones de personas a participar en el mayor experimento científico de la historia, y aún no ha terminado.

Después de 18 meses de estas decisiones de vida o muerte, masivas, radicales y a menudo extrañas, el gobierno de Biden declaró: “Estados Unidos debe tomar la iniciativa y catalizar los avances en la ciencia, la tecnología y las capacidades básicas necesarias para proteger a la nación contra amenazas biológicas futuras y potencialmente catastróficas, ya sean naturales, accidentales o deliberadas” (3 de septiembre de 2021). Se avecina más experimentación, en Estados Unidos y más allá, sobre su salud y sus derechos.

El mundo es un gigantesco laboratorio de ensayo y error. Pero esto no empezó en marzo de 2020.

El experimento de la información

Un destacado científico escribió en 2012 que “los beneficios de tales experimentos y el conocimiento resultante superan los riesgos. Es más probable que se produzca una pandemia en la naturaleza, y la necesidad de adelantarse a dicha amenaza es una razón primordial para realizar un experimento que podría parecer arriesgado”. Ese mismo científico financió la investigación de ganancia de función en el mismo laboratorio en el que casi con toda seguridad se produjo el brote de covid-19.

Y ese mismo científico, el Dr. Anthony Fauci, ha sido el encargado de dirigir el intento de Estados Unidos de contrarrestar el funcionamiento de ese virus.

Fauci se encontraba entre el coro de médicos aprobados por el gobierno de Estados Unidos y de otros países que han experimentado de forma bastante radical con la verdad. Al principio, los virólogos discutieron la posibilidad de que el virus se originara en un laboratorio. Pero después de una reunión en enero de 2020, condenaron esa idea. Un científico holandés escribió que “seguir debatiendo sobre tales acusaciones (…) haría un daño innecesario a la ciencia en general y a la ciencia en China en particular”.

Entonces, la doctrina ortodoxa pasó a ser: Vino de un murciélago al lado del laboratorio, no del laboratorio. Cualquier otra explicación podría “perjudicar a la ciencia”. Científicos, políticos y ejecutivos de los medios de comunicación y de las redes sociales colaboraron para definir (y redefinir) “la ciencia” y censurar a los herejes para preservar la fe de la gente en sus médicos “salvadores”. Sólo así pudo continuar el experimento.

El experimento “saltó de especie” rápidamente del reino puramente biológico al reino político. Comenzó con la hipótesis, planteada por la Organización Mundial de la Salud y el Imperial College de Londres, de que multitudes podrían morir a causa de la covid-19. Pero en lugar de comparar los resultados reales con la hipótesis y ajustarla, los funcionarios de salud pública ajustaron los resultados para que coincidieran con la hipótesis. Contaron a todos los que dieron positivo como casos de covid-19, sin importar la eficacia de la prueba, e increíblemente, a todos los que murieron con covid como si hubieran muerto de él. (En enero, en Gran Bretaña un total de 17.000 personas habían muerto de covid-19 y 150.000 habían muerto con él). Observaron y luego ignoraron la evidencia de que la mayoría de las muertes por covid-19 se produjeron entre personas ancianas y otras que tenían problemas de salud. Observaron y luego ignoraron la evidencia de que la “pandemia” equivalía bastante a una mala temporada de gripe. La experimentación médica, social y política continuó.

¿Y cuál fue el resultado de empalmar la coacción social, financiera y gubernamental radical con nuestras sociedades? Es difícil conseguir información no adulterada, pero un análisis de febrero de numerosos estudios internacionales realizado por la Universidad Johns Hopkins estimó que todas las onerosas y costosas intervenciones que trastornaron la sociedad sólo redujeron la tasa de mortalidad por coronavirus en un mísero 0,2%.

El experimento de la vacuna

Los dos últimos años han sido un fuego cruzado de motivaciones financieras y políticas tildadas de “ciencia”. Muchos de los que impulsan la vacuna son los mismos que se benefician profesional, política y económicamente de ella.

