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Turkey, Police

Akif Talha Sertturk/Getty Images

Periodista Exiliado: Cuidado con el cambio autoritario de Turquía

Exclusivo de Trompeta

Hace dos años, fue editor en jefe del periódico más grande de Turquía. Hoy se considera afortunado de estar conduciendo para Uber y no estar sentado en una cárcel turca como decenas de sus colegas.

Imagine que mañana el gobierno de Estados Unidos comenzara a cerrar los periódicos. Que comenzara a manipular, molestar e incluso a atacar a los medios de comunicación que considera que no lo apoyan lo suficiente. Imagine a agentes del gobierno encarcelando a decenas y decenas de periodistas y editores por disidencia. Imagine al editor en jefe del New York Times huyendo del país para escapar de prisión.

Ese mismo escenario tuvo lugar, hace sólo dos años atrás, en una de las naciones más pobladas y poderosas del mundo: Turquía.

Abdülhamit Bilici fue editor en jefe del periódico más grande de la nación, el Zaman, y director ejecutivo de su versión en idioma inglés, Today’s Zaman. Pero el viernes 4 de marzo de 2016, la policía allanó las oficinas del periódico en Estambul. Un fallo de la corte lo puso bajo control del Estado. Bilici fue despedido.

Al día siguiente 500 seguidores de Zaman se reunieron frente a las oficinas del periódico. La policía los repelió con cañones de agua y gas lacrimógeno.

El sitio web de Zaman fue remplazado por un mensaje de que el sitio estaba siendo actualizado para proveer “cobertura imparcial”. Dos días después, Zaman volvió a estar online—pero sin acceso a todos sus artículos publicados previamente. En los kioscos, apareció una nueva edición de Zaman. La portada mostraba a un sonriente Recep Tayyip Erdoğan. Las páginas estaban llenas de artículos apoyando al presidente turco y su gobierno. Pero en ellas ni siquiera se mencionaba el hecho de que el gobierno había tomado el periódico por la fuerza.

“En 24 horas, cambiaron el periódico de ser una voz crítica a ser un portavoz, una máquina de propaganda”, recuerda Bilici.

La presión del gobierno contra Bilici se había incrementado por cerca de tres años antes de la toma del control. Después de la toma del control, su vida rápidamente se volvió insoportable. El gobierno monitoreaba sus llamadas; fue seguido y recibió llamadas y correos electrónicos amenazándolo. El gobierno comenzó a revocar los pasaportes de las personas como él que criticaban al régimen, por lo que no estaba seguro incluso de poder salir del país.

Después de tres semanas de ser espiado y amenazado, Bilici fue al aeropuerto a las 3 a.m. y compró un boleto sólo de ida a Europa. “Afortunadamente, no había restricciones—o la policía estaba durmiendo”, dice.

Desde ese día, ha vivido en exilio de su propio país.

Bilici pudo usar “pasos cautelosos similares” para sacar a su familia de su hogar, pero dos años más tarde. Al menos 50 de sus colegas de Zaman permanecen en prisión en Turquía, y el presidente Erdoğan está buscando sentencias de por vida para los periodistas y destacados intelectuales. Su régimen tiene más periodistas en prisión que cualquier otro país en el mundo. Ha cerrado cerca de 200 periódicos, estaciones de televisión y sitios web de noticias. En el Índice de Libertad de Prensa de Reporteros sin Fronteras, Turquía tiene el lugar 157 de entre 180 naciones.

Bilici advierte que su país, el que hasta hace muy poco él consideraba un modelo de una democracia islámica libre y abierta, un puente entre Occidente y el mundo musulmán, se ha vuelto ahora en “un modelo de cómo se puede perder la democracia en sólo cinco años”.

Un mundo de hombres fuertes

Esta transformación en Turquía no es una rara casualidad. Es parte de una tendencia que está afectando a otras naciones importantes. Por cerca de dos siglos han florecido la democracia y las sociedades libres, lideradas por el Imperio Británico y Estados Unidos. Pero las naciones modernas, sofisticadas, ricas y bien armadas se están volviendo al autoritarismo.

