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¿Somos demasiado buenos para la guerra?

ARIS MESSINIS/AFP VÍA GETTY IMAGES

¿Somos demasiado buenos para la guerra?

El ataque de Rusia a Ucrania nos recuerda crudamente una verdad crucial.

¿Le sorprendió la invasión rusa de Ucrania? A mucha gente sí. Los analistas la calificaron como “una apropiación brutal de tierras al estilo del siglo xviii” y “un retroceso a siglos anteriores”.

¿Por qué esta reacción? Porque dieron por hecho que la naturaleza humana está mejorando. Dieron por hecho que, en el siglo xviii , éramos más primitivos, menos evolucionados. Incluso los que no creemos en la evolución somos susceptibles a esto.

Mi propia reacción a la invasión de Ucrania me lo demostró. Al principio, pensé que había muchas posibilidades de que Putin invadiera. Rusia es mucho más poderosa que Ucrania. Pero a medida que pasaba el tiempo y las tropas rusas permanecían en la frontera, me volví más escéptico. Rusia había perdido el elemento de sorpresa, Ucrania tiene el segundo ejército más grande de Europa, y ahora que estaba preparada y desafiante, emprender una guerra a gran escala sería un desastre no sólo para las tropas ucranianas, sino para Rusia y para los civiles ucranianos. Putin ha demostrado ser muy bueno en lo que de apropiarse gradualmente de países se trata. Seguramente elegiría esta vía. ¿Por qué generar bajas masivas cuando existen formas menos dolorosas de conseguir lo que quiere?

Pero optó por provocar bajas masivas. Y me di cuenta de que yo también era víctima, en parte, del mismo tipo de pensamiento que mostraban aquellos liberales.

El hecho es que durante siglos la gente ha pensado que la guerra era cosa del pasado. A finales del siglo xviii, los expertos pensaban que la guerra a gran escala había terminado. Los generales se habían vuelto tan científicos y sofisticados que ya no se involucrarían en batallas sangrientas. En su lugar, antes de que se iniciara una batalla, quedaría claro quién estaba en mejor posición estratégica y, por lo tanto, quién ganaría. El que fuera a perder se retiraría. Las guerras podrían lucharse con estrategia y poco derramamiento de sangre.

Entonces, la Revolución Francesa y Napoleón Bonaparte impulsaron dos de las décadas más sangrientas de la historia europea.

En 1913, Norman Angell publicó su famoso libro The Great Illusion [La gran ilusión], en el que argumentaba que el comercio internacional y la sofisticación moderna hacían que la guerra quedara obsoleta. Al año siguiente llegó la guerra más destructiva que el mundo había conocido hasta entonces. Llegó a ser conocida como la guerra para acabar con todas las guerras, hasta que se desató la Segunda Guerra Mundial.

¿Por qué cometemos este mismo error una y otra vez?

“Existe una tendencia a considerar la paz como algo normal y la guerra como algo anormal”, escribió el experto en relaciones internacionales Nicholas J. Spykman, “pero esto se debe a una confusión intelectual derivada de las reacciones emocionales ante la guerra. La guerra es desagradable, pero es una parte inseparable del Estado. (...) Olvidar esa realidad porque las guerras son desagradables es cortejar el desastre”.

Esa es parte de la respuesta. Pero una verdad más profunda es que subestimamos sistemáticamente la maldad de la naturaleza humana.

La humanidad es básicamente buena; estamos pensando en cómo evitar las guerras y en mejorar nuestra sociedad. Si opina eso, también se está diciendo a sí mismo, ¡Yo soy bueno; tengo un buen corazón! Pero si piensa que el hombre tiene una naturaleza fundamentalmente defectuosa y es completamente incapaz de vivir en paz, también está reconociendo que usted es defectuoso y malvado, e incapaz de vivir una buena vida con su propio esfuerzo.

Jeremías 17:9 expresa esta verdad aún más claramente: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”. “Perverso” significa “peligrosamente enfermo”, “incurablemente enfermo” o “enfermo de muerte”.

“¡Confiar en las mentes humanas enfermas es la razón por la cual vivimos en un mundo tan sumamente enfermo!”, escribe el redactor jefe de la Trompeta, Gerald Flurry, en su folleto Jeremías y la visión más grandiosa de la Biblia. “La evidencia aterradora está a nuestro alrededor. ¡Evitar la aniquilación humana es nuestro principal problema! (Mateo 24:21-22). Este problema debería revelar cuán enferma está la mente humana”.

Sin embargo, ya seamos estadistas, analistas o simplemente personas ordinarias, estamos dispuestos a negar siglos y milenios de pruebas trágicas y sangrientas para aferrarnos a la creencia de que, en el fondo, los seres humanos somos fundamentalmente buenos.

Daniel 7 describe a los imperios principales que han dominado la historia. Clasifica a estos imperios como “bestias”. “Son bestias espantosas que conquistan y esclavizan a naciones enteras”, escribe el Sr. Flurry en Daniel Unlocks Revelation [Daniel descifra Apocalipsis, disponible sólo en inglés]. “Es lo que hacen estas bestias. Pero al Israel bíblico le gusta pensar que son animales salvajes inofensivos. Nuestras naciones lo hacen debido a sus voluntades a quebrantadas. Ellos temen enfrentarse a la verdad extremadamente desagradable”.

La guerra en Ucrania lo ha puesto de manifiesto. Vivimos en un mundo de bestias. Vladimir Putin está efectivamente dispuesto a arrasar con ciudades llenas de personas. Y también lo están otros hombres. E incluso ellos se consideran fundamentalmente correctos, fundamentalmente buenos.

Se avecinan más conflictos. Dios lo está permitiendo. ¿Por qué? Porque todavía no admitimos lo débiles que son los seres humanos, lo susceptibles que son al pecado y a la maldad. Y hasta que no admitamos la verdad, nunca nos volveremos verdaderamente a nuestro Creador para que nos salve, no sólo de la guerra, sino de ser malvados.

Como escribe el Sr. Flurry, los seres humanos debemos comenzar por entender nuestra propia maldad “si queremos tener esperanza. En el hombre no hay esperanza. En Dios sí hay una esperanza sin límite” (op. cit.).

Hay una solución a la guerra. Pero no está en el comercio, los tratados o las organizaciones como las Naciones Unidas. Está en seguir el ejemplo de Jeremías, registrado en Jeremías 17:14: “Sáname, oh [Eterno], y seré sano; sálvame, y seré salvo…”.