El desarrollo y la aprobación de tres vacunas en particular se aceleraron a toda velocidad. Los gobiernos proclamaron que las vacunas aprobadas, incluidas las vacunas de arnm (arn mensajero) que nunca antes se habían utilizado, eran seguras, ya no eran de “uso de emergencia” y, desde luego, no eran experimentales. El avance fue proclamado como uno de los mayores logros modernos de la humanidad.

El gobierno concedió la “autorización de uso de emergencia”. Las empresas farmacéuticas estaban protegidas de las demandas. Las dosis se administraron a costa de los contribuyentes endeudados. Se indujo a millones de personas a vacunarse, informándoles que esto les proporcionaría una protección casi absoluta. Luego se les informó que podrían infectarse estando vacunados, pero que no lo contagiarían. Luego se les informó que podrían contagiarlo y sufrir la infección estando vacunados, pero que se librarían de los síntomas graves. Ahora es cada vez más evidente que la inmunidad natural es la protección más fuerte.

Pero surgió información de que personas sanas estaban sufriendo efectos secundarios inusuales, incluso mortales, debido a la vacuna. Las pruebas siguieron llegando. Más personas sufrieron; más murieron. Hubo atletas que se desplomaron misteriosamente en el campo. Niños quedaron discapacitados. El Sistema de Notificación de Efectos Adversos de las Vacunas de Estados Unidos, que normalmente recibe cientos de informes al año, de repente recibió decenas de miles. (Esto se suma a los cerca de 4 millones de estadounidenses que acuden anualmente a las salas de urgencias debido a los efectos adversos de otros medicamentos).

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE UU (cdc) admiten ahora que quienes recibieron la vacuna de Johnson & Johnson probablemente no deberían aplicarse un refuerzo de la misma empresa debido al grave riesgo de coágulos sanguíneos. Sin embargo, siguen recomendando que se apliquen los refuerzos de Moderna y Pfizer. Los posibles efectos negativos a mediano y largo plazo de los sueros de estas empresas debemos dejarlos, en fe, para que se estudien en otro momento. Los cdc admiten que están ocultando información sobre las vacunas y los refuerzos contra la covid-19. La Administración de Alimentos y Medicamentos de EE UU (fda), que revisó la información y aprobó las vacunas en 108 días, dice que no terminará de divulgar la última información hasta 2096.

Mientras tanto, la experimentación continúa. Los políticos, y los directivos de las empresas farmacéuticas, quieren ver qué pasará si empezamos a poner estas inyecciones a los niños menores de 5 años.

Ya hemos superado la fase de hipótesis y la de experimentación del método científico. La fase de análisis de los datos está siendo muy discutida. Pero la fase final, la de comunicar sus conclusiones, ya ha sido decidida por la élite científico-política. A pesar de los datos que demuestran que las vacunas matan a la gente a corto plazo y de la evidente imposibilidad de conocer los efectos a más largo plazo, Tras los éxitos con la covid-19, los investigadores presionan para desarrollar vacunas arnm contra otras enfermedades”, como resumía Nature Medicine en su número de mayo de 2021. El científico Drew Weissman dijo: “Estamos trabajando en unas 30 vacunas de arnm diferentes, incluidas las de la gripe, el vih, la hepatitis C, la malaria, la tuberculosis y muchas otras”. El experimento sigue adelante.

El primer experimento

Pero el origen de este frenesí radical y mortal de experimentación salvaje con vidas humanas no se remonta al Dr. Anthony Fauci ni a Pfizer ni al régimen de Biden, ni siquiera a nuestra generación. La enfermedad, y nuestra forma de tratarla, se originó hace muchas generaciones.

Antes de los cdc, antes del estado burocrático en Estados Unidos, antes de la eugenesia en Alemania, antes de la asistencia médica socializada en Europa, incluso antes de la era moderna, el ser humano comenzó un experimento.