En Asia, Vladimir Putin está dominando Rusia, Xi Jinping controla China, Shinzo Abe está reviviendo el militarismo y el nacionalismo en Japón, y Rodrigo Duterte está groseramente, sin rodeos ni disculpas, despreciando las leyes en las Filipinas. En Europa, cifras récord de votantes están eligiendo el nacionalsocialismo: Víktor Orbán en Hungría, Sebastian Kurz en Austria, Andrej Babiš en la República Checa. En Oriente Medio, el destello de optimismo durante la Primavera Árabe ha terminado, y la región ha emergido con incluso menos democracia y libertad— gobernada por autócratas, dividido por el tribalismo y las violentas guerras territoriales.

Según varias mediciones, analizadas globalmente, el poder de los gobiernos y los individuos que los lideran ha crecido, y la libertad de los ciudadanos se está erosionando. La gente está reconociendo que el mundo se está volviendo más agresivo y más peligroso. La gente está buscando seguridad y protección. Y los hombres fuertes están prometiendo proveérselas.

En Turquía, ese hombre es Recep Tayyip Erdoğan.

El exalcalde de Estambul, encarcelado brevemente por incitar a la violencia, se convirtió en primer ministro en 2003, y luego en presidente en 2014. Durante la década y media que ha estado en el poder nacional, él ha impulsado significativamente la economía de Turquía, ha fortalecido su ejército y aumentado su poder internacional. En los primeros años de su reinado, defendió principalmente los principios de la representación democrática y una sociedad libre y abierta, en notable contraste con muchos otros líderes musulmanes. Observadores consideraban el éxito de Turquía bajo Erdoğan como un modelo de democracia musulmana exitosa.

Sin embargo, más recientemente, el tono de Erdoğan cambió. Él está transformando agresivamente a la socieddad turca, la que una vez reverenció su estado secular, a una nación dominada por el Islam. Eso ha significado que los medios independientes y los hombres que prosperaron en éstos, como Abdülhamit Bilici, tuvieran que irse.

Zaman fue fundado en 1986 basado en los principios periodísticos de contar la verdad imparcial, inspirados en las ideas de Fethullah Gülen, un clérigo y escritor turco. El periódico sirvió como un puente importante entre sectores dispares de una sociedad compleja que comenzó a adoptar la democracia occidental sólo recientemente. Entre el 99% de la población siendo musulmana, Zaman promovió una versión progresista e igualitaria del Islam, abierta a un diálogo interreligioso y a gusto con la ciencia y la democracia. Muchos turcos valoraban este tipo de periodismo: con una circulación de 650.000 ejemplares y un sitio web pionero, Zaman era el periódico más popular y exitoso del país.

Pero esos mismos principios amenazaban al gobierno de Erdoğan.

El partido Justicia y Desarrollo de Erdoğan, conocido como akp, gradualmente restringió la libertad de expresión, la libertad de prensa y el derecho a la libertad de asamblea. Y se puso aún más agresivo después de obtener una convincente victoria electoral en 2011. Luego la tendencia se aceleró aún más en 2013 con dos eventos fundamentales.

En mayo de ese año, un grupo de manifestantes organizó una sentada pacífica oponiéndose a un plan del gobierno para reemplazar en Estambul un parque por un centro comercial. La policía respondió brutalmente. Muchos turcos quedaron impactados. Una ola de manifestaciones se extendió por Turquía, se estima que 3,5 millones de personas en un país de 80 millones. Erdoğan aplastó por la fuerza las protestas con gases lacrimógenos y cañones de agua. En el proceso, 8.000 personas resultaron heridas, 3.000 fueron arrestadas y 11 fueron muertas. Erdoğan fue más lejos, ordenando a los medios de comunicación a no informar sobre las protestas. Y los periodistas que informaron de todos modos fueron despedidos por órdenes del gobierno e incluso de Erdoğan mismo.

