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Paraíso perdido

¿Dónde comenzó a ir todo mal?

“D ios de las naciones, a Tus pies, en los lazos del amor nos reunimos, escucha nuestras voces, suplicamos, Dios defiende nuestra tierra libre…” . Desde su primera palabra, el himno nacional de Nueva Zelanda, “Dios defiende a Nueva Zelanda”, es una invocación a Dios para que bendiga nuestra nación. Y ha sido bendecida, como pocas en la Tierra.

A principios del siglo xix, el Imperio Británico se expandió exponencialmente. Parecía casi como un accidente, pero como Herbert W. Armstrong explicó en Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía, en realidad fue el resultado de bendiciones bíblicamente profetizadas y fechadas con precisión. En 1840, el imperio añadió lo que a veces se llamó “la última masa terrestre habitada”, Nueva Zelanda. Un viaje de 25.000 kilómetros, quizás la migración más larga de la historia de la humanidad, llevó a los súbditos británicos a una isla paradisíaca de impresionantes montañas, campos volcánicos, tierras de cultivo fértiles, libre de animales depredadores, con depósitos de oro y otros recursos, y la perspectiva de la aventura.

Los neozelandeses eran pioneros, pero mantenían una firme lealtad al deber, al servicio, al Imperio y a la corona. Cuando estallaron las guerras mundiales a miles de kilómetros de distancia, los neozelandeses respondieron al llamado, navegaron a Europa para detener a Alemania y sus aliados y se sacrificaron por decenas de miles en los campos de batalla.

Al declarar la guerra a la Alemania nazi el mismo día que Gran Bretaña, el primer ministro Michael Savage dijo: “Es con gratitud por el pasado, y con confianza en el futuro, que nos alineamos sin miedo al lado de Gran Bretaña. Adonde va, ¡vamos nosotros! Donde está, ¡estamos nosotros!”.

Qué transformación ha ocurrido desde entonces.

Dejados solos

Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, los británicos eligieron el gobierno laborista de Clement Attlee que promovía la descolonización, y se enfocaron más en el interior y en Europa. En 1973, se unieron a la Comunidad Económica Europea (cee). A pesar de las alegrías en Europa, el Sr. Armstrong advirtió: “Muy probablemente, Gran Bretaña va a recordar el lunes 1 de enero de 1973 como una fecha histórica de lo más trágica, ¡una fecha cargada de ominosas potencialidades!” (La Pura Verdad, marzo de 1973; énfasis añadido). Él profetizó que Gran Bretaña finalmente dejaría Europa.

En ese tiempo, Nueva Zelanda era conocida como “la granja de Gran Bretaña”, pero las políticas europeas imponían cuotas estrictas a sus exportaciones agrícolas hacia Gran Bretaña. De hecho, estas políticas sustituyeron y pusieron fin a todos los acuerdos comerciales bilaterales de Gran Bretaña.

Antes de 1939, Gran Bretaña recibía más del 80% de las exportaciones de Nueva Zelanda. A finales de 1973, esa proporción se redujo al 27% y en la actualidad es inferior al 3%. La inflación, agravada por las crisis del petróleo y otros problemas, se disparó durante las décadas de 1970 y 1980, y el valor del dólar neozelandés se desplomó.

Cuatro décadas después, y como se predijo, Gran Bretaña ha abandonado la Unión Europea, y se habla mucho de volver a entablar las relaciones anteriores a la cee. Pero dejando de lado los sentimientos de traición, ya es demasiado tarde para eso.

Con la madre Inglaterra enfocándose más en sus temas internos, Nueva Zelanda buscó nuevos socios económicos. Hubo un breve coqueteo con EE UU, pero los desacuerdos sobre la Guerra de Vietnam y sobre el poder y las armas nucleares lo interrumpieron. En su lugar, Nueva Zelanda se dirigió a una nación con una población y una economía en rápido crecimiento, y un gobierno que ya estaba cortejando al Partido Comunista de Nueva Zelanda: China.

En 1988, Nueva Zelanda enviaba el 4% de sus exportaciones a China y recibía el 1% de sus importaciones. Ahora, Nueva Zelanda envía el 32% de sus exportaciones a China (el doble que al siguiente país, EE UU) y recibe el 23% de sus importaciones de China (el doble que del siguiente país, Australia).