En Babel, una de las primeras civilizaciones, surgió un líder que se identifica con la deidad babilónica Marduk, que “tenía el poder de vencer todas las enfermedades” (Félix Martí-Ibáñez, La epopeya de la medicina). También era un tirano político, pero el pueblo le confiaba su seguridad. El libro The Physician Throughout the Ages (El médico a través de los tiempos) afirma: “No hay duda de que los egipcios estudiaron medicina y cirugía en las facultades de medicina de Babilonia y en algunas partes de Mesopotamia, y adquirieron un conocimiento completo de todas las prácticas médicas orientales”.

Las copias asirias de los textos babilónicos revelan que “el cuidado de la salud en Babilonia se basaba en la magia y los conjuros tanto o más que en el tratamiento natural y las prescripciones”, como señala Health & Fitness History. “La mayoría de los materiales utilizados fueron probablemente elegidos con base en una combinación de ensayo y error con conjeturas”.

Esta fue la base de la civilización, establecida por el mismo hombre que erigió esa infame torre para que fuera un monumento a la propia capacidad de la humanidad para resolver sus propios problemas de seguridad, médicos, políticos y otros. El tirano Nimrod llevó a la humanidad a intentar resolver sus propios problemas desafiando a Dios y rechazando completamente la confianza en Él.

Miles de años de experimentos, con un costo desmesurado, han hecho avanzar la comprensión del cuerpo humano y de las enfermedades. Pero la medicina actual sigue siendo “una combinación de ensayo y error con conjeturas”. Lo llamamos “método científico”. Los médicos hablan de la “vida media del conocimiento”: la cantidad de tiempo que pasará antes de que la mitad de los tratamientos, prescripciones y otros conocimientos médicos de hoy en día demuestren, a través de la dura experiencia, haber sido tan falsos como la magia y los conjuros de antaño.

La teoría fundamental entonces, como ahora, es: “El enfermo tiene en su cuerpo un veneno, así que añadimos otro veneno en forma de medicina”, escribió el difunto educador Herbert W. Armstrong en La pura verdad sobre la sanidad (vea el artículo “Un camino seguro hacia la sanidad y la salud”).

Pero el origen del gran experimento humano se remonta aún más lejos, a los primeros seres humanos. Se les dio a escoger. Podían elegir confiar en Dios para obtener información, leyes, corrección, protección, seguridad, sanidad y bendiciones. O podían elegir confiar en sus propias mentes y cinco sentidos para experimentar. Podrían, como enumeró el Sr. Armstrong, 1) rechazar la revelación, 2) usar la observación, 3) usar la experimentación y 4) usar el razonamiento humano. “¡Este es precisamente el método ‘científico’ utilizado por la ciencia moderna!” (La dimensión desconocida de la sexualidad).

Eligieron lo segundo. Desde entonces, hemos sido voluntariosos, ignorantes y transgresores de la ley. Sufriendo las inevitables consecuencias, buscamos soluciones a través de lo que dicta nuestra propia voluntad, ignorando a Dios y desobedeciendo aún más sus leyes. Dios aún caracteriza a nuestra civilización moderna como “Babilonia”, y nos exhorta a salir de ella (Apocalipsis 18:4). Eso significa pensar de manera diferente. Significa reconocer que nuestra civilización humana tiene unos cimientos tan poco sólidos como la torre de Babel, que fue destruida hace tiempo. Nuestro experimento ha producido un resultado ineludible, y debemos dejar de intentar escapar de él. No poseemos ni hemos poseído nunca la capacidad de resolver nuestros problemas de salud o cualquier otro problema aparte de Dios. Esto es un hecho científico. Reconózcalo, y verá este mundo oscuro y confuso de forma completamente diferente: por primera vez, con claridad.


EL MISTERIO DE LOS SIGLOS

Se ha preguntado usted alguna vez: "¿Quién soy yo? ¿Qué soy? ¿Por qué existo?" Usted es un misterio. El mundo que lo rodea es un misterio. ¡Ahora usted puede comprenderlo!