Luego, en diciembre de ese mismo año 2013, una investigación policial expuso un corrupto plan que había sido llevado a cabo por decenas de miembros del partido de Erdoğan y sus familias. El plan involucraba soborno, fraude, lavado de dinero y contrabando de oro. El escándalo empañaba seriamente la imagen de Erdoğan como un político limpio. Él respondió a estas revelaciones no reformando su gobierno sino reforzando su control en el poder. Purgó la fuerza policial, fortaleció su influencia sobre el poder judicial y sometió a los medios a su control. Él comenzó a referirse a sus críticos como “terroristas”.

La vida de Bilici y sus colegas de los medios se volvió mucho más dura después de eso. Cuando Zaman informó sobre la corrupción y el autoritarismo del gobierno, “comenzamos a recibir amenazas, y sentimos el ardor”, dice él. Las autoridades comenzaron a cancelar sus credenciales de prensa para que ya no pudieran cubrir las conferencias de prensa y otros eventos gubernamentales. Los inspectores comenzaron a visitar sus oficinas y buscar infracciones oscuras. Se ordenó a las empresas que dejaran de comprar anuncios en el periódico. El poder judicial, ahora controlado por Erdoğan, permitió miles de demandas contra los editores y reporteros del periódico.

A pesar de la presión, Zaman continuó informando lo que sucedía—hasta que Erdoğan desplegó lo que Bilici llama “la opción nuclear”. El decreto número 668 fue emitido: El periódico fue tomado por agentes del gobierno, y sus empleados perdieron el acceso a los servidores internos y artículos publicados previamente. Su última edición independiente sería una portada de color negro con una cita de la Constitución de Turquía y el titular “La Constitución es suspendida”.

‘Un regalo de Dios’

El verano siguiente fue cuando la sangre comenzó a fluir. El 15 de julio de 2016, una facción dentro de las fuerzas armadas turcas intentó apoderarse de varios sitios claves en la capital y en otros lugares. Los turcos respetan mucho a su ejército y desde 1960, los líderes militares han derrocado a cuatro gobiernos debidamente elegidos por ser demasiado religiosos, a fin de proteger el estatus de Turquía como un país secular.

Por un momento, parecía que el tiempo finalmente podría haber terminado para el régimen de Erdoğan. Pero en cuestión de horas, el esfuerzo se derrumbó. Las fuerzas leales al presidente rechazaron violentamente a los soldados contrarios al régimen. En el conflicto, más de 2.100 personas resultaron heridas y más de 300 murieron.

El intento se convirtió en lo que Bilici llama “la caricatura de un golpe”.

La primera declaración pública del presidente Erdoğan sobre el golpe fue reveladora: Él lo llamó “un regalo de Dios”. Y esa es la forma en que fue tratado: aprovechando la oportunidad de eliminar el último remanente de oposición a su gobierno, él detuvo y despidió a personas por decenas de miles. Los críticos lo han comparado con el incendio del Reichstag que Adolfo Hitler usó como pretexto para eliminar a sus enemigos y aplastar las libertades civiles dentro de Alemania. Los resultados en Turquía fueron tan beneficiosos para Erdoğan que muchos creen que pudo haber permitido o incluso organizado él mismo el golpe.

Sea cierto o no, Erdoğan sin duda emergió por lejos como el hombre fuerte más fuerte. La vida en Turquía ha cambiado drásticamente desde el verano de 2016. Un grupo de periodistas ha recopilado historias y estadísticas sobre los abusos contra los derechos humanos en Turquía en un sitio web llamado TurkeyPurge.com. Ellos dicen que desde el 15 de julio de 2016, el gobierno turco ha cerrado 189 medios de comunicación; arrestado a 319 periodistas, cerró más de 3.000 escuelas, residencias universitarias y universidades, destituido a 4.463 jueces y fiscales, despedido a 5.822 académicos y unos 146.000 funcionarios estatales y otros trabajadores, arrestó a 77.524 personas y detuvo a 136.995 personas acusadas de tener conexiones con Gülen, enemigo de Erdoğan que ahora vive en el exilio en Pennsylvania y al cual Erdoğan culpa de todo lo que está mal en Turquía—incluso los terremotos.

