
Kassandra Verbout/La Trompeta/Getty Images
¿Qué es el conservadurismo?
La premisa básica del conservadurismo es el esfuerzo por preservar las cosas tal y como han sido. Acepta el cambio y la innovación que respetan las costumbres y tradiciones existentes. Todos somos propensos a sobrestimar nuestra propia sabiduría y a subestimar los límites de nuestra perspectiva. El conservadurismo modera esa peligrosa tendencia.
Esta filosofía se resume muy bien en Proverbios 22:28: “No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres” (vea también 23:10; Deuteronomio 19:14). Ese lindero se puso allí con un propósito, aunque no entendamos cuál fue.
Un ejemplo perfecto es el matrimonio, una institución que ha sustentado a la civilización humana desde sus inicios. Su influencia estabilizadora en la sociedad es obvia desde hace siglos, y es lógico que así sea: cuando un hombre y una mujer se comprometen el uno con el otro antes de tener hijos, es mucho más probable que esos hijos crezcan en un entorno estable bajo la tutela de dos personas profundamente interesadas en su éxito. Los hechos lo confirman: los hijos de hogares biparentales estables, en general, están más seguros, se portan mejor, tienen mejor educación y más éxito, son más ricos y tienen más probabilidades de formar sus propias familias estables. Las reglas del matrimonio —un hombre y una mujer, monogamia, fidelidad, trabajo en equipo, permanencia— se establecieron mucho antes de que llegáramos nosotros, y su sabiduría, francamente, supera nuestro entendimiento. (Si le interesa, puede obtener mucho de esa sabiduría leyendo nuestro folleto gratuito, escrito por Herbert W. Armstrong, Why Marriage—Soon Obsolete? [¿Por qué el matrimonio?, ¿Pronto obsoleto?; disponible en inglés]).
Suprimir este antiguo hito, este lindero, celebrando en su lugar la promiscuidad, la paternidad sin matrimonio y el divorcio para luego redefinir la propia institución e incluir a dos o más personas de cualquier sexo, es garantía de que tendrá consecuencias de largo alcance más allá de lo que podemos imaginar.
El matrimonio es en realidad un antiguo hito establecido no por nuestros padres humanos, sino por nuestro Padre supremo, Dios, en la creación del hombre (Génesis 2:18-25). La gente puede votar sobre estas cosas si quiere, los jueces pueden ignorarlas, los gobiernos pueden definirlas y redefinirlas, pero las leyes de Dios sobre el matrimonio no cambian. Cuando quebrantamos esas leyes, nuestras vidas se quiebran. La prueba está por todas partes. Eliminar este hito está desestabilizando a la sociedad de forma dramática y trayendo maldiciones incalculables.
Es cierto que antiguos hitos establecidos por los hombres no siempre son buenos y sabios; a veces es necesario eliminarlos. Pero créalo o no, muchos de los “antiguos hitos” de Estados Unidos, así como el matrimonio, fueron establecidos nada menos que por Dios Mismo. Esta nación fue fundada sobre muchos principios bíblicos y casi en su totalidad por creyentes de la Biblia, hombres con una sabiduría mucho mayor que la que posee cualquiera de los líderes actuales. Su cuidadosa composición de un gobierno destinado a frenar la tiranía (ya fuera del monarca, de la élite gobernante o de la turba), es una obra maestra. Las salvaguardias que instalaron para proteger la libertad, la prosperidad, la seguridad y la estabilidad son brillantes. Cuanto menos respeto tengamos por los hitos de la antigüedad (especialmente los más antiguos, los que están contenidos en la Biblia), más nos buscaremos problemas.
El principio general del conservadurismo se remonta a la Biblia, al Creador y a la forma en que creó al hombre.
Dios no cambia. La Biblia establece este hecho. “Porque yo [el Eterno] no cambio…” (Malaquías 3:6). Jesucristo es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). Su palabra permanece. “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:8). “Para siempre, oh [Eterno], permanece tu palabra en los cielos” (Salmos 119:89).
Si bien es cierto, y la Biblia es clara en este punto, que ciertos aspectos de la ley de Dios, diseñados específicamente para el antiguo Israel bajo el Antiguo Pacto con esa nación ya no se aplican físicamente, esos aspectos son muchos menos de lo que la mayoría de la gente cree. Estamos obligados por el espíritu, la intención y el principio de muchas más de esas leyes de lo que la mayoría de la gente reconoce. (Incluso esas leyes que han sido derogadas tienen mucho que enseñarnos). A los israelitas de la antigüedad, Dios les dijo específicamente que Sus leyes no eran sugerencias de las cuales podían escoger; el pueblo debía vivir “de todo lo que sale de la boca de [el Eterno]” (Deuteronomio 8:3). El espíritu de esta ley aplica a los cristianos hoy. Jesucristo citó y confirmó personalmente esta verdad (Mateo 4:4). Claramente, Cristo estudió la ley. Él vivió por toda palabra. ¿Por qué no siguen Su ejemplo más personas que dicen ser cristianas?
La sociedad ha despreciado las leyes de Dios y se ha desvinculado de todos los absolutos morales. Lo que un día está bien, al siguiente está mal; las normas cambian constantemente. Las personas se encuentran en arenas movedizas, a la deriva del falible razonamiento humano.
En tales condiciones, es inevitable que los radicales sigan presionando. Y a medida que la presión continúa, las cosas que antes se consideraban aborrecibles acaban volviéndose tolerables.