El comercio chino era justo lo que necesitaba la maltrecha economía neozelandesa. Pero está llegando a un precio mucho mayor.

Por ejemplo, en 2016, la demanda china aumentó repentinamente por uno de los principales productos de Nueva Zelanda: la leche en polvo. En respuesta, los productores de leche pidieron préstamos, compraron nuevos equipos y aumentaron la producción.

De repente, la demanda se acabó. Resultó que China estaba creando reservas del producto (unas 300.000 toneladas) y ahora ya tenía suficiente. Esto dejó a los agricultores con una enorme deuda por equipos que ya no eran necesarios. Se arruinaron y se vieron obligados a vender sus granjas ¿Y quién estaba allí, listo para comprar? China.

A través de empresas chinas, el régimen chino controla ahora numerosas granjas y empresas en Nueva Zelanda y es su segunda fuente de “inversión” extranjera directa. Nueva Zelanda es el mayor exportador de productos lácteos del mundo, pero de sus productores de lácteos, el tercero, el cuarto y el quinto más grandes son propiedad de China. La mitad de su mayor empresa cárnica pertenece a China.

Shanghai Pengxin ha estado utilizando sus granjas neozelandesas para lanzar globos de “vigilancia de alta precisión” al espacio cercano, los cuales tienen aplicaciones potenciales para misiles guiados de largo alcance.

Mientras tanto, Nueva Zelanda ha absorbido una afluencia masiva de inmigrantes chinos y asiáticos. Hace veinte años, 1 de cada 15 neozelandeses era asiático. Ahora el número se ha duplicado hasta llegar a 1 de cada 7 y se prevé que llegue a 1 de cada 4 en los próximos 20 años. China es la mayor fuente de estudiantes extranjeros de Nueva Zelanda (en el año 2018 habían 55.000), y se dice que las universidades “dependen” de su asistencia. El Instituto Confucio, controlado por el Partido Comunista Chino (PCCh), financia directamente los cursos de las escuelas neozelandesas en los que se enseña el chino mandarín, y la policía neozelandesa está tomando cursos de idiomas para ayudar a la interacción pública.

La gente no se atreve a cuestionar los motivos del PCCh en Nueva Zelanda, por temor a ser llamados racistas. Pero hay otra razón por la que los líderes neozelandeses, ya sean del Partido Laborista socialista o del Partido Nacional más conservador, evitan cuestionar a China. Porque China les paga.

Un informe de 2017 de la profesora Anne-Marie Brady señaló que en Nueva Zelanda los diputados nacionales Ruth Richardson y Chris Tremain son directores del Banco de China, el ex líder nacional Don Brash preside el Banco Industrial de China y la ex primera ministra Jenny Shipley preside el Banco de la Construcción de China; el diputado de la lista nacional Yang Jian de hecho trabajó con la inteligencia militar china durante 15 años y entrenó a espías chinos antes de convertirse en ciudadano neozelandés; el diputado de la lista laborista Raymond Huo tiene estrechas relaciones con el PCCh, y convirtió el eslogan de la campaña electoral en chino de la actual primera ministra laborista Jacinda Ardern en una cita de Xi Jinping. El ex primer ministro del Partido Nacional, John Key, está ahora al servicio de los proyectos empresariales de Comcast en China y también se sabe que vendió su propiedad en Nueva Zelanda por 20 millones de dólares, muy por encima del valor de mercado, a un comprador chino no revelado. Los familiares del ex primer ministro del Partido Nacional, Bill English, dirigen otras iniciativas vinculadas al PCCh. Eso sólo por nombrar a algunos.

Pero la clase dirigente asegura que no hay nada de qué preocuparse. Sir Bob Harvey, ex alcalde laborista, respondió a las críticas diciendo: “China tiene el equilibrio de la sabiduría, y creo que China salvará al planeta. (…) China nunca ha atacado a otro país. Es un país que ha sido gobernado por eruditos y no por dictadores. (…) No trabajo como agente chino”.

Lealtades divididas

Con una China tan arraigada, Nueva Zelanda se enfrenta a un dilema respecto a sus aliados tradicionales.

