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¿Está Charlie Kirk en el cielo?
Cuando se conoció la noticia del asesinato de Charlie Kirk, políticos, pastores y gente del común dijeron que estaba “en un lugar mejor”, que “ahora está en el cielo” o que “nos está mirando desde arriba”. “Charlie fue a su recompensa eterna con Jesucristo en el cielo”, dijo su viuda, Erika.
Pero ¿realmente van las personas al cielo cuando mueren?
En Juan 3:13, Jesús dijo que “nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre...”, hablando de Sí Mismo. La gente intenta explicarlo, pero esto significa lo que dice: no hay almas de los salvos en el cielo. Ni siquiera el rey David, “un hombre conforme al corazón de Dios” (Hechos 13:22), está en el cielo siglos después de su muerte. El apóstol Pedro lo confirmó en Hechos 2:29 y 34, cuando dijo que David “murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. (…) Porque David no subió a los cielos…”. Si David no está en el cielo, ¿quién podría estarlo?
¿Qué dice la Biblia que ocurre después de la muerte?
¿Y qué es el cielo exactamente? Muchos lo ven como un resplandeciente paraíso arriba de las nubes, lleno de ángeles y santos tocando arpas o contemplando el rostro de Jesús. Es el lugar al que la gente les dice a sus hijos que se fue el perro. Se les han enseñado estas cosas y las han aceptado sin pruebas.
Esta no es la imagen del cielo descrita en la Biblia. De hecho, la enseñanza bíblica es mucho más sorprendente y, en muchos sentidos, mucho más esperanzadora.
Qué es el cielo en realidad
Las Escrituras utilizan la palabra cielo de tres formas distintas. El primer cielo es el firmamento, la atmósfera en la que vuelan las aves y cae la lluvia (Génesis 1:20; Deuteronomio 33:28). El segundo cielo es el espacio exterior, hogar del sol, la luna y las estrellas (Génesis 1:15-17). El tercer cielo, como lo describió el apóstol Pablo en 2 Corintios 12:2-4, es el reino espiritual donde reside el trono de Dios.
En ese tercer cielo está la sede de Dios, el centro del gobierno divino. Jesús Mismo nos dijo que no jurásemos por el cielo, “porque es el trono de Dios” (Mateo 5:34). En Apocalipsis 4, Juan describe la impresionante escena de esa sala del trono, llena de luz, color y seres angelicales.
Pero la Biblia nunca llama al cielo la recompensa de los salvos. Repito, específicamente dice que los santos como el rey David siguen enterrados en la tierra.
Entonces, ¿por qué la gente, incluidos los amigos en duelo y los predicadores en los funerales, sigue diciendo que los fieles “van al cielo”? Bueno, aparte del agradable y reconfortante pensamiento de tener a los seres queridos vivos y felices sobre las nubes, ciertos versículos bíblicos parecen apoyarlo.
Por ejemplo, Jesús dijo a sus discípulos: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; (…) voy, pues, a preparar un lugar para vosotros” (Juan 14:2). Muchos suponen que significa que Él fue al cielo para prepararnos habitaciones allí. Pero en las Escrituras, la “casa de mi Padre” no se refiere al cielo, sino al templo, la morada de Dios con la humanidad (p. ej., Juan 2:16). La promesa de Jesús se refería a la preparación de cargos, o responsabilidades, en Su Reino venidero, no a habitaciones en un palacio celestial.
Otros citan el anhelo de Pablo de “partir y estar con Cristo” (Filipenses 1:23). Sin embargo, Pablo aclara en otro lugar que los creyentes se reunirán con Cristo a Su regreso, “en las nubes”, cuando “los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:16-17). Su deseo era ser resucitado y unirse con Cristo, un acontecimiento futuro, no inmediato. Y muchas Escrituras muestran que Cristo no permanecerá en las nubes, sino que descenderá a la Tierra, “y con él todos los santos” (Zacarías 14:4-5).
La esperanza de la resurrección
La Biblia habla repetidamente de futuras resurrecciones: sucesos en donde muchos de los muertos son levantados de la tumba al mismo tiempo. Éstas serían innecesarias si las personas fueran al cielo al morir.
Pablo escribe que si los muertos no resucitan, “vana es entonces nuestra predicación, y vana es también vuestra fe” (1 Corintios 15:13-14). La resurrección no es un regreso del cielo, sino un despertar de la muerte.
La Biblia dice que “los muertos nada saben” (Eclesiastés 9:5). Ellos duermen, esperando el momento en que Cristo regrese y los llame de nuevo a la vida. Jesús dijo que “vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:28-29). Y varias Escrituras muestran que incluso el rey David será levantado de la tumba para reinar de nuevo (p. ej., Jeremías 30:9). Hasta ese día, los muertos permanecen muertos, no permanecen conscientes en un lugar de paraíso o de tormento.
Esta verdad bíblica es profundamente esperanzadora, mucho más que las ideas que tantos dan por sentadas sin comprobarlas. Para aquellos que resuciten al espíritu, se trata de una promesa de vida verdadera —resucitada, tangible, gloriosa y eterna— en una Tierra renovada bajo el gobierno de Dios. Los mansos “recibirán la tierra por heredad”, dijo Jesús (Mateo 5:5). La Tierra es donde los salvos vivirán y reinarán (Apocalipsis 5:10), no en algún cielo remoto, para siempre. Daniel 7:27 también dice que a los santos de Dios se les dará el gobierno, no en el cielo sino “debajo de todo el cielo”.
La Biblia muestra claramente que la vida no se acaba en la tumba. Pero la esperanza de la resurrección ofrece un significado que las imágenes no bíblicas de espíritus flotantes no logran ofrecer.
Es cierto que Jesús habló de un “galardón (...) en los cielos” (Mateo 5:12). Allí es donde se guardan las recompensas de los santos, no donde deben ir a recogerlas. Pedro explicó que nuestra herencia está “reservada (...) en los cielos” (1 Pedro 1:4). Apocalipsis 22:12 presenta a Cristo regresando a la Tierra con esa recompensa: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”.
Algunas personas señalan pasajes de las Escrituras que dicen que “Enoc [caminó] con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios” (Génesis 5:24), o que Elías fue transportado por un torbellino (2 Reyes 2:11). Ninguno de estos pasajes dice que estos hombres ahora habiten en el cielo. Hebreos 11:13 dice que todos los santos de la Biblia “conforme a la fe murieron (...) sin haber recibido lo prometido”. Otras Escrituras muestran que Elías fue llevado al cielo, reubicado, no inmortalizado (2 Crónicas 21:12-15 registra que él escribió una carta desde algún lugar de la Tierra mucho después de haber sido llevado al “cielo”). Asimismo, Enoc, fue apartado del peligro, no trasladado al trono de Dios.
El cielo es real, majestuoso y santo, pero no es el hogar de los salvos. Es de hecho la morada de Dios, no el destino de los muertos. Es el centro de mando del universo, desde el cual Dios dirigirá un día la restauración de todas las cosas.
