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Xi Jinping

Lintao Zhang/Getty Images

Xi Jinping: ¿emperador de por vida?

Hace cinco años, Xi era básicamente desconocido en la política china. Ahora ha sido elevado al estatus del beatificado Mao Zedong. ¿Qué significa esto para Pekín y para el mundo?

Pekín

Al caminar por las calles y callejones angostos de la enorme ciudad capital de China, no toma mucho tiempo notar que hay dos rostros prácticamente en todos lados. Éstos, observan con benevolencia a los compradores, de innumerables llaveros y placas conmemorativas; se asoman a las calles bulliciosas, desde las portadas de libros, periódicos y revistas; contemplan a los peatones desde carteles enormes con sonrisas tipo Mona Lisa.

Éstos son los rostros de Mao Zedong y de Xi Jinping. Mao fue el fundador de la República Popular China que gobernó la nación con puño de hierro desde 1949 hasta su muerte en 1976. Xi es el actual líder de la nación.

El hecho de que actualmente el estatus de Xi es igual al del legendario autoritario Mao tiene implicaciones inquietantes.

Del anonimato al poder

Hace cinco años Xi Jinping era una figura desconocida en la política china. El público sabía poco de él, excepto que su esposa era una cantante célebre y que su padre había sido camarada del presidente Mao. Cuando Xi asumió el cargo de secretario general del Partido Comunista de China (PCCh) en noviembre de 2012, muchos expertos creían que él lideraría en la tradición de sus predecesores más recientes, manteniendo el statu quo discretamente y sin ambiciones.

Pero el primer mandato de cinco años de Xi desconcertó a esas predicciones iniciales.

En vez de mantener el estilo de liderazgo de “primero entre iguales” usado por sus recientes predecesores, él adoptó un enfoque de hombre fuerte. Pasó por alto a las autoridades del Consejo de Estado, al formar grupos partidarios para la formulación de políticas, muchos de los cuales él mismo preside. Tomó control personal de la redacción de políticas respecto a todo, desde la economía de China y las relaciones internacionales hasta sus estrategias ambientalistas y regulaciones para la Internet. Implementó dolorosas reformas militares que lo posicionaron como comandante en jefe indiscutido del enorme Ejército Popular de Liberación. “Él no solo controla el ejército sino que también lo hace de forma absoluta”, dijo Ni Lexiong, comentarista de asuntos militares con base en Shanghái. Y Xi ha usado su poder militar para afirmar la autoridad de China en la escena global.

Xi también libró una campaña anticorrupción que resultó en el arresto o encarcelamiento de (increíblemente) 1,4 millones de miembros del PCCh. Lo cual es como si repentinamente todos los habitantes de San Diego [California, USA] fueran despedidos de importantes cargos de gobierno y, en muchos casos, fueran encarcelados.

Estos movimientos pusieron a Xi en el centro de lo que Hannah Beech de Time llamó “un culto a la personalidad no visto en la República Popular desde los días cuando la frenética Guardia Roja vitoreaba el lanzamiento de la revolución cultural del presidente Mao” (31 de marzo de 2016).

Este es un importante recordatorio: que bajo el despótico régimen de Mao, entre 65 y 75 millones de personas murieron de inanición, fueron torturadas, intimidadas hasta el suicidio, o ejecutadas como traidores.

Elevado al nivel de Mao

Durante su primer mandato, Xi acumuló más poder que cualquier líder chino desde Mao. Pero ese no fue el final de su ascenso. Cerca del tiempo en que terminaba su primer mandato en octubre, el PCCh celebró su décimo noveno Congreso Nacional. Y aun teniendo ya tanto poder al comienzo de esta reunión quinquenal, Xi emergió de ella considerablemente más poderoso.

En el Congreso, Xi dio a conocer los nuevos integrantes de los principales órganos de toma de decisiones en China, el Politburó de 25 miembros y el Comité Permanente del Politburó con siete miembros. Ambos ahora están fuertemente cargados con partidarios de Xi. Es improbable que estos individuos desafíen a Xi de modo significativo, lo cual fortalece enormemente su control sobre las palancas más importantes del gobierno.

Otro resultado trascendental del Congreso fue que Xi rompió con la tradición de nombrar a un sucesor. El precedente estipula que después de que un presidente completa su primer mandato, él y el PCCh nombran a su sucesor durante el Congreso Nacional. Cinco años después, cuando el presidente termina su segundo mandato, el nombrado sucesor se convierte en el nuevo presidente. La decisión de Xi de no nombrar a un sucesor en el décimo noveno Congreso indica fuertemente que él no tiene planes de renunciar al poder en el vigésimo Congreso en 2022. Esto le daría un tercer mandato sin precedentes y lo posicionaría para gobernar a China por el resto de su vida.