El país forma parte de Cinco Ojos, esencialmente una alianza anglosajona de inteligencia que se remonta a la Segunda Guerra Mundial y que incluye a Australia, Canadá, Reino Unido y EE UU. Sin embargo, a principios de 2021, la ministra de Asuntos Exteriores neozelandesa, Nanaia Mahuta, calificó la alianza y su presión contra China de “incómodas” para Nueva Zelanda. Meses antes, un portavoz del gobierno chino había advertido a Cinco Ojos que “aquellos que se atrevieran a dañar la soberanía de China verían cómo les sacan sus propios ‘ojos”.

Nueva Zelanda también se ha distanciado de aukus, una reciente alianza de Australia, Reino Unido y EE UU, diseñada para contener el poder chino en el Pacífico y se abstuvo de unirse a un boicot de esas cuatro naciones contra China por su persecución de los uigures.

Nueva Zelanda también ha quedado en una posición vulnerable desde el punto de vista militar. Sus fuerzas armadas y su hoja de servicios, históricamente desplegadas junto a Gran Bretaña, han sido durante mucho tiempo motivo de orgullo. Al final de la Segunda Guerra Mundial, Nueva Zelanda contaba con unos 1.000 aviones, 60 barcos y 43.000 soldados. En la actualidad, la Fuerza Aérea sólo cuenta con 49 aviones de entrenamiento, transporte, patrullas y helicópteros (una cuarta parte del tamaño de la fuerza aérea que EE UU dejó a los talibanes en Afganistán). Tiene cero aviones de combate. La Marina Real cuenta actualmente sólo con nueve buques, de los cuales sólo dos son de combate. El Ejército neozelandés cuenta con menos de 5.000 efectivos regulares. El ejército de la nación es, efectivamente, inexistente.

La policía neozelandesa celebra su condición de desarmada. Hubo un periodo de prueba de policía armada a principios de 2020, pero los activistas de Black Lives Matter se opusieron a la medida, uno de ellos afirmando que la policía “caza a los maoríes como si fuera un deporte de caza”. (En casi un siglo de registro, 36 personas han sido asesinadas por la policía, y 33 agentes de policía han sido asesinados). El comisario de policía se apresuró a afirmar que el cuerpo seguiría siendo “un servicio policial generalmente desarmado” porque “el sentir de los ciudadanos es importante”.

Días después, dos policías neozelandeses fueron baleados por un miembro de una banda maorí; uno de ellos murió a causa de sus heridas.

Vergüenza colonial

Sin embargo, éste es un pequeño precio a pagar por la “culpa colonial” compartida por el hombre blanco en Nueva Zelanda. Al menos, eso es lo que se nos enseña a los neozelandeses en la escuela, en una dieta rica en culpa colonial y mitología maorí. En las clases de “estudios sociales” se enseña cómo el Imperio Británico “robó” tierras a la rica población maorí, basándose en un tratado “mal traducido” (muy discutido), y se enseña la opresión general del pueblo maorí. (Los hechos de las constantes luchas internas entre las tribus se dejan de lado, al igual que el genocidio maorí de los nativos moriori: en 1835, los maoríes atacaron a los habitantes de esta peculiar cultura altruista y sin armas y los esclavizaron, los mataron y los comieron. En 50 años, los maoríes redujeron la población moriori de 2.000 personas a sólo 100).

Aprender esta historia, sin embargo, es “racista”. Y le resta importancia a atacar el pasado colonial de Nueva Zelanda.

Nueva Zelanda rompió sus vínculos constitucionales con Gran Bretaña en 1986, pero sigue siendo una nación de la Mancomunidad Británica, con la Reina como jefa de Estado simbólica. Pero en 1986, la Reina visitante fue atacada con huevos durante un desfile. Aunque una encuesta de 2012 reveló que el 70% de los neozelandeses quería mantener la monarquía, esa cifra es ahora del 47%.

En 2015, el primer ministro John Key celebró un referéndum nacional de 26 millones de dólares para cambiar la bandera del país y expresó un interés especial en eliminar la bandera de Reino Unido de la “era colonial”. Su esfuerzo fracasó, pero el 43% de los neozelandeses sí votó a favor de cambiar la bandera.

También hay un movimiento para, en lenguaje bíblico, “borrar el nombre”. El Partido Maorí está impulsando el cambio de nombre del país a Aotearoa (“Tierra de la larga nube blanca”), y cuenta con el apoyo de una petición de más de 60.000 firmas, del 40% de los encuestados y del actual primer ministro. El Consejo Geográfico de Nueva Zelanda también ha propuesto en repetidas ocasiones cambiar el nombre de la Isla del Norte y la Isla del Sur por sus equivalentes maoríes: Te Ika-a-Maui (“El pez del dios Maui”) y Te Waipounamu (“El lugar de la piedra verde”).

