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Yosemite

iStock.com/4Kodiak

Una lesión, un viaje de campamento y un mejor Estados Unidos

Estas tierras son sus tierras. Y ellas pueden ayudarlo a aprender verdades preciosas.

“El ojo está perdido”, escribió John Muir a su madre cuando yacía en cama en Indianápolis, Indiana. “ He escrito al azar y en la oscuridad, pero espero que seas capaz de leer lo que quiero decir”.

Tres días antes, el joven de 28 años había estado trabajando en una fábrica de ruedas para carros. Mientras usaba una lima de metal para ajustar las puntadas en la correa de una máquina hiladora, la correa atrapó la herramienta, la arrancó de la mano de Muir y la lanzó hacia su ojo derecho.

Su cornea fue perforada y el fluido acuoso comenzó a filtrarse. “¡Mi ojo derecho se ha ido, cerrado para siempre a todas las bellezas de Dios!”, le escuchó gritar un compañero de trabajo.

Muir logró caminar hasta casa y se acostó en cama. Pero en pocas horas, su ojo izquierdo también comenzó a fallar. Pronto quedó completamente ciego.

La respuesta de este hombre a su lesión no sólo cambió el curso de su vida, sino que también comenzó un proceso que cambiaría el curso de Estados Unidos, en una forma que ha enriquecido la vida de millones de personas.

“Las invenciones de Dios”

Muir creyó que había quedado ciego permanentemente. Esto lo desconcertó profundamente. Pero finalmente un experto lo examinó y le dijo que su ojo izquierdo había quedado en una ceguera solidaria temporal pero que éste se recuperaría completamente. Se le dijo a Muir que si permanecía confinado en un cuarto oscuro por varias semanas, su ojo derecho también podría recuperarse parcialmente.

Para John Muir, esto fue una nueva oportunidad en la vida.

Su empleador le ofreció un ascenso. Muir era un talentoso inventor y un mecánico altamente calificado, así que su jefe quería conservarlo. Pero Muir rehusó el ascenso y renunció. Debido a su lesión, él “vio el mundo, y su propósito, bajo una nueva luz”, dijo.

Antes de su lesión, el escocés Muir había amado estudiar la creación de Dios, especialmente los árboles y las plantas. Pero después de aquellos oscuros días cuando él pensó que no volvería a ver de nuevo, Muir se dio cuenta de que ver la creación, obtener una idea de la mente del Creador, era incluso más preciado que lo que había pensado.

Él escribió más tarde, “le dije adiós a todos mis inventos mecánicos, determinado a dedicar el resto de mi vida al estudio de los inventos de Dios”.

“Esta aflicción me ha conducido a dulces campos”, dijo Muir. “Dios tiene que casi matarnos algunas veces para enseñarnos lecciones”.

Afinidad basada en la Biblia

En pocos meses, el ojo izquierdo de Muir estaba totalmente restaurado, y su ojo derecho se había recuperado considerablemente. El 1° de septiembre de 1867, él cumplió su promesa para dedicarse a “las invenciones de Dios” y comenzó a caminar, desde Indiana hasta el Golfo de México.

“Mi plan simplemente fue seguir adelante en una dirección general hacia el sur por el camino más salvaje, más frondoso y menos caminado que pudiera encontrar, que prometiera la mayor extensión de bosque virgen”, escribió Muir.

Él mantuvo un diario durante este viaje, más tarde publicado bajo el título Una caminata de 1.600 kilómetros hasta el Golfo [A Thousand-Mile Walk to the Gulf]. En su anotación del 10 de septiembre, él narra su estadía en las montañas de Tennessee con un herrero y su esposa. Durante la cena, el herrero le dijo a Muir que él encontraba inapropiado que un hombre pasara sus días estudiando plantas. “Seguramente usted es capaz de hacer algo mejor que recorrer el país mirando las hierbas y las flores”, le dijo.