También es notable que ninguno de los nuevos miembros del comité permanente sea menor de 60 años. De este grupo se selecciona el próximo presidente, y como los miembros del comité sirven dos períodos de cinco años y las directrices del PCCh dicen que los políticos chinos deben retirarse a la edad de 68, ninguno de estos hombres sería elegible para para servir por dos períodos como el sucesor de Xi.

Lo que es aún más sorprendente del décimo noveno Congreso, es la decisión del PCCh de imprimir el nombre y la ideología personal de Xi Jinping en la Constitución del partido.

Este es el más inaudito de los honores. Los dos predecesores más recientes de Xi, los presidentes Hu Jintao y Jiang Zemin, hicieron contribuciones a la Constitución, pero ninguno fue nombrado en el documento. Ni siquiera las contribuciones del reverenciado Deng Xiaoping recibieron su nombre mientras gobernaba China; solo después de su muerte en 1997 el nombre de Deng fue agregado a sus contribuciones.

El único otro gobernante en funciones, que tuvo su nombre e ideología escritos en la Constitución fue el presidente Mao. Esto esencialmente iguala “el pensamiento de Xi” con “el pensamiento de Mao”, elevando el estatus del presidente al nivel del casi mítico y notoriamente despótico Mao.

El mensaje que esto envía a los rivales potenciales de Xi es que desafiarlo en este punto sería herejía ideológica. Iguala cualquier desafío a su poder a un asalto contra el propio PCCh. “Creo que eso tiene el propósito de darle [a Xi] un estatus ideológico que no puede ser desafiado, como Mao en ese sentido”, dijo Wu Qiang, analista con base en Pekín.

El analista de asuntos asiáticos Chris Buckley dijo que esto también significa que “el pensamiento de Xi” ahora impregnará todos los aspectos de China. “Si bien puede que no haya ningún ‘Pequeño libro rojo’ de citas para consumo masivo como en la pasada era de Mao, el pensamiento del Sr. Xi ahora infundirá todos los aspectos de la ideología del partido en las escuelas, los medios de comunicación y las agencias gubernamentales” (New York Times, 24 de octubre de 2017).

Preparándose para una era turbulenta

Sería fácil ver el ascenso de Xi como el resultado de una maniobra individual ambiciosa para convertirse él mismo en autoritario. Pero su rápido ascenso no podría haber sucedido sin el total consentimiento y ayuda de las altas esferas del PCCh.

La élite china ve que el orden mundial se está desintegrando. Ellos ven que el poder estadounidense está declinando y se están abriendo vacíos de liderazgo. Ellos ven que el escenario internacional está preparado para el conflicto, que hay una oportunidad para que China se aproveche de la volatilidad y emerja como una superpotencia.

Hay un claro reconocimiento en las altas esferas del poder chino de que, con el fin de alcanzar el estatus de superpotencia, los 1.400 millones de personas en China necesitarán un gobernante cuyas manos no estén atadas por la burocracia y que no esté limitado por controles y contrapesos. Ellos necesitan a un hombre fuerte al mando que esté libre de impedimentos políticos y sea capaz de tomar decisiones eficaces. Ellos necesitan un nuevo Mao.

Con base en estos sentimientos la élite del PCCh creó el espacio para que la estrella política de Xi ascendiera tan rápido y tan alto. Ahora él es el hombre que guiará a China hacía la nueva era turbulenta.

Xi, China y la profecía bíblica

La Trompeta observa cómo Xi se afianza en el poder porque la profecía bíblica revela que mientras la influencia estadounidense en los asuntos mundiales declina, dos bloques de poder emergerán en su lugar: el primero, una entidad europea funcionando en la tradición del Sacro Imperio Romano; el segundo, un bloque asiático llamado en las escrituras “los reyes de oriente” encabezados por Rusia, con China en una posición de liderazgo secundaria. La Biblia hace claro (en capítulos como Jeremías 50 y 51, Daniel 11 y 12, Apocalipsis 16 y Mateo 24), que un choque entre este poder europeo y este bloque liderado por Rusia y China culminará en el conflicto más violento de la historia humana.

El hecho de que el rostro de Xi en China sea ahora tan omnipresente como el de Mao es profundamente significativo. Es vital vigilar su ascenso constante y control creciente sobre el ejército y política exterior de China, ya que esto indica cómo el Presidente chino podría alinearse con su colega y hombre fuerte de Rusia, y cómo China será llevada a su curso de colisión con Europa profetizado en la Biblia. Esto también indica cuán cercano podría estar este choque futuro.

Aunque a corto plazo esto apunta a un tiempo oscuro, ¡muy de cerca lo sigue el futuro más luminoso imaginable! Como Gerald Flurry (el jefe de redacción de la Trompeta) lo escribe en su folleto [solicítelo gratis], El profetizado ‘príncipe de Rusia’: “¡Esta inmensa guerra entre fuerzas europeas y asiáticas culminará en el retorno de Jesucristo! (…) ¡La conclusión de esa batalla marcará el comienzo de una nueva era pacífica y próspera para toda la Tierra!”. 

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