Aunque el número de neozelandeses de origen asiático se acerca al de los maoríes, el mensaje general es cada vez más claro: cualquiera que sea la cultura que domine este país, ya no debe ser británica, anglosajona ni, en especial, judeocristiana.

Transformaciones

El gobierno laborista neozelandés de 1999-2008 supervisó un período clave no sólo para el desmantelamiento del ejército de la nación, sino también para desechar sus tradiciones y su moral.

En 2018, una neozelandesa fue nombrada “dama” por la Reina por sus “servicios a la prostitución”. En 2003, el gobierno despenalizó la prostitución. En 2004, el gobierno reconoció legalmente las uniones civiles homosexuales. En 2007, prohibió la disciplina física de los niños. En 2013, Nueva Zelanda se convirtió en el primer país del Pacífico en legalizar totalmente el “matrimonio” homosexual. (Tres días antes de que se iniciaran las ceremonias, un gran terremoto sacudió justo al sur de Wellington, la capital, y el temblor y sus más de 20 potentes réplicas se sintieron de un extremo hasta el otro de Nueva Zelanda).

En 2020, el aborto, al que Nueva Zelanda se había opuesto con algunas de las leyes penales más estrictas del mundo occidental, se legalizó hasta las 20 semanas.

Pero el único “pecado” moral que Nueva Zelanda no puede soportar es la emisión de gases de efecto invernadero. En 2002, ratificó el Protocolo de Kioto de las Naciones Unidas, comprometiéndose a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Aproximadamente la mitad de estos gases proceden de la ganadería. El gobierno propuso una Tasa de Investigación sobre las Emisiones Agrícolas que recaudaría una multa anual de 8,4 millones de dólares de los ganaderos, sumado a unos 50 a 125 millones de dólares de costos públicos para financiar la investigación sobre la compensación de las emisiones de metano del ganado. Lo que se conoció como el “impuesto a los pedos” fue recibido con burlas y protestas, y el proyecto de ley fue finalmente retirado. En ocho años, la deuda de Nueva Zelanda con el Protocolo de Kioto superaba los mil millones de dólares. A pesar de ello, se apresuró a sumarse al Acuerdo Climático de París de 2015 y, posteriormente, a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021 (cop26). Se ha comprometido a reducir las emisiones en un 50% en esta década.

Mientras tanto, desde la década de 1980, esta nación tradicionalmente de ganadería ovina ha reducido su cantidad de ovejas en un 63%.

La transformación del país ha sido acelerada por su actual primera ministra. Los medios de comunicación internacionales caracterizaron su campaña de 2017 como “Jacindamanía”, pero la joven y fresca política laborista de izquierda era quizás mucho más popular en el extranjero que en su país. Jacinda Ardern y su partido recibieron en realidad menos votos que el Partido Nacional, pero ganaron el control mediante un acuerdo político y parlamentario que dio lugar a un gobierno de coalición.

Ardern no es una líder de partido corriente. Esta ex DJ soltera y ex presidenta de la Unión Internacional de Juventudes Socialistas fue nombrada líder del Partido Laborista a los 37 años, sólo dos meses y medio antes de las elecciones. Ha apoyado abiertamente la ruptura con la corona, el gasto social masivo, la agenda homosexual, la legalización de las drogas y el aborto.

Fue reelegida por mayoría simple el año pasado, principalmente por su gestión de lo que marcó el fin del mundo tal y como lo conocíamos: el coronavirus.

En cuanto comenzó la alarma de la covid-19, Ardern inició uno de los cierres más duros y fuertes del mundo. Revocó las libertades de los neozelandeses para mantener una política de “cero covid” durante todo el año 2020. Esto ha tenido un alto costo. Casi dos años después, las fronteras de Nueva Zelanda permanecen firmemente cerradas, con ciudades enteras bloqueadas sobre la base de uno o dos casos positivos. La ciudad más grande del país, Auckland, ha salido finalmente de un cierre de 108 días, no por el éxito de la estrategia de cierre (o porque el 93% de los residentes elegibles han sido vacunados), sino porque los funcionarios finalmente se han dado cuenta de que cero covid es insostenible.