Muir le preguntó al herrero si él creía en la Biblia. El hombre le dijo que sí, y Muir le respondió con una referencia a 1 Reyes 4:32-34: “Bien, usted sabe que Salomón fue un hombre de carácter fuerte y en general se cree que ha sido el hombre más sabio que el mundo haya visto, y sin embargo él consideró que valía la pena
estudiar las plantas; no sólo para ir y tomarlas como yo lo estoy haciendo, sino para estudiarlas; y usted sabe que se ha dicho que él escribió un libro acerca de las plantas, no sólo de los grandes cedros del Líbano, sino de pequeñas cosas que crecen en las grietas de las paredes”.

“Por lo tanto, usted ve que Salomón difiere mucho más de usted que de mí en este asunto”, dijo Muir. “Yo le garantizo que él tuvo muchas largas caminatas en las montañas de Judea, y si hubiera sido un yanqui, le habría gustado visitar cada hierba en esta tierra”.

Muir continuó: “Y de nuevo, ¿no recuerda que Cristo les dijo a Sus discípulos que “consideraran los lirios cómo crecían, y comparó su belleza con la de Salomón en toda su gloria? Ahora, ¿de quién debo tomar el consejo, de usted o de Cristo? Cristo dijo, ‘consideren los lirios’. Usted dice, “no los considere”.

En lugar de ofenderse por la razón bíblica de Muir, el herrero admitió que estaba en lo correcto: La Biblia les dice a los creyentes en Dios que aprendan acerca de Él al observar Su creación.

Una reverencia profunda

Dos días más tarde, Muir llegó al primer arroyo de montaña que había visto. Éste le dejo una profunda impresión.

“No hay nada más elocuente en la naturaleza que un arroyo en una montaña”, escribió él. “Cada árbol, cada flor, cada onda y remolino de este encantador arroyo parecía solemnemente sentir la presencia del gran Creador. Permanecí en este santuario un largo tiempo agradeciendo al Señor con todo mi corazón por Su bondad, al permitirme entrar y disfrutarlo”.

Más tarde, Muir llegó a la cima de una montaña en Tennessee desde la cual vio a gran distancia hacia Carolina del Norte y Georgia. “¡Oh, estos jardines forestales de nuestro Padre!” escribió él. “¡Qué perfección, qué divinidad en su arquitectura! ¡Qué simplicidad y misteriosa complejidad de detalle! ¿Quién leerá la enseñanza de estas silvestres páginas, la alegre hermandad de riachuelos que cantan en los valles, y todas las alegres criaturas que moran en ellos bajo el tierno cuidado del Padre?”.

Viajando cerca de 40 kilómetros por día a pie, Muir atravesó Kentucky, Tennessee, Georgia y Florida. Generalmente dormía bajo los árboles y las estrellas. A menudo pasaba hambre por varios días. Él sobrevivió a varios encuentros con lo que llamó “guerrillas que, acostumbradas desde hace mucho tiempo al saqueo [durante la Guerra Civil que había terminado sólo dos años antes], deploraban la llegada de la paz”. Sin embargo, a través de las dificultades, su asombro, su gratitud y su reverencia hacia la creación de Dios continuaron y crecieron con cada cumbre y cada curva.

Muir completó su caminata desde las praderas de Indiana hasta las playas de arena blanca en el Golfo de México. Pero éste fue sólo el primero de sus viajes épicos experimentando, estudiando y venerando “las invenciones de Dios”.

Más tarde caminó desde San Francisco hasta lo que ahora es el Parque Nacional de Yosemite. Él llegó a la cima del Monte Whitney y del monte Shasta solo. Sus numerosos viajes en Alaska lo llevaron a descubrir el Glaciar Bay y el Glaciar Muir, y realizó docenas de viajes explorando las tierras salvajes de Estados Unidos.

Pero Muir no estaba contento sólo con experimentar las tierras salvajes de Estados Unidos por sí mismo.

Preservado para el público

A mediados del siglo xix, la vida en Estados Unidos fue cambiando rápidamente a medida que el país se industrializaba. Para muchos estadounidenses, las vastas tierras salvajes del país eran regiones difíciles y peligrosas. De ellas podía extraerse madera, minerales y otros recursos, pero los estadounidenses finalmente conquistarían estos lugares desconocidos fuera de la existencia, reemplazándolos con granjas, pueblos y ciudades.

