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Lincoln

Dominio público

Dios ha respondido a los pasados días de oración nacional

Después de que el huracán Harvey destruyera Houston y la costa del Golfo de Texas, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, declaró el 3 de septiembre como día de oración nacional. Él hizo un llamado a los estadounidenses “de todas las creencias, tradiciones religiosas y orígenes a ofrecer oraciones (…) por todos los damnificados por el huracán Harvey, incluyendo a las personas que han perdido miembros de la familia o quedaron heridos, los que han perdido sus hogares u otros bienes y nuestros primeros socorristas, oficiales de policía, personal militar y profesionales médicos que lideran los esfuerzos de respuesta y recuperación”.

“Dios es nuestro amparo y fortaleza”, citó el presidente Trump del Salmo 46: 1, “nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”.

Cuando enfrentan dificultades, los estadounidenses tienen una historia de unirse y clamar a Dios. Ya en los años de 1600, las comunidades estadounidenses tradicionalmente guardaban su propio día especial de ayuno cada primavera, al igual que celebraban un día de acción de gracias cada otoño (Religión y el Congreso Continental, 1774–1789). Los días nacionales de oración en Estados Unidos se remontan al 12 de junio de 1775, al comienzo de la Guerra de Independencia de EE UU, cuando el Congreso Continental declaró: “El Congreso (…) considerando el presente estado crítico, alarmante y calamitoso (…) recomienda encarecidamente, que el jueves, el próximo 20 de julio, sea observado por los habitantes de todas las colonias inglesas en este continente, como un Día de humillación pública, ayuno y oración, para que podamos con corazones y voces unidas, confesar y deplorar sinceramente nuestros muchos pecados y ofrecer nuestra súplicas conjuntas al omnisapiente, omnipotente y misericordioso regulador de todos los eventos, rogándole humildemente que perdone nuestras iniquidades”.

Las 13 colonias incipientes llegaron a ganar una milagrosa victoria en la guerra por la independencia contra el mayor imperio del mundo. Estados Unidos nació como una república de milagros.

El presidente George Washington lo entendió. En su Discurso inaugural el 30 de abril de 1789, declaró: “Sería peculiarmente inapropiado omitir en este primer acto oficial mis fervientes súplicas a aquél Ser Todopoderoso que gobierna sobre el universo, que preside en los concilios de las naciones, y cuyas ayudas providenciales pueden auxiliar toda deficiencia humana, para que Su bendición consagre a las libertades y felicidad del pueblo de Estados Unidos un gobierno instituido por ellos mismos para estos propósitos esenciales, y permita que cada instrumento empleado en su administración ejecute con éxito las funciones asignadas a su cargo”.

John Adams, el segundo presidente de Estados Unidos, proclamó un día nacional de humillación, acción de gracias, ayuno y oración en 1798 y 1799. Casi todos los demás presidentes han emitido una proclamación de acción de gracias y/u oración (Religión y el Congreso Continental).

Durante la Guerra Civil, el presidente Abraham Lincoln declaró el 30 de abril de 1863 como un día de oración nacional. En ésta y otras ocasiones, él reconoció abiertamente que Dios estaba maldiciendo a Estados Unidos por sus muchos pecados, la esclavitud incluida. Él llamó a los estadounidenses a arrepentirse: “Hemos sido los beneficiarios de las bondades más selectas del cielo; se nos ha conservado todos estos años en paz y prosperidad; hemos crecido en número, riqueza y poder como ninguna otra nación ha crecido. Pero nos hemos olvidado de Dios. Nos hemos olvidado de la mano bondadosa que nos ha preservado en paz y multiplicado y enriquecido y fortalecido, y hemos imaginado vanamente, en el engaño de nuestros corazones, que todas estas bendiciones fueron producidas por alguna sabiduría superior y virtud de nosotros mismos. Embriagados por el éxito ininterrumpido, hemos llegado a ser demasiado autosuficientes para sentir la necesidad de la gracia redentora y preservadora, demasiado orgullosos para orar al Dios que nos hizo. Nos corresponde, entonces, humillarnos ante el Poder ofendido, confesar nuestros pecados nacionales y orar por clemencia y perdón”.

Unos meses más tarde, la Unión ganó la Batalla de Gettysburg, cambiando el rumbo de la guerra civil.