Así Erdoğan ha ganado un control absoluto sobre el poder judicial y el ejército, y un control virtual sobre el mundo académico y la prensa. El estado de emergencia que declaró después del golpe sigue vigente hasta el día de hoy.

Con toda su oposición fuera del camino, Erdoğan se siente lo suficientemente fuerte como para empezar a cambiar la Constitución turca. Una aparentemente creciente mayoría de turcos quiere que su nación se vuelva abiertamente más islámica, y en Erdoğan han encontrado un defensor de su causa. En un referendo a escala nacional el 16 de abril de 2017 (que fue manchado por el fraude), los turcos votaron estrechamente para pasar 18 enmiendas constitucionales que transformarán a la nación de una democracia parlamentaria a una república presidencial—de hecho, a una presidencia ejecutiva. Erdoğan ahora puede permanecer en el poder por al menos una década más en una nación que está cada vez más agradecida de él. Algunos observadores lo llamaron “la muerte de la democracia turca”.

En abril, Erdoğan decidió mover las elecciones que estaban programadas para noviembre de 2019 hasta junio. Una victoria cimentará los poderes ejecutivos aprobados en referendo del año pasado.

Mientras tanto, el presidente Erdoğan tiene un espléndido palacio construido para él mismo de más de 1.000 habitaciones, 187,5 kilómetros cuadrados, y 615 millones de dólares apuntando a evocar la gloria del Imperio Otomano.

Estos movimientos traen a la mente las palabras de una antigua profecía que se encuentra en el libro bíblico de Abdías que se aplica a los turcos modernos: “La soberbia de tu corazón te ha engañado, tú que moras en las hendiduras de las peñas, en tu altísima morada; que dices en tu corazón: ¿Quién me derribará a tierra?”.

Por qué se está saliendo con la suya

Tan dramático como pueda ser Turquía descendiendo al autoritarismo, la nación ha enfrentado poco rechazo desde Occidente. Estados Unidos y las naciones europeas tienen una relación complicada con Turquía. Es un complejo rompecabezas geopolítico.

Turquía se encuentra en la encrucijada de un choque de civilizaciones en desarrollo. Geográfica, cultural y económicamente está conectada tanto con Oriente Medio como con Europa. Es miembro de la Organización de Cooperación Islámica, pero también es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Por décadas, ha buscado la membresía completa en la Unión Europea.

Turquía es crucial en los asuntos mundiales. Su economía es una de las mejores 20 del mundo, la mayor economía de la región y la economía musulmana más grande. Tiene un enorme ejército: el más poderoso en Oriente Medio y clasificado por Global Firepower como el noveno más poderoso del mundo. Después de Estados Unidos, es la fuerza armada más grande en la otan con 890.000 efectivos uniformados.

Turquía es un vital centro energético que conecta a Europa, Oriente Medio y Asia Central. Es uno de los países geográficamente más estratégicos del mundo—un puente terrestre que conecta continentes importantes y volátiles. Al occidente, Turquía limita con miembros de la UE, Grecia y Bulgaria. Al sur, limita con las naciones musulmanas de Oriente Medio, Siria, Irak e Irán. Al oriente, limita con las antiguas naciones soviéticas de Armenia, Georgia y Azerbaiyán. Flanquea el Mar Mediterráneo, el Mar Negro y el Mar Egeo, y controla las vitales vías fluviales del Bósforo y los Dardanelos que unen Asia Central con el Mediterráneo. En un mundo cada vez más impulsado por la política energética, Turquía es un importante cruce para el tránsito de energía.

También se ha convertido en una valiosa contención para los migrantes de Oriente Medio que se dirigen hacia Europa. Turquía alberga a la mayoría de los refugiados sirios por mucho: unos 3,8 millones. Alemania ha hecho numerosas concesiones a Turquía a cambio de promesas para evitar que esos refugiados inunden el Continente.