Rápidamente surgieron fábricas y metrópolis, los bosques decayeron también rápidamente y los pantanos fueron devastados.

Al acercarse el nuevo siglo, el país sólo tenía un puñado de tierras salvajes protegidas parcialmente. No se implementó ningún método centralizado para proteger y administrar las áreas salvajes a perpetuidad.

La situación pudo haber permanecido de esa manera, si no hubiera sido por John Muir.

En la década de 1870, él comenzó a escribir artículos para periódicos y revistas promoviendo la conservación de las áreas silvestres. En 1982, estableció el Club La Sierra. Hacia mediados de la década de 1890, él había ayudado a convencer al presidente Grover Cleveland reservar 21 millones de acres como áreas silvestres públicas.

Esa fue una gran victoria para Muir. Pero la administración de William Mckinley, quien sucedió a Cleveland, suspendió el plan para el público. Bajo presión de los magnates de la madera y la minería, el congreso y Mckinley introdujeron un proyecto de ley levantando las restricciones de protección de las reservas y los animaron a desarrollarlas comercialmente.

Muir escribió dos artículos, uno para el Atlantic Monthly y otro para Harper’s Weekly, alertando a los lectores del peligro de convertir a Estados Unidos en un parque industrial. La oposición pública para el proyecto de ley de Mckinley creció. Y después de haber pasado al Senado, el proyecto de ley, en gran medida por los artículos de Muir, murió en la Cámara.

El viaje de campamento que cambió la historia

Cuando Theodore Roosevelt se convirtió en presidente, trajo a la Casa Blanca un agudo interés en el mensaje de Muir. Roosevelt le escribió a Muir una carta personal pidiéndole que lo llevara a Yosemite. El 15 de mayo de 1903, los dos se reunieron cerca de Mariposa Grove.

Después de que los hombres de Roosevelt tendieron 40 mantas gruesas de lana para que él durmiera, los envió de regreso al pueblo. Él quería disfrutar su tiempo en la naturaleza solamente con Muir.

Los dos pasaron los siguientes tres días acampando y cabalgando en mulas hasta los imponentes lugares de Yosemite: el Gigante Grizzly, el Domo Sentinel y el Campo Bridalveil. En sus conversaciones, Muir hizo una petición convincente por algunas de las áreas silvestres de Estados Unidos para que fueran apartadas y preservadas para que las pudiera disfrutar el público estadounidense.

Este viaje tuvo un profundo impacto en el punto de vista de Roosevelt y su trayectoria política. Poco después de esto, estableció Yosemite como parque nacional para preservar “toda su intacta y majestuosa belleza”. Los estadounidenses tenían que asegurarse de que éste fuera “preservado para sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre”, dijo él.

Roosevelt siguió adelante y firmó para la preservación de cinco parques nacionales más, así como para 150 bosques, 55 santuarios de aves y 18 monumentos nacionales. También firmó la Ley de Antigüedades, un precursor del servicio de parques. Y autorizó la preservación de “sitios con valor científico, cultural e histórico”.

Al hacer eso, Roosevelt le dijo a la gente: “No estamos construyendo este país para un día. Es para que dure a través de los tiempos”.

En total, Roosevelt reservó unos 230 millones de acres (como 930.000 kilómetros cuadrados) de tierra pública, incluyendo el Gran Cañón, el Parque Nacional Sequoia, el Cañón de los Reyes y el Monte Rainier, para que todos los estadounidenses y visitantes los disfruten cuando lo deseen.

Presidentes posteriores han añadido a estas designaciones, llegando a un total de área protegida de casi 320 millones de acres (o 1.295.000 kilómetros cuadrados), el 14% del total del área de tierra de Estados Unidos. Esto es gracias en gran parte a la influencia y vida de John Muir.