Durante la Primera Guerra Mundial, el presidente Woodrow Wilson proclamó el 30 de mayo de 1918 como un día de oración. El imperio alemán casi había roto las líneas aliadas. Rusia acababa de abandonar la guerra y los refuerzos alemanes estaban llegando a Europa occidental. París estaba en peligro de caer. El presidente escribió: “Yo, Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos de América, proclamo por este medio el jueves 30 de mayo, día ya cargado con recuerdos sagrados y estimulantes, un día de humillación pública, oración y ayuno, y exhorto a mis conciudadanos de todas las religiones y credos a unirse ese día en sus diversos lugares de culto y allí, así como en sus hogares, orar al Dios Todopoderoso que perdone nuestros pecados y faltas como pueblo y purifique nuestros corazones para ver y amar la verdad, para aceptar y defender todas las cosas que son justas y correctas, y para proponer solo aquellos actos y juicios justos que estén en conformidad con Su voluntad”.

El día siguiente a ese día de oración, el cuerpo de marines de Estados Unidos comenzó su primer gran enfrentamiento de la guerra en Belleau Wood. Allí algo milagroso ocurrió: los estadounidenses ganaron una victoria sorprendente sobre los alemanes, evitando que los aliados perdieran la guerra.

Milagros similares ocurrieron para Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. El 26 de mayo de 1940 se convocó un día de oración para Gran Bretaña, mientras que la Fuerza Expedicionaria británica atrapada en las playas de Dunkerque enfrentaba la aniquilación por parte de la máquina de guerra nazi. El rey Jorge vi transmitió en la radio nacional, invocando al pueblo británico no solo a pedir ayuda divina, sino también a volverse a Dios en un espíritu de arrepentimiento. Entre el 26 de mayo y el 4 de junio, una tormenta mantuvo en tierra a la Fuerza Aérea alemana, el ejército alemán se detuvo inexplicablemente, el Canal de la Mancha se calmó y se salvaron 340.000 tropas aliadas.

Una resolución conjunta del Congreso en 1952, firmada por el presidente Harry Truman, estableció permanentemente un día nacional de oración anual. Desde 1988, se ha celebrado el primer jueves de mayo.

Pero en la temporada de huracanes de 2017, el presidente Trump tuvo motivos para convocar un día especial de oración el 3 de septiembre. Cuando llegó ese día (un domingo), hubo una manifestación religiosa en todo Estados Unidos. El Presidente y su esposa asistieron a un servicio religioso, al igual que el gobernador de Texas, Greg Abbott. Las iglesias de todo Estados Unidos ofrecieron servicios por las víctimas y miles de estadounidenses se reunieron para orar.

Pero en lugar de un milagro, Estados Unidos tuvo otro desastre.

El 6 de septiembre, el huracán Irma se abrió paso por el Caribe, asolando Barbuda y otras islas del área y azotando a la Florida. Luego, el huracán María destruyó Puerto Rico y las Islas Vírgenes de Estados Unidos. Harvey, Irma y María costaron más de 100 vidas estadounidenses y entre $100 y $300 mil millones de dólares en daños, además de las vidas perdidas y la destrucción causada en otras islas del Caribe.

Dios no respondió esas oraciones para bendecir a Estados Unidos. Él causó o permitió más huracanes.

Al comparar la proclamación del presidente Trump con otras proclamaciones nacionales de oración, hay una completa diferencia. Se reduce a una palabra: arrepentimiento.

En cada uno de los casos donde Dios respondió dramáticamente a los días de oración e intervino milagrosamente, los líderes estadounidenses no solo llamaron a sus ciudadanos a orar y a suplicar a Dios que interviniera, sino también a ayunar y arrepentirse del pecado.

Los predecesores del presidente Trump habrían dicho que la destrucción sin precedentes era la consecuencia del pecado nacional; El presidente Trump solo mencionó “las consecuencias de esta terrible tormenta”.

La proclama del presidente Trump no menciona el arrepentimiento por el pecado, ni reconoce que el huracán Harvey fue un castigo de Dios, ni tampoco exhorta a los estadounidenses a que abandonen sus malos caminos. El Presidente había declarado en su discurso inaugural que Estados Unidos es un “pueblo justo y un público justo”.

Incluso después que ocurriera el desastre y se avecinaran otros, e incluso cuando se declaró un día nacional de oración, el Presidente se abstuvo de decirles a los estadounidenses que se arrepintieran de sus pecados.

En una crisis, las personas comienzan a hablar de buscar a Dios. Pero incluso mientras sufren, no quieren admitir que han pecado y que deben cambiar sus creencias y sus acciones.

Si bien es posible que Dios no responda al día nacional de oración de Estados Unidos, Él responderá a las oraciones de arrepentimiento individuales y sinceras. Es posible que Él ya haya respondido a las oraciones personales de algunos que sufrieron estas tragedias recientes, si están dispuestos a apartarse del pecado y obedecerle. 

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