Las naciones occidentales confían en la cooperación de Turquía en defensa, transporte, energía, inmigración y otras áreas. Para preservar las ventajas que ofrece Turquía, han demostrado estar dispuestos a pasar por alto el descenso del país hacia la tiranía.

Ocasionalmente los líderes europeos expresan frustración por el comportamiento de Erdoğan, pero las acciones han sido suaves. En octubre del año pasado, la canciller alemana Ángela Merkel calificó la situación de los derechos humanos en Turquía como “absolutamente insatisfactoria”, pero dijo que quiere “evitar un enfrentamiento” y no “romper puentes” con los turcos.

Hace un año, el presidente Erdoğan visitó al presidente Donald Trump en Washington. Mientras estaba en la residencia del embajador turco, un pequeño grupo de manifestantes apareció afuera portando banderas de un partido de la oposición kurda. Sorprendentemente, guardaespaldas de Erdoğan salieron y atacaron a las personas que ejercían sus derechos de libre expresión en suelo estadounidense. Así es como se maneja a los disidentes en Turquía, y aparentemente estos hombres olvidaron que eran huéspedes en Estados Unidos. Los perpetradores del asalto, capturados en varias cámaras y transmitidos en las noticias, no tuvieron consecuencias.

Críticos de Erdoğan están frustrados de que otras naciones fallen en hacerlo responsable. Pero esta es la naturaleza de la política internacional, y Erdoğan sabe cómo jugar el juego. Está utilizando todas sus fichas de negociación con éxito, ejerciendo su influencia y aprovechando el oportunismo, la debilidad y la falta de principios de otras naciones.

Mientras tanto, esta poderosa nación en la encrucijada de Oriente y Occidente está siendo envenenada y consumida cada vez más por el fundamentalismo islámico, anti-EE UU y anti-Israel.

Esta tendencia subraya dos profecías específicas sobre Turquía que demuestran que es un poder fuertemente anti-EE UU y anti-Israel en este tiempo del fin: una está en el Salmo 83, donde es parte de una alianza que busca cortar el mismísimo nombre de Israel; y la otra está en Abdías, donde los turcos cometen un impactante acto de traición contra estadounidenses e israelíes, en una concesión a sus aliados en Europa. Estas profecías también muestran que la relación de Turquía con Europa, sobre todo con Alemania, continuará prevaleciendo sobre otras consideraciones de política exterior.

La represión tragándose a Turquía hoy en día, es también una imagen cruda del descenso del mundo hacia una oscura era descrita en la profecía bíblica como los “tiempos de los gentiles”.

Un periodista en el exilio

Abdülhamit Bilici se considera afortunado de haber escapado de lo que él llama la “prisión abierta” de su país de origen. “Nunca piense que lo que ocurre en lugares remotos del mundo no tienen relación con usted”, dice él.

“Es muy dramático, sabe. Usted es editor en jefe del periódico más grande, y luego está convertido en un pobre tipo, sin nada. Está perdiendo su casa, sus activos, su carrera. Todo es destruido. Esto es como una muerte”, dice. “Y luego [tiene] que comenzar todo desde cero. Esta es una lucha”.

“Pero mientras tanto, trato de verme a mí mismo en términos comparativos con mis amigos, que no son tan afortunados como yo, en el sentido de que ellos todavía están en la cárcel, y ni siquiera pueden encontrar abogados, y están enfrentando sentencias de por vida. Entonces, en comparación con eso, me siento muy afortunado. Y, por supuesto, desde la otra dimensión, trato de entender que esta no es la primera vez en la Tierra que una persona se enfrenta a la persecución a causa de sus ideales, principios u honor”.

Ahora viviendo en Estados Unidos, cuando Bilici no está hablando ni tratando de crear conciencia de lo que está sucediendo en Turquía, o en búsqueda de un trabajo en medios de comunicación o el mundo académico, el exeditor en jefe de Zaman trabaja como un conductor de Uber.

“Estoy muy triste de contar todas esas cosas sobre mi hermoso país”, dice. “Estoy asumiendo un gran riesgo al hablar. Pero debo hacerlo”. 

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