“Para inculcar el valor de las tierras silvestres en un público apenas separado de la idea de una naturaleza salvaje como un enemigo y un impedimento para progresar, se requirió de algo o alguien verdaderamente extraordinario”, escribió el historiador Shane Mahoney. “[Y] Muir fue ese alguien”.

La influencia del movimiento de conservación de Estados Unidos también se extendió a través de sus fronteras, inspirando a decenas de países alrededor del mundo a preservar, o proteger mejor, partes de sus territorios. Hoy día, hay unos 6.000 parques nacionales en más de 100 naciones.

Apreciando al Creador

En su obra maestra El Misterio de los Siglos, Herbert W. Armstrong lamentó la forma como la humanidad a menudo falla en construir una relación balanceada con la creación física de Dios. “¿Qué ha hecho el hombre en la Tierra donde lo puso Dios?” preguntó él. “El hombre ha afeado, contaminado y profanado todo lo que sus manos han tocado. Ha contaminado el aire, ensuciado el agua de los ríos, lagos y océanos. Ha deteriorado la tierra, despojado los bosques, en consecuencia, alterando las lluvias y causando la expansión de los desiertos”.

Los comportamientos normales de la humanidad ensucian, profanan y contaminan la creación, con poca consideración por las generaciones futuras. Pero gracias en gran parte al trabajo de John Muir, se han salvado partes de éste de esos comportamientos normales.

Esta salvaguarda es valiosa principalmente porque la creación física es el producto de una mente espiritual perfecta, y la Biblia muestra que una forma importante en la que podemos entender mejor esa mente perfecta es estudiando Su creación física. “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas…” (Romanos 1:20).

¡La creación física proclama el poder eterno de Dios! Ésta nos deja ver Su brillantez, excelencia, amor y gloria.

Cuando entramos en ella con la actitud correcta, obtenemos una idea de la mente del Creador. Aprendemos que, desde lo microscópico hasta lo macroscópico, Él entreteje la excelencia y el esplendor a través de cada capa de Su obra. Aprendemos que Él es el autor de la belleza indescriptible. Él es sumamente inteligente, organizado y perfeccionista. Aprendemos que Su poder no tiene límites.

También podemos aprender, al comparar nuestras propias habilidades con las de Dios, un valioso sentido de la proporción.

Esta última lección está abordada en Job 38, en la cual Dios le da una amonestación a Job que es pertinente a todas las personas: En la medida que usted experimenta este mundo físico, debería percibir el poder de Dios que lo trajo a la existencia; entendiendo la inmensidad de ese poder, usted debería volverse más humilde y reverente hacia el Creador.

Muir a menudo mencionaba la reverencia y gratitud que el rey Salomón tenía por la creación de Dios, quien probablemente lo aprendió de su padre el rey David. “Lleguemos ante su presencia con alabanza; aclamémosle con canticos”, escribió David en el Salmo 95. “Porque [el Eterno] es Dios grande, y Rey grande sobre todos los dioses. Porque en su mano están las profundidades de la tierra, y las alturas de los montes son suyas. Suyo también el mar, pues él lo hizo; y sus manos formaron la tierra seca” (versículos 2-5).

David era profundamente humilde al experimentar el mundo físico hecho por la mano de Dios. Y cuando nosotros experimentamos la creación, como lo hacemos cuando visitamos los parques nacionales con intensidad, podemos igualmente ser humildes y llenos de gratitud y reverencia. Muir dijo, “Dios tiene que casi matarnos algunas veces para enseñarnos lecciones”. Pero si el tipo de humildad del Salmo 95 nos impregna, a menudo podemos aprender lecciones importantes a través de métodos más suaves.

Por supuesto, no tenemos que estar sentados en la cima de un glaciar en un parque nacional prístino para apreciar la mente y el poder de Dios. Una simple hoja de pasto susurra la misma historia que gritan los Arcos de Utah. Pero si los sitios más inspiradores de la naturaleza fueron indiscriminadamente saqueados para maximizar las ganancias a corto plazo, eso oscurecería una ventana invaluable que el Creador nos ha dado a Su mente espectacular. 

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