Sin embargo, con bloqueos continuos, con una deuda bruta que ha aumentado en casi 100.000 millones de dólares hasta un total actual de 663.000 millones de dólares (130.000 dólares por cada hombre, mujer y niño), con informes de reacciones catastróficas a las vacunas, y con una primera ministra que pide dosis de refuerzo cada seis meses, todavía no parece haber un final a la vista.

Mientras tanto, ¿el número total de muertes en Nueva Zelanda en la “peor pandemia en un siglo”? Cuarenta y cuatro.

El paraíso perdido

Nueva Zelanda se presenta a menudo como una “isla paradisíaca”. Pero, aunque el nivel de vida sigue siendo alto, otras cifras muestran que la nación está enferma.

Nueva Zelanda ocupa regularmente los primeros lugares en el mundo desarrollado en cuanto a suicidio juvenil. Nuestra tasa entre los jóvenes de 15 a 19 años (más de 15 por cada 100.000) es más del doble de la proporción mundial. Entre los varones de 15 a 24 años, esa cifra es de 22,2 por cada 100.000.

Entre las naciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, Nueva Zelanda es una de las peores en cuanto a bienestar infantil, la cuarta en cuanto a embarazos de adolescentes y una de las peores en cuanto a acoso escolar. La tasa de violencia familiar es la peor del mundo desarrollado. Un tercio de las mujeres sufre algún tipo de violencia física. El 40% del tiempo de la policía se dedica a responder incidentes de violencia familiar (unos 500.000 al año para una población de sólo 5 millones). El costo monetario de la violencia familiar asciende a 7.000 millones de dólares al año, pero el costo mental y emocional es incalculable.

¿De quién es la culpa? La trillada respuesta del “colonialismo” es, a estas alturas, una excusa ridícula. Tiene mucho más sentido señalar el rápido abandono de la moral judeocristiana sobre la que se construyó Nueva Zelanda, una moral diseñada para mantener unidas a las familias.

“Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré [te desecharé, vkj]; (…) y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (Oseas 4:6).

Oseas es un libro de la Biblia con profecía del tiempo del fin dirigido principalmente a un pueblo llamado Efraín, un pueblo que, como explicó Herbert W. Armstrong en Estados Unidos y Gran Bretaña en profecía, incluye a Nueva Zelanda. Oseas describe a Efraín como una torta no volteada, una “paloma incauta”, comida por polillas, “vejado, quebrantado en juicio”, vendiéndose a “amantes” extranjeros opresores, sacando a “sus hijos a la matanza” (Oseas 7:8, 11; 5:12, 11; 9:13).

¿El paraíso recuperado?

¿En qué se ha convertido Nueva Zelanda? Antes era un país con propósito y dirección: “La granja de Gran Bretaña”; “Adonde va Gran Bretaña, vamos nosotros”; “Dios defienda a Nueva Zelanda”; “Dios salve a la Reina”. Junto con el poderoso Imperio Británico, Nueva Zelanda se levantó; y ahora, junto con él, ha caído. Hoy, la nación es una granja china arruinada, violenta, débil, impotente, sin rumbo y, aparentemente, sin futuro, que mata a su ganado para salvar el planeta, que mata a su gente y su economía para salvarlos de un virus que no los está matando, ni mucho menos.

Nueva Zelanda era uno de los territorios más ricamente bendecidos de la Tierra. Esas bendiciones, sin embargo, venían con una advertencia. En uno de los primeros libros de la Biblia, Dios advierte: “Porque yo les introduciré en la tierra que juré a sus padres, la cual fluye leche y miel; y comerán y se saciarán, y engordarán; y se volverán a dioses ajenos y les servirán, y me enojarán, e invalidarán mi pacto. Y cuando les vinieren muchos males y angustias, entonces este cántico responderá en su cara como testigo…” (Deuteronomio 31:20-21).

Resulta que Nueva Zelanda tiene su propia “canción” como testigo, un conmovedor poema escrito en la década de 1870 que se convirtió en nuestro himno nacional. Es una canción sobre cuya letra, citada en parte a continuación, haríamos bien en reflexionar. Sólo si volvemos como nación a Él, Dios defenderá a Nueva Zelanda

Este artículo fue traducido del artículo “Paradise Lost” de theTrumpet.com.


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