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Trump, Jerusalem

Mandel Ngan/AFP/Getty Images

Una declaración común y corriente

No debería ser nada controversial el decir que Jerusalén es la capital de Israel.

Cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reconoció oficialmente a Jerusalén como la capital de Israel y se comprometió a trasladar la embajada de Estados Unidos a dicha ciudad, el anuncio sumió al mundo civilizado en una histeria masiva. Los críticos lo llamaron “el beso de la muerte” para la paz entre Israel y los palestinos y dijeron que ello hundiría al mundo en “un fuego sin fin”.

De hecho, la verdad en el corazón de tal anuncio no tiene nada de especial. Fue un simple reconocimiento formal de una verdad demostrable, una verdad que los seres humanos racionales del mundo entero han aceptado por 4.000 años. Desde el tiempo de Abraham, la humanidad ha reconocido a Jerusalén como la capital de la patria de los judíos y una ciudad que está inextricablemente conectada al judaísmo y la identidad judía.

Por supuesto, esta realidad no le gustó particularmente a muchos, y hubo períodos cuando poderes extranjeros (tales como los babilonios, romanos y turcos) lograron arrebatarles a los judíos temporalmente el control de la ciudad. Pero, les guste o no, la humanidad durante cuatro milenios al menos ha reconocido el vínculo histórico de los judíos con Jerusalén.

En general, se cree que la historia de los judíos con Jerusalén comenzó con el rey David en el siglo xi a.C. De hecho, el vínculo de los judíos con Jerusalén comenzó 1.000 años antes.

El Antiguo Testamento (y los historiadores judíos) revelan claramente que Abraham era el bisabuelo de Judá, el hijo de Jacob de quien descienden los judíos. Abraham nació en Caldea y estuvo un tiempo en Egipto, pero su patria era la tierra de Canaán. Génesis 13 muestra que después de su corta estadía en Egipto, Abraham estableció su hogar familiar “entre Betel y Hai” (versículo 3), a solo unos 16 kilómetros de Jerusalén.

Abraham visitó Jerusalén a menudo. Génesis 14 habla acerca de él visitando este lugar y cenando con el “rey de Salem”. Abraham incluso pagó los diezmos al rey de Jerusalén. Un estudio de la vida de Abraham muestra que su comportamiento, estilo de vida y ambiciones, toda su identidad, fue formada por Jerusalén, por su relación con el sumo sacerdote y rey en Jerusalén, y por su esperanza en las profecías acerca de Jerusalén.

Abraham trasmitió este afecto por Jerusalén a su descendencia, especialmente a su hijo Isaac, a su nieto Jacob y a su familia. Entre los años 2000 a.C. y 1750 a.C., Abraham y su extensa familia poblaron un vasto territorio en la tierra de Canaán, incluyendo una gran extensión al oriente del mar Muerto (en la Jordania actual). En el centro de los dominios de Abraham, estaba Jerusalén.

Los descendientes de Abraham (los israelitas) estuvieron cautivos en Egipto entre mediados del siglo xviii y mediados del siglo xv a.C. Pero después de su liberación, ellos regresaron a Canaán, y a comienzos del siglo xiv a.C., habían colonizado nuevamente la tierra, habitando un territorio que se extendía desde Egipto en el sur hasta Dan (cerca del Damasco actual) al norte; y desde el mar Mediterráneo en el occidente, hasta la tierra de Edom, Moab y Amón al oriente del río Jordán y el mar Muerto. También sabemos que la tribu de Judá (judíos) habitó una gran porción de territorio en el sur, que incluía la ciudad de Jerusalén (la cual ellos compartieron con los jebuseos). Usted puede leer esta historia en Josué 15.

A mediados del siglo xi a.C., el rey David, un guerrero de la tribu de Judá, consolidó el poder de Israel y transformó la nación en un poder regional. Como su antepasado Abraham, la vida del rey David giraba en torno a Jerusalén. El rey judío acrecentó a Jerusalén como capital de Israel, fortificándola como el asiento de la identidad política, cultural y religiosa.

El rey David fue sucedido por su hijo Salomón. Bajo Salomón, Israel se convirtió en un imperio mundial con dos armadas, minas de estaño y cobre en Arabia, y una red comercial que llegaba a África y Asia (1 Reyes 10). Pero de todos los logros increíbles del rey Salomón, el más importante fue la labor que hizo desarrollando a Jerusalén, que en su totalidad giró en torno a la construcción del primer templo.

Después de la muerte de Salomón, Israel se dividió en dos naciones. La nación de Judá (comprendida por las tribus de Judá y Benjamín) permaneció en el sur y continuó girando alrededor del templo en Jerusalén. Jerusalén permaneció como núcleo político del pueblo judío hasta principios del siglo sexto a.C. En el año 585 a.C., la ciudad fue destruida y los judíos que quedaron fueron llevados cautivos a Babilonia. Pero la desaparición de los judíos de Jerusalén fue breve. Setenta años después, el rey Ciro de Persia, reconociendo el apego permanente de los judíos a Jerusalén, permitió que un contingente regresara y reconstruyera la ciudad. La población de los judíos creció, y por los siguientes cinco siglos Jerusalén fue habitada principalmente por judíos (aunque recibió visitas, algunas veces con consecuencias dolorosas, de atacantes tanto del norte como del sur).

Los judíos perdieron significativamente control sobre Jerusalén cuando los romanos conquistaron la región en el primer siglo a.C. Pero, aunque no controlaban Jerusalén, los judíos mantuvieron una gran presencia en la ciudad durante todo el gobierno romano, justo hasta la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. Los judíos no recuperaron el control sobre la ciudad después de la conquista romana —los siguientes 1.600 años la ciudad estuvo controlada por musulmanes, católicos, otomanos, y los británicos—, pero mantuvieron una presencia ininterrumpida allí y en la región más amplia hasta que recuperaron el control en el siglo xx.

Esta historia es innegable. Jerusalén ha sido el centro del judaísmo y de la identidad judía por 4.000 años. Ningún otro pueblo en la Tierra está tan inextricablemente atado a una ciudad o región como los judíos lo están a Jerusalén.

Claro que esta verdad es polémica y, para algunos, inconveniente. Pero sigue siendo la verdad: Jerusalén ha sido la capital judía, literal y figurativamente, desde los tiempos de Abraham

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